De lo s¨®lido a lo l¨ªquido
La crisis instalada entre nosotros ha reclamado la vigencia de los ciclos econ¨®micos, que algunos hab¨ªan dado por superados por una din¨¢mica de crecimiento sin fin. Tampoco el discurrir de la historia es lineal, como se apresur¨® a anunciar Francis Fukuyama, ni lo es tampoco, dentro de su corriente m¨¢s amplia, el de la pol¨ªtica, como podemos comprobarlo ahora mismo en casa. Las ¨²ltimas elecciones han establecido en Euskadi un tiempo de vuelta, un cambio de ciclo. Y aunque no se sabe bien cu¨¢l ser¨¢ el punto de llegada del camino que se emprende, s¨ª se percibe que ese nuevo tiempo no va a estar conformado por los ingredientes de identidad ideol¨®gica, radicalidad y desprecio del pluralismo que han caracterizado el ciclo que se ha cerrado.
Sin que se haya desentra?ando suficientemente las causas, en la pol¨ªtica vasca se ha producido en el espacio de seis meses una s¨²bita aceleraci¨®n del tiempo, que, de forma simult¨¢nea, ha quebrado una trayectoria que se pretend¨ªa imparable. El 1 de marzo no se produjo un terremoto, pero las alteraciones causadas por sus resultados han propiciado im¨¢genes que resultaban inimaginables el 25 de octubre anterior. Por ejemplo, que el mismo PNV que a partir de Lizarra secund¨® impl¨ªcitamente la consigna de ETA de romper todos los v¨ªnculos con los "enemigos del Pueblo Vasco" hiciera al Partido Popular una oferta de colaboraci¨®n abierta. Una propuesta que inclu¨ªa la opci¨®n, a¨²n m¨¢s impensable, de explorar la posibilidad de gobernar juntos.
Todav¨ªa resulta m¨¢s notable que tal posibilidad se plantease acompa?ada de la pretendida continuidad como lehendakari de la persona que se ha enfrascado en la realizaci¨®n de un proyecto exclusivamente nacionalista, y cuando en la estrategia a medio plazo del PNV y su programa electoral sigue vigente la doctrina del reconocimiento del derecho a decidir. Cabe recordar que en los simulacros de conversaciones postelectorales para formar gobierno en 1999 y 2001 (en 2005, con el tripartito consagrado, carec¨ªan de sentido pese a su minor¨ªa parlamentaria) Ibarretxe y su partido impusieron como condici¨®n de arranque que hubiera un "diagn¨®stico compartido" sobre la paz y la normalizaci¨®n pol¨ªtica. Teniendo en cuenta que desde Lizarra ese ¨²ltimo concepto se tradujo a autodeterminaci¨®n y territorialidad y que por esas fechas Joseba Egibar anunciaba la independencia para 2004, puede imaginarse que por aquel entonces resultaban bastante quim¨¦ricos esos gobiernos PNV-PSE o PNV-PP ahora se barajan con absoluta normalidad.
Es una explicaci¨®n demasiado simplista sostener que la pura expectativa del PNV de verse fuera de un poder que cre¨ªa tener en usufructo ha sido el mecanismo activador de los resortes pragm¨¢ticos que hab¨ªa reprimido en la etapa anterior. Tampoco la llegada de la crisis aparece como motivo suficiente para el s¨²bito barrido en la comunidad aut¨®noma de barreras pol¨ªticas y esquemas doctrinales que parec¨ªan perdurables. Quiz¨¢ sea m¨¢s razonable pensar que lo que han hecho los nada revolucionarios resultados del 1 de marzo es certificar la caducidad de procesos y discursos que estaban ya agotados. Puede decirse que la viabilidad del cambio ha terminado de pinchar la burbuja ideol¨®gica que se hinch¨® en la ¨²ltima d¨¦cada y separ¨® a la c¨²pula dirigente del nacionalismo institucional de una sociedad que sigue respirando pluralidad y no est¨¢ para experimentos extremos. Sin embargo, el tama?o y la densidad que alcanz¨® el globo soberanista sin que se hiciera evidente para quienes lo inflaron su falta de masa cr¨ªtica muestra tambi¨¦n la capacidad que tiene el poder pol¨ªtico para imponer al conjunto de la sociedad sus propuestas y objetivos particulares. Sobre todo en un momento de bonanza econ¨®mica, cuando se difumina la artificialidad y el coste social de esa apuesta.
Una vez quitado el tap¨®n de las identidades forzadas, lo s¨®lido se ha hecho fluido, multiplicando sobre el papel las hasta ahora limitadas combinaciones pol¨ªticas. La respetabilidad cobrada por el PP vasco, hasta ayer estigmatizado y aislado, y hoy requerido e imprescindible para gobernar, muestra la intensidad del cambio operado. Y qu¨¦ no decir del hecho de que el PNV vuelva a invocar como valor positivo el gobierno entre diferentes, los acuerdos de integraci¨®n o la antes denostada transversalidad.
Sin embargo, esa aceleraci¨®n del tiempo no es tampoco tan poderosa como para borrar los rastros de la etapa anterior, cuando Ibarretxe condujo a su partido a una orilla mientras afirmaba ocupar el cauce central de la pol¨ªtica vasca. A ese acusado descentramiento previo, y no a la sustituci¨®n de un frentismo por otro presunto de signo contrario, se debe el desplazamiento del PNV del gobierno, la imagen m¨¢s potente de un cambio en Euskadi que puede ser mucho m¨¢s profundo.
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