El regreso del 'Un, dos, tres...'
Hipotecados, endeudados, y cada vez m¨¢s amenazados por el paro y la miseria, los ciudadanos del mundo globalizado contemplan la actual crisis econ¨®mica con preocupaci¨®n, temor, angustia y, sobre todo, impotencia. A la manera de aquellos "sufridores" que invent¨® Chicho Ib¨¢?ez Serrador en una de las ¨²ltimas reencarnaciones de su programa Un, dos, tres..., lo vemos todo desde el otro lado de una pared de cristal, y nos est¨¢ vedado intervenir.
Los sufridores del concurso televisivo eran unos concursantes especialmente desdichados ya que nada pod¨ªan hacer por inclinar la suerte a su favor. Nada que no fuera observar a los concursantes aut¨¦nticos, a cuya fortuna o fatalidad estaba atada la de los sufridores, que no ten¨ªan ni siquiera el derecho a decidir. Con su caracter¨ªstico humor negro, Ib¨¢?ez Serrador invent¨® esa figura del concursante vicario cuyas angustias le proporcionaban un mont¨®n de planos cortos que mostraban el gesto anhelante o torturado de quienes lo ganaban o perd¨ªan todo sin haber tenido nunca la menor oportunidad de tomar parte en la determinaci¨®n del signo de su destino.
El dinero no volver¨¢ a la econom¨ªa real si no se le garantiza que aumentar¨¢ su riqueza
El dinero se ha vuelto caprichoso, desleal, ego¨ªsta y desconfiado
Tal vez sea ¨¦sta la ¨²nica verdad de la humana condici¨®n, en tiempos de crisis o de bonanza, y puede que todo lo dem¨¢s no sean sino meras fantas¨ªas. Tal vez cuando creemos saber, comprender, decidir, no estemos haciendo m¨¢s que so?ar. Somos, por tanto, unos sufridores con el destino malvendido, hipotecado, enajenado, sin el menor control sobre nuestra suerte.
Lo somos siempre, pero ahora se nos nota mucho m¨¢s. La grav¨ªsima crisis econ¨®mica que est¨¢ empezando a morder nuestras finanzas personales con la misma frialdad con la que el ¨¢cido del grabador muerde la plancha, deja al desnudo la desdichada posici¨®n que ocupamos los ciudadanos del mundo entero.
Como aquellos sufridores del Un, dos, tres..., ni controlamos los expedientes de regulaci¨®n de empleo que nos llevan al paro, ni las jubilaciones anticipadas con las que otras empresas van reduciendo su plantilla. No decidimos el nivel del Eur¨ªbor ni el grado de liquidez del sistema bancario.
Nuestro rostro hace muecas dignas de un pintor expresionista, y nuestras manos tantean sin ¨¦xito la pared de cristal que nos separa de quienes s¨ª toman decisiones. Nos esforzamos, tratando de encontrar el modo de abrirnos paso hacia ese otro lugar donde se responden preguntas, se elige una de las enigm¨¢ticas tarjetas que lee parcialmente ("hasta aqu¨ª puedo leer...") Mayra G¨®mez Kemp, y detr¨¢s de cuyos pareados se esconde la fortuna, o la calabaza. S¨®lo as¨ª, pensamos, ser¨ªamos aut¨¦nticos concursantes en lugar de serlo por persona interpuesta.Claro que quiz¨¢s, como todos los envidiosos, envidiemos lo que no queremos, lo que no nos servir¨ªa de nada. Leyendo a Joseph Stieglitz hace unos meses en este mismo diario, me consol¨¦ como un tonto pensando que mi ignorancia absoluta de los asuntos financieros era mal de muchos, e incluso mal compartido por los expertos. Pues el afamado economista afirmaba no haber llegado jam¨¢s a entender qu¨¦ era exactamente lo que se escond¨ªa en cierto complejo y abstruso producto financiero. Uno de esos, pens¨¦, que escond¨ªan subprimes y otras cosas no menos vergonzosas.
Pero desde la inc¨®moda posici¨®n del que ni sabe nada ni puede nada, lo cierto es que contemplamos entre embobados y esperanzados a quienes ocupan esos lugares privilegiados que habitan los poderosos. Y creo que no violento en exceso la comparaci¨®n si afirmo que el papel de concursantes en el Un, dos tres... de la vida, en esta feria de vanidades ayer, y de desdichas hoy, lo ocupan los dirigentes de nuestros pa¨ªses y de sus instituciones: los pol¨ªticos, los altos funcionarios de las instancias financieras globales, los empresarios y dirigentes de las grandes corporaciones y los dem¨¢s miembros de tan select¨ªsimo y minoritario club.
