Moriscos, la historia inc¨®moda
La Espa?a oficial y acad¨¦mica evita abordar el cuarto centenario de uno de los hechos m¨¢s ominosos de nuestra historia: la expulsi¨®n en 1609 de cientos de miles de compatriotas de antecedentes musulmanes
A Francisco M¨¢rquez Villanueva
En el pasado de todos los pa¨ªses alternan los episodios embarazosos y los que son motivo de patri¨®tica exaltaci¨®n. El cuarto centenario de la expulsi¨®n de los moriscos en el reinado de Felipe III se incluye, como es obvio, entre los mencionados en primer lugar. Fuera de la fundaci¨®n El Legado Andalus¨ª y de los historiadores convocados por ¨¦ste el pr¨®ximo mes de mayo, la Espa?a oficial y acad¨¦mica se ha encastillado en un precavido silencio que revela su manifiesta incomodidad.
Lo acaecido de 1609 a 1614 es desde luego poco glorioso y constituye el primer precedente europeo de las limpiezas ¨¦tnicas m¨¢s o menos sangrientas del pasado siglo. Las medidas "profil¨¢cticas" recetadas por el duque de Lerma con el apoyo decisivo de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica encabezada por el patriarca Ribera, fueron objeto de un largo, incierto y controvertido debate pol¨ªtico-religioso cuyas etapas, aunque sea a vuela pluma, conviene recordar: 1499, conversi¨®n forzosa de los granadinos por el cardenal Cisneros; 1501-02, pragm¨¢tica del mismo dando a elegir a los musulmanes del reino de Castilla entre el exilio y la conversi¨®n: los mud¨¦jares del Medioevo pasaron a ser as¨ª, pura, y simplemente, moriscos; 1516, se les fuerza a abandonar su vestimenta y costumbres, aunque la medida queda en suspenso por espacio de diez a?os; 1525-26, conversi¨®n por edicto de los de Arag¨®n y Valencia; 1562, una junta compuesta de eclesi¨¢sticos, juristas y miembros del Santo Oficio proh¨ªbe a los granadinos el uso de la lengua ¨¢rabe; 1569-70, rebeli¨®n de la Alpujarra y guerras de Granada... A partir del aplastamiento de los moriscos y de la ejecuci¨®n de Aben Humeya, la pol¨ªtica de Felipe II consisti¨® en dispersar a los granadinos y en reasentarlos en Castilla, Murcia y Extremadura, lejos de las costas meridionales y de las posibles incursiones turcas.
Esclavitud, exterminio, castraci¨®n o destierro eran las alternativas estudiadas para los moriscos
Con el personaje de Ricote, Cervantes dio voz a la Espa?a que ped¨ªa libertad de conciencia
Tantas vacilaciones y cambios de rumbo reflejaban las contradicciones existentes entre una jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica muy poco respetuosa de la ¨¦tica universal cristiana y los intereses de una parte de la nobleza peninsular, para la que la expulsi¨®n de quienes trabajaban sus tierras significaba la ruina de la agricultura. Como sabemos por la historiograf¨ªa desde fines del siglo XIX, la cruzada pol¨ªtico-religiosa fue objeto entre bastidores de una ¨¢spera controversia. Mientras algunos se opon¨ªan a la expulsi¨®n y predicaban el catecumenado y la asimilaci¨®n gradual, los elementos m¨¢s duros del episcopado se decantaban por propuestas m¨¢s contundentes: la esclavitud, el exterminio colectivo o la castraci¨®n de todos los, varones y su deportaci¨®n a la isla de los Bacalaos, esto es, a Terranova. Al destierro a la m¨¢s cercana orilla africana, sostenido por la mayor¨ªa de los miembros del Consejo de Estado, un santo obispo opuso una argumentaci¨®n impecable: puesto que el llegar a Argel o a Marruecos, los moriscos renegar¨ªan de la fe cristiana, lo m¨¢s caritativo ser¨ªa embarcarles en naves desfondadas a fin de que naufragaran durante el trayecto y salvaran sus almas.
En el debate que enfrent¨® durante d¨¦cadas a -perd¨®neseme el anacronismo- palomas y halcones, ¨¦stos contaron con la pluma elocuente de propagandistas como fray Jaime de Bleda, Gonz¨¢lez de Cellorigo, fray Marcos de Guadalajara y, sobre todo, de Pedro Aznar de Cardona, para quien la expulsi¨®n cerraba definitivamente el largo e ignominioso par¨¦ntesis abierto por la invasi¨®n de 711: la cat¨®lica Espa?a lo ser¨ªa, por obra de Lerma y del Tercer Filipo, sin excepci¨®n alguna. Junto a los alegatos de ¨ªndole religiosa, se esgrim¨ªan otros de orden demogr¨¢fico: el peligro que supon¨ªa el gran crecimiento de la poblaci¨®n morisca en abrupto contraste con el estancamiento o ca¨ªda del de los cristianos viejos en raz¨®n del celibato eclesi¨¢stico, la enclaustraci¨®n femenina en los conventos, las guerras de Flandes y la emigraci¨®n a Am¨¦rica. Dicha argumentaci¨®n, resucitada hoy por los ultras de la identidad europea, fue ir¨®nicamente resumida por el Berganza cervantino en el Coloquio de los perros.
