Dieciocho a?os despu¨¦s
En 1991 naci¨® el Instituto Cervantes con una singularidad que lo diferencia de los institutos de otros pa¨ªses: es la casa com¨²n en el exterior de la cultura no s¨®lo espa?ola, sino tambi¨¦n latinoamericana
Fue el a?o en que Francisco Ayala obtuvo el Premio Cervantes, en que murieron Mar¨ªa Zambrano y Gabriel Celaya, en que ?lvaro Mutis public¨® Abdul Bashur, so?ador de nav¨ªos, en que Pedro Almod¨®var estren¨® Tacones lejanos. Aquel 1991, por estos mismos d¨ªas, tambi¨¦n se cre¨® el Instituto Cervantes, porque paulatinamente se hab¨ªa abierto paso la idea de que ten¨ªamos entre las manos un tesoro sin aprovechar: la lengua que por entonces hablaban 300 millones de personas.
Como tantas veces ocurre, hac¨ªa tiempo que m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras algunos hab¨ªan sacado ya consecuencias de aquel hecho. Sin remontarse muy atr¨¢s, apenas a 1985, uno de los esp¨ªas m¨¢s relevantes del siglo XX, el conde Alexandre de Marenches, se lamentaba en sus memorias de que el franc¨¦s no tuviera una presencia en el mundo comparable con la del espa?ol. Marenches, que fue consejero de reyes y de presidentes y que hab¨ªa dirigido durante 11 a?os los servicios secretos de Francia, so?aba con disponer de una zona de influencia cultural francesa que recorriera el continente africano de norte a sur, desde T¨¢nger a Angola y Namibia, con el fin de acrecentar el peso pol¨ªtico de su pa¨ªs en el mundo. Porque "lo que de verdad cuenta -aseguraba con la franqueza de quien est¨¢ acostumbrado a hablar sin eufemismos- es la cultura".
Hay quienes opinan que el Cervantes naci¨® demasiado tarde. Espa?a lo cre¨® cuando pudo
Jorge Luis Borges, Pablo Neruda y Octavio Paz son tan nuestros como Federico Garc¨ªa Lorca
La m¨²sica de estas palabras suena bien, aunque en el fondo, y como habr¨ªa dicho la generaci¨®n de Ortega, aquello era vieja pol¨ªtica. Desprend¨ªa olor a rancio porque se trataba de una concepci¨®n de la cultura en t¨¦rminos de poder que hunde sus ra¨ªces en los a?os 30 del pasado siglo, cuando el ascenso de los fascismos y del estalinismo convirti¨® las relaciones culturales internacionales en un instrumento al servicio de la confrontaci¨®n entre las potencias. La cultura, la lengua y su prestigio en el exterior formaban parte del arsenal que los Estados fueron acumulando y que llev¨® de forma inexorable a la debacle de la Segunda Guerra Mundial, as¨ª que no resulta extra?o que precisamente en esa d¨¦cada se crearan varios institutos culturales en Europa.
Tras la guerra, Alemania fund¨® el Instituto Goethe en 1951 con la esperanza de cambiar la deteriorada imagen exterior del pa¨ªs y sin la necesidad apremiante de obtener resultados pol¨ªticos inmediatos. Constituy¨® un gran acierto, pero s¨®lo despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn empez¨® a dibujarse el instituto cultural que hoy se considera ejemplar: una instituci¨®n plural y abierta, alejada del sectarismo, lugar de encuentro entre lenguas y culturas y que, aun sostenida en alta proporci¨®n con fondos p¨²blicos, act¨²a con criterios profesionales y libre de las conveniencias a corto plazo de los gobiernos. De ese grupo -todav¨ªa minoritario, hay que a?adir- forma parte el Cervantes. Por eso el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Bernard Kouchner, lo acaba de poner como modelo para el nuevo Instituto Franc¨¦s. El conde de Marenches ha ca¨ªdo en el olvido incluso en su propio pa¨ªs.
Hay quienes opinan que el Cervantes naci¨® demasiado tarde. Sin embargo, es preciso subrayar que Espa?a lo cre¨® cuando pudo. Resulta impensable la existencia de una instituci¨®n especializada, independiente y volcada en la acci¨®n cultural internacional durante el franquismo, en un pa¨ªs encerrado en s¨ª mismo, aislado del exterior y sin credibilidad. Fue un buen momento, en cambio, aquel a?o de 1991 en que la democracia estaba plenamente asentada y en que resultaba imprescindible mostrar que la realidad de Espa?a era mejor que su imagen en el extranjero, pues la imagen exterior de un pa¨ªs est¨¢ formada por estereotipos que se transforman a un ritmo extraordinariamente lento y cuyos efectos s¨®lo se advierten a largo plazo.
