Las prescindibles memorias de un actor imprescindible
Una de las cosas m¨¢s entra?ables y prodigiosas que me han ocurrido como espectador de cine espa?ol (simplifico: de cine a secas) es la larga, prol¨ªfica y bendita presencia delante de la c¨¢mara de un se?or con f¨ªsico peculiar, voz inconfundible, naturalidad milagrosa, gracia intransferible y talento excepcional llamado Jos¨¦ Isbert. Recordarle va asociado a la sonrisa, a alguien que siempre te apetec¨ªa ver y o¨ªr, a humanidad, a un car¨¢cter, a una forma de hablar y a una gestualidad que no admiten traducci¨®n, a unas se?as de identidad que pertenecen inequ¨ªvocamente a este pa¨ªs y a esa abstracci¨®n tan real conocida como la gente.
Isbert es un s¨ªmbolo nacional como Michel Simon y Jean Gabin s¨®lo pod¨ªan ser franceses, Tot¨®, Ana Magnani y Alberto Sordi huelen por todos los poros a Italia, Marlene Dietrich a pesar de su temprano exilio es inequivocamente teutona, el inmenso en todos los sentidos Charles Laugh-ton pertenece a Inglaterra y el siempre admirable John Wayne lleva inscrito en su piel y en su alma lo de nacido y criado en USA. Hablamos de iconos justificados y de esencias raciales. Toda esta gente, adem¨¢s de su innegable arte, sirve para identificar las ra¨ªces y la personalidad de los pueblos, para que el p¨²blico nativo se reconozca en ellos.
Jos¨¦ Isbert fue un rostro excepcional. Su autobiograf¨ªa es lamentable
Con Isbert jam¨¢s tengo la sensaci¨®n de que est¨¢ interpretando, de que est¨¢ componiendo un personaje. En primer plano o en plano general derrocha espontaneidad, veracidad, olor a calle, comicidad, argot coloquial, sentimiento aut¨¦ntico, ni un solo rasgo de impostura. Dominaba el realismo y el esperpento, el ritmo de la comedia y el intimismo, la verborrea y el silencio, el humor blanco y el humor negro, el costumbrismo y el sainete. El magnetismo de este actor superdotado permanec¨ªa en el protagonismo o en el papel secundario, en el cara a cara y en el barullo verbal de un mont¨®n de personajes en un plano secuencia. Clavaba sus frases y sus gestos, sab¨ªa transmitirte con desarmante naturalidad las sensaciones que le dieran la gana, te arrancaba la carcajada sin aparente esfuerzo, todo en ¨¦l desprende aroma vital.
Interpret¨® mucho cine cochambroso, tan subdesarrollado como la ¨¦poca y el ambiente que lo engendraba, folclore impresentable y ternurismo barato, pero ¨¦l siempre se las ingeni¨® para que agradecieras su presencia, para estar permanentemente mod¨¦lico, para que te lo creyeras.
Y tuvo la suerte de encontrar algunos personajes memorables en ese cine en blanco y negro que se atrev¨ªa a transgredir con lenguaje poderoso. No es posible imaginar sin Isbert esas dos obras maestras tituladas El cochecito y El verdugo. En la primera hace un retrato tragic¨®mico y genial del pavor al aislamiento y a la soledad que puede imponer la vejez, capaz de ejecutar un parricidio con tenaz inocencia porque pudiendo andar su familia le niega un cochecito de inv¨¢lido que le permitir¨ªa acompa?ar a sus tullidos y enfermos amigos. El recital que ofrece en El verdugo intentando con todo tipo de artima?as sentimentales y laborales que su yerno herede su atroz trabajo, consistente en darle garrote vil a los condenados, es una de las m¨¢s complejas y grandiosas creaciones de la historia del cine.
Ninguna retina m¨ªnimamente agradecida podr¨¢ olvidar al pintoresco alcalde de Bienvenido, Mr. Marshall, sus dada¨ªstas discursos a los vecinos, encabezando ese desfile popular en el que cantan aquello tan impagable de "?Americanos, gordos y sanos, primos hermanos, os recibimos con alegr¨ªa!", o a Isbert disfrazado de esquimal para concursar en el programa de la muy divertida Historias de la radio, o al desconsolado abuelo que busca a su nieto en La gran familia.
Siempre puede uno inventarse un pretexto para recordar y hablar de lo que ama. Pero en el caso de Isbert preferir¨ªa que la raz¨®n hubiera sido un ciclo dedicado a su extraordinario trabajo, a lo que mejor sab¨ªa hacer, y no la reedici¨®n de sus memorias, tituladas Mi vida art¨ªstica. Se me caen varias veces de las manos, pero con doloroso esfuerzo logro llegar al final. El problema tiene que ver m¨¢s con la est¨¦tica que con la ideolog¨ªa. Isbert tiene todo su derecho a considerar como la encarnaci¨®n del mal a las hordas republicanas o proclamar su infinita emoci¨®n cuando estrech¨® la mano de su caudillo. Tampoco siento ninguna empat¨ªa con las posiciones filonazis y racistas de C¨¦line y de Drieu la Rochelle, lo cual no me impide hipnotizarme con su admirable escritura.
El estilo literario de estas memorias es lamentable, el contenido tambi¨¦n. Cuenta Isbert que una vez le definieron como "un actor feliz que sabe hacernos felices". En mi caso, lo consigue. Todo lo contrario que su visi¨®n de las personas y de las cosas.
Sus mejores filmes
- Lola, la Piconera (Luis Luc¨ªa, 1951).
- Bienvenido Mr. Marshall (Luis Garc¨ªa Berlanga, 1952).
- Historias de la radio (Jos¨¦ Luis S¨¢enz de Heredia, 1955).
- Mi t¨ªo Jacinto (Ladislao Vajda, 1956).
- Calabuch (Luis Garc¨ªa Berlanga, 1956).
- Los ladrones somos gente honrada (Pedro L. Ram¨ªrez, 1956).
- Los jueves, milagro (Luis Garc¨ªa Berlanga, 1957).
- La vida por delante (Fernando Fern¨¢n-G¨®mez, 1958).
- El cochecito (Marco Ferreri, 1960).
- La gran familia (Fernando Palacios, 1962).
- El verdugo (Luis Garc¨ªa Berlanga, 1964).
- La familia y uno m¨¢s (Fernando Palacios, 1965).
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