El problema morisco y la terap¨¦utica radical del mismo han sido objeto de numerosos y bien documentados estudios en el ¨²ltimo medio siglo por historiadores tan diversos como Am¨¦rico Castro, Dom¨ªnguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Mercedes Garc¨ªa-Arenal, Bernard Vincent, Louis Cardaillac, M¨¢rquez Villanueva y un largo etc¨¦tera. Gracias a ellos, conocemos las reflexiones que hoy denominar¨ªamos c¨ªvicas de quienes se opusieron al bando de expulsi¨®n de hace cuatro siglos. Muy significativamente, la mayor¨ªa de ellos formaba parte de la, no por desdibujada menos visible, comunidad de cristianos nuevos de origen jud¨ªo, cuya defensa de la asimilaci¨®n de los moriscos era asimismo un alegato pro domo, en la medida en que contradec¨ªa e impugnaba los muy poco cristianos estatutos de limpieza de sangre. La reivindicaci¨®n del comercio, del trabajo y del m¨¦rito frente a la "negra honra" de los cristianos viejos, apuntaba al objetivo de detener la ya perceptible decadencia espa?ola y las largas "vacaciones hist¨®ricas" que se prolongar¨ªan por espacio de dos siglos, hasta las Cortes de C¨¢diz, pese a las pol¨ªticas m¨¢s sensatas de Olivares y de los ministros ilustrados del XVIII. Gonz¨¢lez de Cellorigo, cuyo memorial dirigido al monarca -De la pol¨ªtica necesaria y ¨²til restauraci¨®n de la rep¨²blica de Espa?a- condensa en el t¨ªtulo su contenido regeneracionista, y la excelente Historia de la rebeli¨®n y castigo de los moriscos, de Luis de M¨¢rmol y Carvajal -evocadora de una tragedia humana que hubiera podido evitarse con planteamientos m¨¢s pragm¨¢ticos-, se ajustan a la corriente del pensamiento erasmista al que se adscrib¨ªan los partidarios de una modernizaci¨®n de la ensimismada sociedad hispana.
En una obra de pr¨®xima publicaci¨®n y que acabo de leer por gentileza de su autor -Moros, moriscos y turcos en Cervantes-, Francisco M¨¢rquez Villanueva analiza con su habitual competencia los escritos, en su mayor¨ªa in¨¦ditos, del humanista Pedro de Valencia, disc¨ªpulo y testamentario del hebra¨ªsta Benito Arias Montano. Su Tratado acerca de los moriscos de Espa?a, desconocido hasta su publicaci¨®n en 1979, y que no lleg¨® a mis manos sino en fecha reciente, quiz¨¢ sea, visto con la perspectiva del tiempo, la defensa mejor razonada de la causa de los expulsos. Judeoconverso, como Arias Montano, y enemigo de la escol¨¢stica y de la ideolog¨ªa tridentina, denuncia con energ¨ªa "el agravio que se les hace (a los moriscos) en privarlos de sus tierras y en no tratarlos con igualdad de honra y estimaci¨®n con los dem¨¢s ciudadanos y naturales". Como fray Luis de Le¨®n (recu¨¦rdese lo "de generaciones de afrenta que nunca se acaba"), Pedro de Valencia se alza contra los estatutos del cardenal Siliceo y propugna una pol¨ªtica de matrimonios mixtos de moriscos y cristianos viejos para "persuadir a los ciudadanos de la rep¨²blica, que todos son hermanos de un linaje y de una sangre".
El espect¨¢culo de decenas de millares de mujeres y hombres bautizados a quienes se separaba de sus hijos mientras imploraban misericordia a Dios y al rey y proclamaban en vano su voluntad de permanecer en su patria, resultaba para algunos cristianos sinceros dif¨ªcil de soportar. Las condiciones brutales de la expulsi¨®n y las matanzas llevadas a cabo de quienes hu¨ªan de ella fueron acogidas con tristeza y compasi¨®n por una minor¨ªa pensante, y con clamores de odio y con v¨ªtores por aquellos que, como Gaspar de Aguilar, las convirtieron en cantares de gesta.
La mayor¨ªa de los moriscos se refugiaron, con muy diversa fortuna, en el Magreb, y los naturales de Hornachos crearon en Marruecos la llamada rep¨²blica de Sal¨¦, con la esperanza ilusoria de congraciarse con el rey y retornar alg¨²n d¨ªa a Espa?a. Los del Valle de Ricote fueron autorizados a emigrar voluntariamente durante un lapso de cuatro a?os por la frontera francesa y a dirigir sus pasos a otros pa¨ªses europeos. Aunque totalmente asimilados, el favorito de Felipe III firm¨®, sin que le temblara el pulso, su orden de destierro colectivo en 1614. El episodio del morisco Ricote -el encuentro con su paisano Sancho Panza- en la Segunda Parte del Quijote, permiti¨® a Cervantes, maestro en el arte de la astucia, recoger la voz de quienes fueron v¨ªctimas, de tan salvaje atropello.
"Sal¨ª -dice el morisco- de nuestro pueblo, entr¨¦ en Francia y aunque all¨ª nos hac¨ªan buen acogimiento, quise verlo todo. Pas¨¦ a Italia y llegu¨¦ a Alemania y all¨ª me pareci¨® que se pod¨ªa vivir con m¨¢s libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia".
?Libertad de conciencia! De refil¨®n, y como quien no quiere la cosa, el autor del Quijote pone el dedo en la llaga. Los despiertos centinelas del Santo Oficio eran todo o¨ªdos pero a buen relector sobran m¨¢s palabras.
Juan Goytisolo es escritor.
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