Transparencia frente a la corrupci¨®n
Los partidos pol¨ªticos son irreemplazables en una democracia. Pero tienen g¨¦rmenes que pueden poner en peligro la salud del sistema. Deben combatirse con listas abiertas, limitaci¨®n de mandatos y cuentas claras
Parece indiscutible un hecho: la mejor garant¨ªa para que un sistema democr¨¢tico funcione en estos tiempos reside en la existencia de los partidos pol¨ªticos. El engranaje de la democracia no ha encontrado mejor herramienta que esas agrupaciones de personas que se mueven en la pol¨ªtica para proponer f¨®rmulas diversas de administrar la cosa p¨²blica, con la referencia de su ideolog¨ªa y sus propuestas concretas, ligadas a momentos concretos.
Pero ese reconocimiento no significa, en absoluto, que se pueda admitir la arbitrariedad cuando falta el debido control sobre las estructuras partidarias, que pueden actuar en muchos casos como agrupaciones de intereses olig¨¢rquicos, incluso con matices corporativos, que conducen a corrupciones, a ventajismos y a una acumulaci¨®n de poder que pueden llegar a poner en juego la propia salud de la democracia.
Nuestros pol¨ªticos critican a Hugo Ch¨¢vez por no limitar su mandato, pero se eternizan en los cargos
Los parlamentarios, muchos desconocidos, son designados por los aparatos partidistas
Es la corrupci¨®n la que ahora nos preocupa. Ni siquiera la corrupci¨®n de los partidos, sino la que se genera en torno a ellos. Nos podemos situar en la posici¨®n m¨¢s caritativa y decir que los partidos pol¨ªticos en Espa?a no son estructuras que admitan mecanismos de corrupci¨®n en su seno. Pero los partidos, que siguen teniendo el apoyo electoral suficiente para que el sistema democr¨¢tico funcione en nuestro pa¨ªs, tienen sin embargo g¨¦rmenes en su interior que pueden desarrollarse y fomentar la corrupci¨®n y la desafecci¨®n. Veamos algunos problemas todav¨ªa sin resolver de los partidos espa?oles.
Las listas electorales las hacen los partidos eligiendo, seg¨²n el criterio del aparato, qui¨¦nes las componen. Los argumentos por los que se elige a unos y no a otros no suelen tener nada que ver ni con la representatividad social, ni con la formaci¨®n, sino con el dedo de quien manda. Vemos de candidatos a alcaldes, diputados auton¨®micos, nacionales, a personas que es dudoso que pudiesen serlo si hubiesen tenido que ser elegidas democr¨¢ticamente con criterios de m¨¦rito y capacidad. Porque se ha ido cambiando poco a poco el criterio racional y jur¨ªdico impuesto en casi toda la Europa democr¨¢tica por el cual la legitimidad del elegido la da el electorado, y se va imponiendo el de que la legitimidad la da el partido que lo designa. Por lo que tanto la discusi¨®n interna como las diferencias ideol¨®gicas tienden a desaparecer. Todos acabamos diciendo am¨¦n a quien nos paga. O no diciendo nada durante a?os y apretando el bot¨®n del voto en el Parlamento cuando lo ordena el jefe del grupo.
Los partidos se van transformando en grandes empresas, donde conviene entrar y aprender a servir a quien corresponde para prosperar en su momento. Vemos c¨®mo muchos militantes entran en las n¨®minas de los partidos (Juventudes Socialistas, Nuevas Generaciones, etc¨¦tera) desde jovencitos y a partir de ah¨ª van trepando en el peor sentido de la palabra. Sin tener que estudiar ninguna carrera, ni aprender idiomas, ni saber recitar dos l¨ªneas sin leer una chuleta. Cuando la pol¨ªtica se ha transformado en una profesi¨®n facilona, ejercida a trav¨¦s de los partidos, es muy duro marcharse, porque fuera de la pol¨ªtica no se tiene oficio ni por tanto beneficio. Cualquiera que est¨¦ en esa situaci¨®n mata por permanecer en el aparato.
Para evitar esta perversi¨®n, habr¨ªa que introducir factores en las elaboraciones de las listas por los cuales el candidato elegido lo fuese por s¨ª mismo con nombres y apellidos. Es el viejo debate entre listas abiertas y cerradas que cada vez se hace m¨¢s urgente en nuestro pa¨ªs.
Ligado a lo anterior est¨¢ la limitaci¨®n de los mandatos. Es curioso observar c¨®mo todos los ciudadanos y pol¨ªticos de un signo u otro han criticado por antidemocr¨¢tico el intento de Hugo Ch¨¢vez de perpetuarse en el poder liquidando el l¨ªmite del tiempo en su mandato presidencial. Pero nadie sugiere ni por asomo, que no estar¨ªa mal que en Espa?a se pusiese ese l¨ªmite, lo que ser¨ªa bueno para la alternancia, algo muy importante en el juego democr¨¢tico.