A?¨¢dase que la cultura es uno de los elementos que m¨¢s contribuyen a fijar esa visi¨®n. Una cultura con prestigio no s¨®lo ayuda a que sus creadores sean m¨¢s conocidos, sino que impregna con un halo de seriedad y buen hacer todo lo que se refiere a un pa¨ªs, desde sus productos industriales a su cr¨¦dito internacional. En t¨¦rminos de hoy, la cultura es uno de los principales componentes de la nueva diplomacia p¨²blica.
El Cervantes naci¨®, adem¨¢s, con una singularidad que lo diferencia de los institutos culturales de otros pa¨ªses y que con el tiempo se ha demostrado esencial para llevar a cabo su trabajo: si la lengua espa?ola es una -de hecho, la m¨¢s homog¨¦nea de entre las grandes lenguas inter-nacionales-, tambi¨¦n lo es la cultura en espa?ol. Se trata de un asunto de gran calado. El British Council ense?a el ingl¨¦s brit¨¢nico, de igual manera que el Instituto Goethe no contempla en sus actividades la cultura austriaca o la suiza de lengua alemana. Sin embargo, el Cervantes se ha convertido en la casa com¨²n en el exterior de la cultura espa?ola e hispanoamericana porque ense?a todas las variedades de la lengua y porque considera que lo que importa no es la nacionalidad de los creadores, sino difundir su obra. Disponemos de una gran lengua de comunicaci¨®n internacional porque es hablada por los espa?oles y por los ciudadanos de m¨¢s de 20 pa¨ªses. Lo mismo ocurre con la cultura: Borges, Neruda y Octavio Paz son tan nuestros como Federico Garc¨ªa Lorca. As¨ª nos ven tambi¨¦n en el exterior, como una gran cultura que va m¨¢s all¨¢ de las nacionalidades de origen. Si el Instituto Cervantes ha logrado representar e impulsar esta gran comunidad cultural, sin suscitar recelos ni suspicacias en los pa¨ªses latinoamericanos, se debe adem¨¢s a que se conoce su autonom¨ªa de funcionamiento.
Han pasado 18 a?os y han cambiado muchas cosas. Aquellos 300 millones de hispanohablantes se han convertido en 450 millones, sabemos que hay al menos 14 millones de estudiantes de espa?ol en el mundo, que los hispanos no son ya el 8% de la poblaci¨®n de Estados Unidos sino el 15%, que a mediados de siglo ese pa¨ªs ser¨¢ el que cuente con mayor n¨²mero de hablantes de espa?ol, unos 132 millones, y que es la tercera lengua en Internet. Sabemos tambi¨¦n que el espa?ol se estudia cada vez m¨¢s como lengua extranjera por las mismas razones que nuestros hijos deben aprender ingl¨¦s: porque es una lengua ¨²til para prosperar profesionalmente. Sabemos, en definitiva, que, justo en el momento en que el Instituto Cervantes alcanza la mayor¨ªa de edad, ya nadie duda de que el espa?ol, el ingl¨¦s y el chino son las tres grandes lenguas de comunicaci¨®n internacional en el siglo XXI. Y es el nuevo siglo, con sus nuevas exigencias y desaf¨ªos, el que demanda del Instituto un papel acorde con un mundo globalizado y en mutaci¨®n. Es decir, un instrumento capaz de trabajar en la sociedad del conocimiento, de utilizar, en todos los ¨¢mbitos, las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y de la comunicaci¨®n m¨¢s innovadoras para llegar all¨¢ donde no llega f¨ªsicamente, de atraer a las j¨®venes generaciones, de actuar como un poderoso motor de comunicaci¨®n exterior de Espa?a, de las lenguas de Espa?a y de la cultura espa?ola e hispanoamericana en todo el mundo.
La Gram¨¢tica de Nebrija de 1492 conten¨ªa previsoramente un Libro V dedicado a los extranjeros que quisieran aprender espa?ol, hacia 1520 un autor an¨®nimo public¨® en Amberes el primer manual, y a fines del siglo XVI Richard Percyvall -otro esp¨ªa, esta vez brit¨¢nico- se sirvi¨® de dos prisioneros espa?oles para mejorar su obra Bibliotheca Hispanica, que inclu¨ªa una gram¨¢tica y un diccionario de espa?ol, ingl¨¦s y lat¨ªn. Hoy, en tiempos de permanente innovaci¨®n, la ense?anza y difusi¨®n de la lengua, de nuestra cultura nada tienen que ver con servicios secretos, relaciones de poder ni estrategas aquejados de megaloman¨ªa, sino con profesores y poetas, con novelistas, cient¨ªficos, cineastas y artistas, con gestores culturales, con bibliotecarios, medios de comunicaci¨®n y usuarios de las tecnolog¨ªas, con industrias culturales y hasta con los millones de personas que viajan al extranjero para conocer de cerca c¨®mo son, qu¨¦ hacen y qu¨¦ piensan los otros. Es decir, tienen que ver con todos nosotros.
Carmen Caffarel es directora del Instituto Cervantes.
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