Prisioneras
Centro Penitenciario de brieva (?vila). "Mar¨ªa, llena eres de desgracia". As¨ª define su suerte Margarita Molina, madrile?a de 36 a?os, 14 de condena por robo con violencia y detenci¨®n ilegal, y por "un error com¨²n" (no volver de un permiso), que ya lleva m¨¢s de nueve cumplidos "a pelo", lo que quiere decir uno tras otro sin restar na. "Desde jovencita me conozco Carabanchel, Soto, Alcal¨¢...", informa en plan tur¨ªstico ella, que es gitana s¨®lida y reincidente; de entorno pobre y desestructurado; sin estudios, pero de verbo ¨¢gil, de las de venta ambulante y energ¨ªa sinf¨ªn... pero a ratos toda consumida por la droga. "Que antes un gramo de hero¨ªna costaba las seis mil pesetas...", dice, raya muy negra en el ojo, pelo te?ido, manos ajadas. Cuesta imaginarla atracando un banco, aqu¨ª sentada ahora, en la biblioteca de la penitenciar¨ªa abulense, esperando a otras cuatro internas para charlar de su condici¨®n presa.
"La c¨¢rcel te roba mucho, el amor de los tuyos; te impide tambi¨¦n darlo, verlos crecer, envejecer e incluso morir"
"Que la justicia se ponga las pilas, que el m¨ªo es delito feo, el de trata, pero me ha ca¨ªdo m¨¢s condena que a una asesina"
Margarita es una de las 17 internas que aparecen citadas en este texto; una de las 5.950 reclusas en Espa?a; una de las 950 que habitan en prisiones de mujeres -existen cuatro: ¨¦sta de ?vila, en Brieva; las de Alcal¨¢ de Guadaira (Sevilla) y Alcal¨¢ de Henares (Madrid). La cuarta, el CP de Mujeres de Barcelona, en Catalu?a, ¨²nica comunidad con competencias cedidas-. El resto vive en 49 m¨®dulos de los 87 centros penitenciarios totales. Seg¨²n Instituciones Penitenciarias (II?PP) est¨¢n hoy recluidos, entre preventivos y penados, 67.608 hombres y 5.950 mujeres en Espa?a. Es decir, 92%, ellos; 8%, ellas. La desproporci¨®n es asombrosa. Siglos atr¨¢s hubo quien la atribuy¨® a cuestiones biol¨®gicas, a regresiones a estadios evolutivos anteriores, a masculinizaci¨®n y anomal¨ªas; hab¨ªa quien visualizaba patrones antropom¨¦tricos. La explicaci¨®n consolidada hoy es otra, m¨¢s social, m¨¢s educativa. Lo intuye Margarita: "?Por qu¨¦ hay m¨¢s presos? La agresividad del hombre est¨¢ m¨¢s a la vista. El hombre tiene que usar la fuerza para conseguir las cosas; las mujeres tenemos m¨¢s estrategias, nuestro cuerpo si hace falta". En el tipo de crimen cometido tambi¨¦n hay distingos. El 80% de ellas est¨¢n encerradas por delitos contra la salud p¨²blica y socioecon¨®micos. Son 274 las encarcelas por homicidio y lesiones; los hombres, 4.985.
La inmensa galer¨ªa central de Brieva es un golpe de luz en tonos cremas... Las celdas, a los lados y en lo alto. M¨®dulos por colores. Las presas etarras que salen del gimnasio. Alguien en la cocina que escribe los men¨²s en el tabl¨®n ("Siete sin cerdo para las musulmanas, 18 vegetarianos...), los talleres a toda marcha (de paraguas, de costura; el de aluminio, que cierra porque se lo lleva la crisis...). Directa de aislamiento surge Elisabeth Guti¨¦rrez, de 29 a?os, madrile?a de Manoteras, presa por agresi¨®n, desarraigada, de ademanes tajantes, con ganas de hablar reprimidas de semanas... Ha llegado hace nada de Madrid I, en Alcal¨¢, donde se encerr¨® en el chabolo y agredi¨® a una funcionaria: "Se hab¨ªa ahorcado una compa?era de celda y yo la encontr¨¦ tiesa. No pod¨ªa soportarlo, me quer¨ªa ir y no me mudaban". Aparece Inmaculada S¨¢nchez, de 24 a?os, gaditana, con curr¨ªculo de maltrato y mucho centro de menores andaluz desde los 15: "Sal¨ª peor que entr¨¦, con m¨¢s rebeld¨ªa. Te chapan en un cuarto y siendo una cr¨ªa... qu¨¦ menos que haya terapias... Pues ni enfermer¨ªa; s¨®lo palizas se o¨ªan. En la escuela, ni sumar ni restar; si quer¨ªas, ibas; si no, no. Y yo, familia como si no, s¨®lo abuela y t¨ªa. Mis padres pasaron de m¨ª y al morir (mi abuela) fue el fin". As¨ª sigue, apasionada, jovenc¨ªsima, maquillada. "Muy desesperada estuve. Espero ya el segundo grado. Nunca he tenido permisos". Enganchada, apenas sin visitas, extravertida, con una hija y ese tono agresivo de r¨¦plica siempre en la voz que indica una herida fiera bien dentro.
