Kosovo y los nacionalistas
El cuento de hadas era precioso. Durante cinco largos a?os, el perverso emperador Bush y los siniestros neocons -azuzados en su malquerencia por Darth Vader Aznar- hab¨ªan sometido a nuestro gentil pr¨ªncipe Zapatero a toda clase de menosprecios y desaires, neg¨¢ndole cualquier audiencia imperial y tach¨¢ndole de aliado fr¨ªvolo e irresponsable, indigno de confianza. Mas, al fin, Bush y sus secuaces fueron desalojados del poder por la irrupci¨®n triunfal de un nuevo emperador, un monarca joven, carism¨¢tico y progresista en el que el pr¨ªncipe ZP -modesto ¨¦l- vio reflejadas sus propias virtudes y con el cual se propuso anudar de inmediato las relaciones m¨¢s estrechas y c¨¢lidas: si los hados le eran propicios, el pr¨ªncipe de los ojos azules y las cejas en pico alcanzar¨ªa a ser el favorito europeo del taumaturgo Obama, y Espa?a saldr¨ªa definitivamente del rinc¨®n de la historia para situarse -esta vez, s¨ª- entre los pa¨ªses que cuentan, y adem¨¢s en el bando de los buenos.
Que la independencia de Kosovo suscite rechazo en Madrid evidencia una percepci¨®n fr¨¢gil de la unidad sempiterna
Pero he aqu¨ª que, como si la bruja malvada hubiese lanzado un maleficio, pocos d¨ªas antes del primer encuentro, de las primeras y codiciadas fotos del emperador junto al esforzado pr¨ªncipe ZP, algo vino a interponerse entre ambos, a ensombrecer la lealtad del segundo hacia el primero, a sembrar el recelo entre sus respectivos s¨¦quitos. Ese algo se llamaba Kosovo.
Cambiemos ahora de g¨¦nero, y del cuento infantil pasemos al an¨¢lisis pol¨ªtico. ?Cu¨¢les son los altos intereses de Estado en defensa de los cuales Espa?a, a diferencia de 22 de sus socios europeos, se ha negado a reconocer la independencia de Kosovo? ?Es acaso la balc¨¢nica una regi¨®n en la que la diplomacia espa?ola despliegue desde tiempo atr¨¢s pol¨ªticas propias, una especie de segunda Hispanoam¨¦rica con la que nos unan fuertes lazos hist¨®ricos, ling¨¹¨ªsticos, econ¨®micos y hasta de familia? ?Tenemos tal vez en Serbia a un viejo y fiel aliado estrat¨¦gico cuya satisfacci¨®n valga el precio de enojar a la OTAN, incomodar a la Administraci¨®n de Obama y desconcertar a los aliados europeos?
Hace apenas tres semanas, durante la visita a Madrid del presidente de Serbia, Boris Tadic, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero ratific¨® enf¨¢ticamente ante su hu¨¦sped el rechazo del Gobierno espa?ol a reconocer la independencia kosovar "desde nuestras convicciones en torno al derecho internacional, y tambi¨¦n desde nuestras convicciones pol¨ªticas". Dado que m¨¢s de 50 pa¨ªses -la gran mayor¨ªa, occidentales y democr¨¢ticos- han reconocido ya esa independencia, es muy poco veros¨ªmil que tal reconocimiento transgreda el derecho internacional. S¨®lo nos quedan, pues, las "convicciones pol¨ªticas". Y ¨¦stas, aunque nunca han sido explicitadas, tienen forzosamente que ser la alergia al derecho de autodeterminaci¨®n, el miedo a los nacionalismos secesionistas, el temor a mimetismos kosovares dentro del territorio espa?ol.
En el seno de la Uni¨®n Europea, otros cuatro gobiernos acompa?an al de Madrid en su postura respecto de Kosovo, aunque ninguno de ellos ha llegado al extremo de anunciar la salida de sus tropas -caso de tenerlas- de la joven rep¨²blica balc¨¢nica. Se trata del rumano, el eslovaco, el griego y el chipriota, y sus motivos son tambi¨¦n de orden dom¨¦stico. Eslovaquia y Rumania recelan de sus respectivas minor¨ªas h¨²ngaras y del s¨ªndrome kosovar que pudiera aquejarlas, en combinaci¨®n con los efluvios irredentistas que emanan de Budapest. Los chipriotas ven el Kosovo independiente como un trasunto de la fantasmal Rep¨²blica Turca del Norte de Chipre que mutila su pa¨ªs desde 1974, y las solidaridades cultural-religiosas (ortodoxos frente a musulmanes) les empujan del lado de Serbia. Algo semejante sucede con Grecia, recelosa adem¨¢s de su vecindario posyugoslavo y nada entusiasta ante la aparici¨®n en la zona de un nuevo Estado cuyos habitantes son musulmanes en un 90%.
Sinceramente, no me parece que la situaci¨®n actual de las tensiones territoriales en Espa?a tenga mucho que ver con los pleitos balc¨¢nicos esbozados en el p¨¢rrafo anterior. En aquella regi¨®n de Europa muchas fronteras pol¨ªticas y la soberan¨ªa sobre numerosos territorios han cambiado cuatro o cinco veces a lo largo del siglo XX, casi siempre por la fuerza, con un rastro de matanzas y un trasiego de poblaciones que alteraron profundamente el mapa ¨¦tnico-ling¨¹¨ªstico y sembraron toda suerte de irredentismos. Las fronteras espa?olas est¨¢n b¨¢sicamente inm¨®viles desde 1659 y, por fortuna, no hemos conocido desplazamientos forzosos de poblaci¨®n a causa del credo o de la etnia desde la expulsi¨®n de los moriscos, hace ahora 400 a?os.
En estas condiciones, que un Kosovo independiente sin la aprobaci¨®n de Serbia desagrade o moleste a Bucarest, a Bratislava o a Atenas resulta hasta cierto punto comprensible. Que esa independencia suscite inquietud y un rechazo tenaz en Madrid -tanto por parte del PSOE gobernante como del PP en la oposici¨®n- evidencia entre los paladines de la unidad de Espa?a un miedo irracional, una percepci¨®n muy fr¨¢gil de esa unidad que ellos mismos proclaman sempiterna. Que, para escenificar su no reconocimiento de Kosovo, el Gobierno de Zapatero anuncie de forma abrupta un repliegue unilateral de tropas criticado por sus aliados y amenazador para el idilio con Obama, eso ya es incomprensible excepto desde un fort¨ªsimo prejuicio ideol¨®gico.
Pero, f¨ªjense ustedes qu¨¦ cosas, cuando en Espa?a se habla de nacionalistas, la opini¨®n dominante piensa s¨®lo en ciertos partidos catalanes, vascos y gallegos.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador
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