Un pelo del bigote de Hitler
El prop¨®sito de las l¨ªneas que siguen consiste en glosar una cr¨®nica de Jacinto Ant¨®n publicada el 16 de febrero en este peri¨®dico. All¨ª informaba el periodista de un libro aparecido hace poco en Nueva York: La biblioteca privada de Hitler. Los libros que moldearon su vida, de Timothy W. Ryback; no he le¨ªdo el libro de Ryback, ni s¨¦ si voy a leerlo: sin duda contendr¨¢ muchas m¨¢s noticias de las que refiere Ant¨®n, pero dudo que supere su cr¨®nica. Yo en todo caso me atengo a ella, porque basta para proponer unas pocas observaciones elementales sobre la lectura, y sobre alguna otra cosa. Por lo dem¨¢s, sobra subrayar la importancia del asunto: igual que hay cr¨ªticos que a ciertas personas les resultan de suma utilidad para saber qu¨¦ es lo que no deben perder el tiempo viendo o leyendo (cuando el cr¨ªtico elogia una pel¨ªcula, no van a verla, porque seguro que no les gustar¨¢; cuando el cr¨ªtico la pone a parir, corren a verla, porque seguro que les encantar¨¢), conocer los h¨¢bitos de lectura de Hitler puede servirnos para definir ex contrario los h¨¢bitos saludables de lectura.
Hitler le¨ªa para no pensar, o sea, para confirmarse en sus propias ideas
La primera noticia que da Ant¨®n -que da Ryback- no es noticia: Hitler era un lector compulsivo. Primera observaci¨®n: ser un lector compulsivo no garantiza que no te entren ganas de organizar el Holocausto. Esto es una obviedad, pero es una obviedad que no conviene olvidar, sobre todo no nos conviene olvidarla a los lectores compulsivos. Nietzsche dec¨ªa que el mucho leer embota, y tambi¨¦n que hay gente que lee para no pensar. As¨ª es al parecer como le¨ªa Hitler: para no pensar, o, lo que es lo mismo, para confirmarse en sus propias ideas, para continuar siendo quien ya era. Segunda observaci¨®n: leer s¨®lo es leer de verdad cuando la lectura no confirma, sino que desmiente nuestras ideas, cuando nos convierte en otro, cuando no nos mete, sino que nos saca de nuestras casillas. Ant¨®n -Ryback- observa tambi¨¦n que Hitler jam¨¢s le¨ªa por placer, y que lo hac¨ªa a velocidades supers¨®nicas: a veces, un libro por noche. Sobre esto ¨²ltimo es inevitable recordar el chiste de Woody Allen, quien aseguraba haber le¨ªdo Guerra y paz siguiendo el m¨¦todo Kennedy de lectura r¨¢pida. "Funcion¨®", dice Allen. "Le¨ª la novela en un par de horas: va de Rusia"; en cuanto a lo primero, quiz¨¢ podr¨ªa ayudar a proscribir para siempre de nuestras escuelas y universidades la expresi¨®n lectura obligatoria, un ox¨ªmoron peligroso. La cuarta observaci¨®n es doble: lo que cuenta no es leer mucho, sino leer bien, es decir, leer a la velocidad que exige el libro, que casi siempre es lenta; lo que no se lee por placer, casi nunca merece la pena leerse, mientras que lo que merece la pena leerse es aquello que, en cuanto se termina de leer, uno quiere de inmediato releer. Por lo que se refiere al contenido de las lecturas de Hitler, era previsible que estuviera b¨¢sicamente integrado por basura -mamarrachadas ocultistas y seudocient¨ªficas y vomitonas antisemitas-, pero a algunos quiz¨¢ les sorprenda saber que al F¨¹hrer no le gustaban las novelas; a m¨ª, perd¨®nenme la inmodestia, no. Desde que naci¨®, la novela ha sido juzgada con desprecio por la gente seria, que la ha considerado siempre un entretenimiento fr¨ªvolo s¨®lo apto para desocupados: ?por qu¨¦ leer mentiras cuando se pueden leer verdades?; adem¨¢s, la novela es un g¨¦nero esencialmente ir¨®nico -un g¨¦nero que dice que las cosas no son ni blancas ni negras, ni siquiera grises, sino blancas y negras y grises al mismo tiempo: Don Quijote es uno de los individuos m¨¢s rid¨ªculos de la historia, pero tambi¨¦n uno de los m¨¢s heroicos-, y a la gente seria no le gusta la iron¨ªa, ese instrumento diab¨®lico que en vez de simplificar las cosas las complica. Quinta observaci¨®n: hay que desconfiar de la gente seria; en particular, hay que desconfiar de quienes no leen novelas; en particular, hay que desconfiar de esos intelectuales y pol¨ªticos que afirman ser grandes lectores, pero no lectores de novelas porque les importa demasiado la verdad como para perder el tiempo con mentiras, y hay que desconfiar de ellos porque el ¨¦nfasis en la verdad delata al mentiroso. Anoto dos noticias m¨¢s que dan Ant¨®n y Ryback: la primera es que, contra lo que ¨¦l mismo dec¨ªa, Hitler apenas hab¨ªa le¨ªdo a Nietzsche y a Schopenhauer; la segunda es que, contra lo que podr¨ªa pensarse, en la biblioteca de Hitler apenas hab¨ªa pornograf¨ªa. Pen¨²ltima conclusi¨®n: no se pierdan a Nietzsche y a Schopenhauer, que son dos de los fil¨®sofos m¨¢s literarios que existen, y dos de los que se leen con mayor placer. ?ltima: si Hitler no consum¨ªa pornograf¨ªa, algo bueno tendr¨¢ la pornograf¨ªa.
Y hablando de pornograf¨ªa. Don DeLillo escribi¨® una novela estupenda sobre una pel¨ªcula pornogr¨¢fica cuyo actor principal es Hitler, una pel¨ªcula filmada durante sus ¨²ltimos d¨ªas en Berl¨ªn, dentro del b¨²nker; generosamente, Ant¨®n y Ryback les proponen sin propon¨¦rselo a los novelistas del futuro dos novelas todav¨ªa mejores. Una es una novela policiaca sobre el misterio del libro que Hitler ten¨ªa en la mesita de su habitaci¨®n del b¨²nker cuando se suicid¨®: de ese libro se conserva una foto, aunque en la foto no se distingue su t¨ªtulo; la otra -a mi juicio, mucho m¨¢s prometedora- es una novela metaf¨ªsica sobre un pelo del bigote de Hitler que Ryback se encontr¨® mientras examinaba uno de los libros de Hitler. Dios santo, ese pelo.
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