Desde nuestro punto de vista de sufridores, su posici¨®n resulta como digo envidiable. Ellos, al menos, disponen de un grado elevado de libertad. Ellos deciden cu¨¢ndo hay que inyectarle liquidez al mercado; qu¨¦ banco, aseguradora o empresa automovil¨ªstica merece ser salvado de la bancarrota, cu¨¢nto hay que bajar los tipos de inter¨¦s, qu¨¦ dinero vale la pena apostar en el mercado de futuros de los combustibles s¨®lidos, a qui¨¦n se le concede una l¨ªnea de descuento y a qui¨¦n una hipoteca, a d¨®nde conviene llevarse la producci¨®n de autom¨®viles, de tornillos o de sellos de correos.
Despu¨¦s de las reuniones del G-20 o el G-8, cuando se colocan para la foto de grupo, o cuando dan cada uno su conferencia de prensa, y explican c¨®mo van a refundar el capitalismo, o impedir que las colas ante la oficina del paro den diez vueltas a la manzana, parecen especialmente poderosos, como sacerdotes milagreros que van a repartir suerte y favores entre los desfavorecidos.
Pero la crisis est¨¢ demostrando que su poder es muy limitado, que sus decisiones anunciadas siempre ante multitud de c¨¢maras y micr¨®fonos, no poseen una influencia muy grande en el devenir de los pa¨ªses ni el de sus econom¨ªas, y que al final, como en el Un, dos, tres..., acaba llegando el momento en el que tambi¨¦n ellos han de callarse para escuchar "la voz de los grandes taca?ones", una voz campanuda y potente que decide d¨®nde est¨¢ el bien y d¨®nde el mal, y que resulta inapelable.
En la crisis actual, esa voz decisiva de verdad es la del dinero, ese caballero poderoso del que hablaba Quevedo, ese ser incorp¨®reo, ese fantasma desalmado al que no parece haber qui¨¦n le tosa, tampoco en nuestros d¨ªas. Como una fiera malcriada, el dinero se ha vuelto caprichoso, desleal, ego¨ªsta. Nadie le ha visto el rostro, como no sea la cara de alg¨²n tramposo como el malvado Madoff, o el de alg¨²n alto ejecutivo que se ha ido de pic-nic a las Bahamas al d¨ªa siguiente de que su empresa fuera rescatada de la quiebra por una de esas inyecciones de ayuda proporcionada por alg¨²n pol¨ªtico neoliberal reconvertido.
Unas ayudas, por cierto, que parecen ir siempre destinadas a caer en pozos sin fondo, tanto si premian la mala gesti¨®n y escasa inventiva de una industria entera como si tratan de evitar la fuga deslocalizadora de empresas mimadas y subvencionadas (al parecer sin condiciones) por gobiernos regionales o continentales.
El dinero es desconfiado, nos dicen los expertos. ?Y c¨®mo no iba a serlo, si ha mandado como le ha dado la gana, si ha sido adulado y venerado por casi todos, si ha podido hacer su capricho durante tantos a?os sin que nadie le parase los pies, si s¨®lo ha aceptado tratos cuando se le garantizaban r¨¦ditos extraordinarios? ?C¨®mo va a fiarse el dinero de nadie, si ahora se le dice que ha de conformarse con lo que hay, que es bien poco, y se le amenaza con regulaciones, si pretenden ponerle cortapisas a su para¨ªso desregulado de los ¨²ltimos 15 a?os?
Al igual que una fiera consentida, el dinero se negar¨¢ a aceptar que lo pongan a dieta. El dinero se ha ido a comprar oro, se ha escondido en las cajas de seguridad, en las cuentas secretas, en los para¨ªsos fiscales. El dinero sabe que los ping¨¹es negocios de la Bolsa han dejado de ser ping¨¹es e incluso negocios. La llamada funci¨®n social al dinero le import¨® siempre un pepino, y ahora m¨¢s que nunca.
Por fin lo sabemos: los grandes taca?ones no son ni los pol¨ªticos ni los due?os de bancos. Ni siquiera los presumidos que aparecen en las listas de Fortune, que sigue valorando la riqueza en los anticuados t¨¦rminos del valor de sus carteras accionariales, menuda broma.
El dinero se ha largado de las Bolsas por las buenas, y ni las rogativas de los bancos mundiales ni las de los diversos grupos de dirigentes de pa¨ªses ricos, le har¨¢n regresar para "crear riqueza". El dinero no va a volver a la "econom¨ªa real" (otra broma) si no se le garantiza que lograr¨¢ aumentar desaforadamente su propia riqueza. La ¨²nica que para el dinero cuenta.
Ya pueden ir trazando planes los concursantes, nuestros queridos pol¨ªticos y dem¨¢s dirigentes mundiales. Lo ¨²nico que se han llevado de esta edici¨®n del concurso es una fea calabaza.
Enrique Murillo es escritor y editor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.