La corrupci¨®n no es un fen¨®meno nuevo. Desde que existe la pol¨ªtica, existe la corrupci¨®n pol¨ªtica. Vivimos en un pa¨ªs en que los funcionarios, salvo raras excepciones que pocas veces han tenido entidad y significado, son decentes. En cambio, de vez en cuando nos salpican con gran repercusi¨®n medi¨¢tica los esc¨¢ndalos de corrupciones pol¨ªticas. Si creemos que la corrupci¨®n existir¨¢ siempre, pues siempre habr¨¢ gente dispuesta a dar y otra gente a recibir en inter¨¦s propio, el n¨²cleo del asunto es si la corrupci¨®n pol¨ªtica es significativa o no. Y en Espa?a es preocupante. Eso ha estado, hasta ahora, ligado a las necesidades de ingresos extraordinarios de los partidos.
?De qu¨¦ viven los partidos? Javier Pradera lo resum¨ªa hace unas semanas en este peri¨®dico. De subvenciones por gastos electorales a todos los niveles, local, auton¨®mico, nacional y europeo. De subvenciones anuales tendentes a financiar la actividad ordinaria. De subvenciones a grupos parlamentarios que financian los gastos de los partidos en las c¨¢maras legislativas. De aportaciones privadas que tienen un l¨ªmite. Y, cada vez menos, de aportaciones de los militantes.
La suma de todos esos ingresos es muy importante. Y nunca hemos escuchado decir a ning¨²n representante de partidos pol¨ªticos que las cantidades que perciben sean insuficientes. Como tampoco hemos conseguido que nos detallen, exactamente y con transparencia, todas sus fuentes de financiaci¨®n.
Si la cantidad es suficiente, la posici¨®n de los partidos ante la corrupci¨®n deber¨ªa ser de una claridad meridiana; y si no lo es, deber¨ªan explicarlo y pedir m¨¢s dinero, porque los partidos son absolutamente necesarios en un sistema democr¨¢tico. Y a?o tras a?o vemos c¨®mo los partidos pol¨ªticos gastan m¨¢s de lo que recaudan, que no es poco. Y no entran en quiebra. ?Por qu¨¦? Porque los Parlamentos lo permiten, y porque los bancos lo consienten. De cuando en cuando, hasta les condonan sus deudas. Los partidos se han convertido en estructuras que devoran recursos sin cuento, lo que favorece que existan corrupciones, sobre todo en los ¨¢mbitos locales, en los que es m¨¢s f¨¢cil confundir el inter¨¦s personal con el pol¨ªtico.
Lo peor es que casi todos los partidos democr¨¢ticos participan, c¨®mplices entre ellos, del impl¨ªcito acuerdo de no cuestionar sus sistemas de funcionamiento. Y, como ap¨¦ndices de esas estructuras, los parlamentarios fijan sus propios emolumentos, sus dietas de viaje y comida, y hasta sus planes de pensiones, algunos tan escandalosos como los que disfrutan los parlamentarios europeos, que alcanzan adem¨¢s el derecho a la pensi¨®n m¨¢xima con tres a?os de dedicaci¨®n mientras un trabajador normal necesita 35.
Los partidos son estructuras sin alma. Son edificios. Unos edificios habitados por gentes que pueden tener en origen un encomiable af¨¢n de servicio p¨²blico, pero cuyos intereses son los de profesionales que tienen que sostener un tren de vida, y defender con u?as y dientes un puesto de trabajo para el que no es f¨¢cil encontrar repuesto. V¨¦ase, si no, la facilidad con la que un ministro, una persona que suele venir avalada por su gesti¨®n o por su sabidur¨ªa, puede dejar su puesto y volver a su actividad anterior, mientras las listas de parlamentarios se renuevan sin que nadie se acuerde de sus nombres ni sepamos qu¨¦ han dicho en cuatro a?os. S¨®lo lo que han aplaudido y votado. Si se expresan de manera inconveniente les expulsar¨¢ el partido, jam¨¢s el elector.
?Para cu¨¢ndo la aplicaci¨®n del art¨ªculo 6 de la Constituci¨®n? Transparencia y democracia interna. Las ¨²nicas medicinas para hacer que los partidos sean instrumentos nobles de nuestra democracia. Entonces, quiz¨¢, querr¨¢n volver a la pol¨ªtica los que hablan sin leer, los que saben ingl¨¦s, los que han negociado en las f¨¢bricas convenios complejos, o los que han escrito libros de matem¨¢ticas o sociolog¨ªa. Sin necesidad de ser ministros.
Jorge M. Reverte es periodista y escritor, y Agapito Ramos, abogado.
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