?Para qu¨¦ quiso ser Papa?
Conoc¨ª en Roma, hace ahora 50 a?os, al entonces simple te¨®logo progresista, Joseph Ratzinger, cuando era asesor del tambi¨¦n progresista episcopado alem¨¢n. Era ya como hoy: delgado, de mirada esquiva y misteriosa, lo opuesto del otro te¨®logo tambi¨¦n asesor de los obispos progresistas, el suizo Hans K¨¹ng, todo ¨¦l alegr¨ªa y vitalidad. Eran los tiempos del Concilio Vaticano II. Juan XXIII, que hablaba por tel¨¦fono con Kruschev en ruso para intentar evitar la guerra de los misiles de Cuba, lanz¨® un reto al mundo descre¨ªdo y pidi¨® que volviera a la Iglesia. Abri¨® las puertas a los episcopados m¨¢s avanzados, grit¨® contra los "profetas de desventuras", se gan¨® a la inteligencia de la Iglesia de entonces. Se vislumbr¨® la esperanza.
El te¨®logo Ratzinger conduce a la Iglesia por la senda de la intransigencia y la pol¨¦mica
Dur¨® poco. Un cardenal espa?ol que, como tal, formaba parte de uno de los episcopados m¨¢s oscuros del mundo, dijo al clero, al volver a su di¨®cesis: "Y ahora a esperar que las aguas vuelvan a su cauce". Volvieron en parte, por obra sobre todo de Ratzinger, que cambi¨® de piel y lleg¨® a escribir un libro contra aquel Concilio, que en su opini¨®n hab¨ªa sido un "error". Fue premiado: le hicieron obispo, despu¨¦s cardenal y m¨¢s tarde guardi¨¢n de la ortodoxia como Prefecto de la Sagrada Congregaci¨®n de la Fe, la heredera de la antigua Inquisici¨®n.
Ratzinger us¨® mano de hierro contra la inteligencia progresista de la Iglesia, apoyado s¨®lo en parte por el Papa polaco Wojtyla. Conden¨® a todos los te¨®logos capaces de pensar, sobre todo a los te¨®logos de la liberaci¨®n, que intentaban devolver a los pobres de Am¨¦rica Latina la esperanza traicionada de los Evangelios. Recuerdo la ma?ana del proceso en Roma a un te¨®logo brasile?o, el franciscano Leonardo Boff. Le esper¨¦ cuatro horas a la puerta del ex Santo Oficio. Sali¨® cansado, pero seguro, digno. "Me ha condenado. No podr¨¦ seguir escribiendo", dijo con tristeza y dolor. Me relat¨® algunas escenas del proceso con Ratzinger. "Me dijo que estaba m¨¢s guapo con el h¨¢bito de franciscano y yo le advert¨ª de que quiz¨¢s fuese verdad, pero que si en un autob¨²s, en Brasil, fuera vestido as¨ª, todos me dejar¨ªan su asiento. Ser¨ªa un hombre de poder y no un siervo de Jes¨²s, pobre con los pobres", me cont¨®.
Silencioso y misterioso, impenetrable y siempre un duro suave pero inconmovible, convencido de su valer, Ratzinger quiso m¨¢s: aspir¨® a las llaves de Pedro. Us¨® el C¨®nclave que deber¨ªa elegir al sucesor del carism¨¢tico y casi santificado en vida Juan Pablo II, para eliminar a todos los posibles candidatos menos conservadores que ¨¦l. Se apoder¨® de las reuniones de los cardenales reunidos en Roma para la elecci¨®n del nuevo papa. Les prohibi¨® hablar con los medios de comunicaci¨®n. Les convenci¨® de que Europa se estaba hundiendo, v¨ªctima de su pecado de agnosticismo y rechazo a la Iglesia. Hac¨ªa falta un salvador. Se present¨® como tal en el discurso del C¨®nclave. Cre¨® una red mundial de apoyo a su candidatura. En secreto.
Fue elegido. ?Para qu¨¦? Crey¨® que era ¨¦l quien llevaba raz¨®n al decir que el Concilio Vaticano II del prof¨¦tico y anciano Juan XXIII hab¨ªa sido una equivocaci¨®n. Perdon¨® a los rebeldes contra las aperturas del Concilio, a los seguidores del excomulgado Lefevbre, a los que segu¨ªan diciendo misa contra la pared, de espaldas a los fieles, en lat¨ªn. Se olvid¨® de restituir a los te¨®logos m¨¢s abiertos la dignidad que ¨¦l mismo les hab¨ªa quitado. Se equivoc¨®. Aquel Concilio no muri¨®. Sus semillas siguen vivas en los cinco continentes y ahora empiezan a brotar, con indignaci¨®n, contra una Iglesia desorientada, donde, por primera vez en muchos siglos, se critica desde dentro o, peor a¨²n, ya no se escucha la voz del Papa.
Ratzinger se re¨ªa ben¨¦volamente de lo poco de teolog¨ªa que, seg¨²n ¨¦l, sab¨ªa el Papa polaco, que era su superior. En una cena a la que asist¨ª en Roma, en casa de un periodista alem¨¢n, se permiti¨® decir que ¨¦l ten¨ªa que leer previamente los discursos del Papa para que no tuvieran errores teol¨®gicos. Han pasado muchos a?os desde aquella cena. Hoy, el papa Ratzinger, el sutil y duro te¨®logo, no necesita que nadie le lea sus discursos para correg¨ªrselos.
Los cardenales que lo eligieron en el secreto del C¨®nclave, generalmente m¨¢s pastores que te¨®logos, se dejaron encantar con la erudici¨®n acad¨¦mica del colega alem¨¢n. Pensaron que sus altos estudios teol¨®gicos y su firmeza doctrinal iban a ayudar a enderezar a la Iglesia rebelde, heredera del Concilio. Pero se olvidaron de que no siempre caminan parejas la teolog¨ªa y la diplomacia, la dureza dogm¨¢tica y la capacidad de actuar pol¨ªticamente y con flexibilidad frente a los problemas nuevos del mundo y los dif¨ªciles equilibrios internacionales.
La teolog¨ªa de Benedicto XVI choc¨® en ?frica con la evidencia de la pol¨ªtica y de la cultura de aquellas gentes. Ha chocado en casi todas las manifestaciones en las que ha preferido anteponer su saber teol¨®gico, de cu?o intransigente y tridentino, con las esperanzas de los que a¨²n siguen pensando que la Iglesia Cat¨®lica puede ser ¨¢rbitro de paz, defensora de la diversidad de las culturas y esperanza de libertad.
En verdad, no est¨¢ consiguiendo ser recibido ni amado como lo fue el Papa que no sab¨ªa teolog¨ªa, que tambi¨¦n era conservador, pero que no se avergonzaba de escribir poes¨ªas en sus ratos libres. Quiz¨¢s en la soledad que lo agarrota en estos momentos Ratzinger se est¨¦ preguntando: "?Para qu¨¦ quise ser Papa?".
Juan Arias es periodista y autor de La seducci¨®n de los ¨¢ngeles. Un ant¨ªdoto contra la soledad (Editorial Espasa).
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