"Son de primer grado. A ver c¨®mo se comportan", avisa el director al dejarlas. Fuera hay visita de un grupo. Y conversaci¨®n. "El sistema penitenciario es perverso...", se oye. Asienten. El director: "Estas mujeres han vivido demasiadas cosas demasiado deprisa. ?Qu¨¦ habr¨ªa sido de nosotros con lo mismo?". Un funcionario replica: "Todas vuelven. Una cosa es el deseo; otra, la realidad". Nadie tiene la llave maestra. Castigar. Pagar. Enmendarse. Reinsertarse. Volver a la normalidad. ?Cu¨¢ntas lo consiguen? Se estima que la reincidencia es en ellas del 40%; en ellos, del 60%. Y Elisabeth e Inmaculada se comportan primorosamente.
De segundo grado son la valenciana Raquel Teruel (34 a?os, a punto de casarse con una colombiana a la que conoci¨® aqu¨ª y de salir) y Concepci¨®n Sanz (39 a?os, en programa de autoayuda), que pas¨® en su momento, en 1987, hasta por Yeser¨ªas, siempre con la metadona a cuestas, de la que dice estar harta, pero con apoyo familiar y permisos. Aqu¨ª est¨¢n las cinco, todas espa?olas, deseosas de contar y contar lo suyo... aunque s¨®lo sea por salir de la monoton¨ªa de esta vida cercada y de "interior": "Que aqu¨ª el patio casi no se puede usar y el verano en ?vila dura na", Margarita dixit. Y el de estas mujeres es modelo, patr¨®n puro.
Un estudio europeo, el proyecto MIP (Mujeres, Integraci¨®n y Prisi¨®n, que muestra la realidad de las presas europeas, su vida tras la prisi¨®n y la eficacia de las pol¨ªticas sociales y penitenciarias para promover su integraci¨®n social y laboral), realizado en 2005 por la fundaci¨®n catalana SURT, y fuentes de II?PP desvelan el perfil de mujer encarcelada: joven (la media en 2008 en Espa?a es de 36), de salud precaria por sus malas condiciones de vida (maltratos, h¨¢bitos de consumo y sexuales de riesgo); con bajo nivel educativo; gran parte desempleadas, en precario o sin cualificaci¨®n. Adem¨¢s, la mayor¨ªa no tiene pareja, son solteras, separadas, viudas... Y con hijos. Es decir, familia monoparental. Situaci¨®n de hiperriesgo: hacerse cargo solas de todo es determinante para la comisi¨®n del delito. Tambi¨¦n es alta la drogodependencia: en las c¨¢rceles catalanas, por ejemplo, en 2005 la mitad de las presas eran consumidoras. Y la proporci¨®n de extranjeras (40% en Espa?a, mayor¨ªa de colombianas y rumanas), en general por delitos de drogas. O gitanas; un 30% aqu¨ª, cuando son un 2% de la poblaci¨®n.
Las cinco de Brieva hablan de amores dentro ("Amor taleguero, amor verdadero, ?o ser¨¢ pasajero") y de planes fuera. "Estoy en v¨ªas de desarrollar la voluntad para superar la droga", sigue Margarita, que conoce frases hechas a miles y cuando menos te lo esperas te suelta un "es que yo mundialmente no quiero salir en fotograf¨ªa" o "las duchas aqu¨ª son colectivas, con cortinita ¨ªntima, se?orita". Ella, madre de tres hijos adolescentes, de las que se sienten culpables en la distancia (es decir, todas), dice no saber de hombre desde hace lustros ("en mi historial no consta comunicaci¨®n"), desde que a su marido se lo llev¨® un tren por delante sin querer un mal d¨ªa.
Las otras (las diecisiete) lo confirman: que el cuerpo se adapta a todo, y la mente, tambi¨¦n. Que se aletarga ante la rutina y la falta de tantas cosas. Que pasar por la c¨¢rcel, por esto, te deja el cuerpo sin emociones; te quita el gusto por el sexo, anula lo er¨®tico; te vuelve desconfiada y hura?a. Que luego te da miedo salir, cruzar una calle; te roba el amor de otros y te impide darlo, ver crecer y envejecer a los tuyos e incluso morir; te deja un poso de miedo a que te abandone y te olviden; te culpa por el sufrimiento que les ocasionas; te a¨ªsla de la vida real, te impide el gesto cotidiano: hacer la compra, conducir al trabajo, salir al balc¨®n; te provoca rechazo de otros, sientes que pierdes la vida... Y te da paciencia, orden, tiempo para crecer, si quieres, meditar, constancia... Sobre todo, comprensi¨®n hacia los errores de los dem¨¢s. "Todos podemos caer".
