Fantasmas de pasadas cumbres
El mundo afronta una crisis financiera dram¨¢tica que muchos expertos gubernamentales consideran m¨¢s grave que la Gran Depresi¨®n de entreguerras. Antes de 2008, los expertos dec¨ªan que una Gran Depresi¨®n era imposible gracias a la fuerza y la profundidad de los mecanismos de cooperaci¨®n creados al final de la segunda guerra mundial.
De modo que la cumbre del G-20 ha infundido enormes esperanzas de que el internacionalismo pueda superar una vez m¨¢s una pl¨¦tora de problemas econ¨®micos. Lamentablemente, ya s¨®lo la magnitud de las esperanzas sugiere que la decepci¨®n es casi segura.
El simbolismo del lugar de su celebraci¨®n es desafortunado, pues transmite reminiscencias del principal intento frustrado de dirigir la econom¨ªa mundial durante la Gran Depresi¨®n. La Conferencia Econ¨®mica Mundial de 1933 se reuni¨® tambi¨¦n en Londres, en el Museo Geol¨®gico, con una participaci¨®n a¨²n mayor: sesenta y seis pa¨ªses. Los participantes en la cumbre de 2009 tal vez no visiten el Museo Geol¨®gico, pero tendr¨¢n que afrontar el espectro de las conferencias del pasado, pues el fracaso de 1933 ofrece importantes ense?anzas para nuestros dirigentes actuales.
Lamentablemente, ya s¨®lo la magnitud de las esperanzas sugiere que la decepci¨®n es casi segura
En primer lugar, como con la cumbre del G-20, todo el mundo esperaba que la Conferencia fracasara. La sesi¨®n plenaria qued¨® paralizada por la forma en que las comisiones preparatorias hab¨ªan trabajado. Los expertos monetarios sosten¨ªan que un acuerdo de estabilizaci¨®n de las divisas ser¨ªa sumamente deseable, pero requer¨ªa un acuerdo previo sobre el desmantelamiento de los obst¨¢culos al comercio: los altos aranceles y contingentes que se hab¨ªan introducido durante la depresi¨®n.
Los expertos comerciales se reunieron paralelamente y constituyeron la imagen especular de ese argumento. Convinieron en que el proteccionismo era, evidentemente, un defecto, pero pensaban que era necesario y no se pod¨ªa abordar sin la estabilidad monetaria. S¨®lo la direcci¨®n de una determinada gran potencia, dispuesta a sacrificar sus intereses nacionales particulares para acabar con el atolladero resultante, podr¨ªa haber salvado te¨®ricamente la reuni¨®n, pero semejante direcci¨®n era tan improbable entonces como ahora.
De hecho, la segunda ense?anza de la Conferencia de Londres de 1933 consiste en la nula disposici¨®n de los gobiernos en tiempos de gran dificultad econ¨®mica a hacer sacrificios que pudieran entra?ar costos a corto plazo. Aun cuando el resultado hubiera sido la estabilidad a m¨¢s largo plazo, las consecuencias pol¨ªticas inmediatas eran demasiado desagradables. En circunstancias econ¨®micas adversas, los gobiernos se sent¨ªan vulnerables e inseguros y no pod¨ªan permitirse el lujo de perder el apoyo p¨²blico.
Al final, al comprender que afrontaban un fracaso inevitable, los participantes buscaron un chivo expiatorio. La Conferencia de 1933 parec¨ªa una novela polic¨ªaca cl¨¢sica en la que todas las partes ten¨ªan un motivo para ser sospechosas. Reino Unido y Francia hab¨ªan abandonado el internacionalismo, al adoptar sistemas comerciales conocidos como "preferencia imperial", que favorec¨ªa sus imperios de ultramar. El presidente de Alemania acababa de nombrar el agresivo y radical Gobierno de Adolf Hitler. La delegaci¨®n alemana estaba encabezada por Alfred Hugenberg, quien no era nazi, pero quer¨ªa mostrar que era un nacionalista m¨¢s implacable incluso que el propio Hitler. El Gobierno de Jap¨®n acababa de enviar tropas a Manchuria.
De todas las mayores potencias participantes en Londres, EE UU parec¨ªa la m¨¢s razonable e internacionalista con mucho. Ten¨ªa un nuevo y carism¨¢tico presidente, cuyo esp¨ªritu cosmopolita y angl¨®filo era conocido. Franklin Roosevelt estaba ya adoptando medidas vigorosas contra la depresi¨®n e intentando reorganizar el fallido sistema bancario de EE UU.
Roosevelt no sab¨ªa qu¨¦ postura adoptar en la conferencia y sus numerosos asesores ofrecieron consejos incoherentes. Al final, perdi¨® la paciencia y anunci¨® que de momento EE UU no ten¨ªa intenci¨®n de estabilizar el d¨®lar. Ese mensaje, pronunciado el 3 de julio de 1933, se conoci¨® como el zambombazo. Roosevelt habl¨® de la necesidad de restablecer "el sano sistema econ¨®mico interno de una naci¨®n" y conden¨® los "viejos fetiches de los llamados banqueros internacionales".
Todos fingieron sentirse escandalizados ante el fracaso del internacionalismo, pero, al mismo tiempo, estuvieron encantados de tener a alguien a quien echar la culpa del fracaso de la conferencia.
En 2009 afrontamos un conjunto de circunstancias similares. Las l¨ªneas de conflicto han quedado trazadas claramente y por adelantado. EE UU quiere que el mundo se lance a ejecutar programas de est¨ªmulo macroecon¨®mico y cree que la complicada tarea de reinventar y reorganizar la supervisi¨®n y la regulaci¨®n financieras puede esperar. Muchos pa¨ªses europeos no pueden permitirse el lujo de un plan de est¨ªmulo, en vista de que sus finanzas p¨²blicas ya no dan m¨¢s de s¨ª, y lo que quieren en su lugar, es lograr avances en la regulaci¨®n internacional de la banca.
Tambi¨¦n est¨¢n ya preparadas las coartadas para el fracaso. No es probable que la nueva cumbre produzca un plan de est¨ªmulo coordinado ni un programa detallado para un sistema seguro de regulaci¨®n financiera. A lo largo de toda la reuni¨®n, los participantes estar¨¢n esperando al momento en que uno de los dirigentes (tal vez Angela Merkel) pierda la paciencia y haga la observaci¨®n obvia y cierta de que el proceso es un desperdicio de esfuerzos. Entonces todo el mundo denunciar¨¢ a esa estadista honrada por haber hecho naufragar el internacionalismo.
En el decenio de 1930 fueron los gobiernos autocr¨¢ticos y beligerantes de Alemania y de Jap¨®n los que pudieron obtener m¨¢s r¨¦ditos del fracaso de la conferencia de Londres. Tambi¨¦n en la conferencia de Londres actual es probable que se utilice un arma ret¨®rica contra los grandes gobiernos occidentales y brinde un motivo para aplicar nuevas formas de capitalismo de Estado.
Harold James es profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Escuela Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton y profesor de Historia en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Copyright: Project Syndicate, 2009 Traducci¨®n de Carlos Manzano
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