La verdad del cuento
Va para treinta a?os que empec¨¦ a ocuparme de los cuentos populares espa?oles. Los verdaderos cuentos de nuestras abuelas, que nada tienen que ver con los de Perrault, Grimm, Andersen..., y mucho menos con los de Disney & Co, salvo una cosa: que todos proceden de un tronco com¨²n, el viejo tronco de la cultura indoeuropea, que se extendi¨® desde el noroeste de la India al cabo San Vicente, en tiempos prehist¨®ricos y hasta casi hoy, cuando ya las pobres abuelitas han sido arrumbadas por la tele o la videoconsola.
Es admirable la enorme extensi¨®n geogr¨¢fica que tuvieron esas historias, centenares de ellas, circulando de un lado para otro, burlando toda clase de fronteras pol¨ªticas y ling¨¹¨ªsticas, transmitidas por las tertulias campesinas y hogare?as, al amor de la lumbre, o al aire libre de las noches de verano. Sin duda, el m¨¢s intenso proyecto intercultural que ha llevado a cabo la especie humana.
La pena es que la cultura oficial nos impuso los modelos franc¨¦s, alem¨¢n, n¨®rdico... cuando aqu¨ª ten¨ªamos esos mismos cuentos (en castellano, catal¨¢n, gallego, euskera...), s¨®lo que en nuestras propias adaptaciones, con la gracia y el sabor primigenio de una forma de cultura que no se paraba en remilgos, afeites ni moralinas, esto es, perfectamente incorrectos. En ellos encontraremos a nuestras Cenicientas y Blancanieves, siempre con otro nombre: Los tres trajes, Estrellita de Oro, La madre envidiosa, Mariquilla y sus siete hermanitos, etc¨¦tera, donde, efectivamente, la envidiosa suele ser la propia madre de la hero¨ªna, y no la madrastra; la hermanastra de Cenicienta recibe el don contrario de salirle un rabo de burro en la frente; los supuestos enanitos del bosque son los siete hermanos bandoleros; el gallo Kirico se mancha el pico con caca de vaca, el medio pollito esconde a todos sus aliados en su medio culito, la hija del jornalero duerme a oscuras con el Pr¨ªncipe Lagarto, y la ni?a que riega las albahacas administra un severo escarmiento a un pr¨ªncipe acosador de doncellas. Tambi¨¦n exist¨ªa un Bello Durmiente, contrapuesto punto por punto al modelo sexista. Y as¨ª una infinidad de cuentos extraordinariamente sabrosos, muchas veces heterodoxos, pero siempre deslumbrantes.
?Qu¨¦ ser¨¢ de ellos? A duras penas hemos llegado a tiempo de salvar del olvido a unos cuantos. Pero depende de todos nosotros el que no mueran por completo.
Antonio Rodr¨ªguez Almod¨®var es escritor y experto en cuentos.
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