Hablan en Brieva de razones para estar aqu¨ª. Raquel: "Mi madre, para que no vi¨¦ramos c¨®mo la maltrataba el quincallero con el que se junt¨®, nos echaba a la calle. Pero nunca nadie se drog¨® en mi casa y yo estoy aqu¨ª por robo, no mezcles. La he perdonado, nunca me ha fallado; tengo suerte de tenerla". Concha: "En la m¨ªa tampoco se vio droga. Ca¨ª al morir mi marido; me cas¨¦ con 14 a?os con un gitano, se muri¨® de c¨¢ncer, me deprim¨ª, me met¨ª... Ahora tengo tres hijos, dos nietos...". Confiesan que aqu¨ª lo dif¨ªcil es mantener el ¨¢nimo, tener planes, permanecer activa. Y lo f¨¢cil que es quitarse la vida. Ahorc¨¢ndose, por ejemplo. "Echas el peso para atr¨¢s y ya est¨¢. As¨ª". Y lo muestran. Y Raquel: "Yo... por frustraci¨®n, por amor, por este r¨¦gimen de vida... me agred¨ª a m¨ª misma mucho". Y ense?a los brazos marcados con cicatrices. Los ense?a Inmaculada. Autocastigarse. Dice Elisabeth que para ella la muerte de su hermana fue un palo... "Muri¨® abrasada, abrazada a un hombre la encontraron. Fue noticia hace siete a?os. S¨¦ qui¨¦nes fueron, les busqu¨¦ en Las Barranquillas: yo no consum¨ªa, pero ese d¨ªa empec¨¦, quise fumar, ver el ambiente de mi hermana, saber". "Pero qu¨¦ principios humanos", suelta Margarita.
Cada rostro, un mapa de ruta.
Mirarlo, mirarlas, es como visualizar el recorrido: pobreza, violencia, desamor, maltrato, abuso sexual, rechazo, drogas...
"La exclusi¨®n social es el factor determinante de la inmersi¨®n de la mujer en el mundo delictivo actual... Anta?o, su incidencia era muy escasa, por el poco peso de su papel social y el fuerte control de las estructuras sociales y familiares", afirma Maribel Cabello, directora en Alcal¨¢ de Guadaira. Lo cuenta tambi¨¦n Concha Yag¨¹e (psic¨®loga, anta?o directora de dicha c¨¢rcel que es modelo a seguir, y hoy subdirectora general de tratamiento de II PP, una de las voces imprescindibles a la hora de mostrar la situaci¨®n de las condenadas) en su libro Madres en prisi¨®n. Historia de las c¨¢rceles de mujeres a trav¨¦s de su vertiente maternal, de 2007. "La encarcelada ha ocupado siempre posici¨®n muy secundaria por su menor entidad num¨¦rica y su falta de conflictividad". Aun as¨ª, la tasa espa?ola es de las m¨¢s altas de Europa. Yag¨¹e aboga por un dise?o de las pol¨ªticas sociales y penitenciarias desde una perspectiva de g¨¦nero que tenga en cuenta el mayor sufrimiento que padecen, el conocimiento de sus peculiaridades y la atenci¨®n a sus necesidades. "Y buscar alternativas al encarcelamiento de una mujer embarazada o con hijos".
El proyecto MIP citado relaciona la situaci¨®n de exclusi¨®n social de muchas, el hecho de sufrir violencia de g¨¦nero y la comisi¨®n del delito. Lo cuenta Mar Camarasa, miembro de SURT. "?ste es uno de los colectivos m¨¢s invisibles; antes de entrar a prisi¨®n ya se ve afectado por desventajas sociales, pol¨ªticas, econ¨®micas y culturales que condicionan sus trayectorias vitales... y que las sit¨²a en una clara posici¨®n de vulnerabilidad o exclusi¨®n social; un colectivo cuyo paso por prisi¨®n (...) con frecuencia se convierte en factor de exclusi¨®n a?adido".
Cuenta Jes¨²s Mart¨ªn, director de la prisi¨®n de Brieva -localidad con m¨¢s presas (casi 300) que habitantes, mucho campo cercado, mucha vaca, y un viento g¨¦lido que se cuela por los pasillos cuando se abren las rejas-, que ahora lo que prima es la latinoamericana cargada v¨ªa Barajas. Y que hay una reclusa con depresi¨®n extrema: "Vino de burro para pagar una operaci¨®n a uno de sus cuatro hijos, la pillaron, la cr¨ªa muri¨® y los otros andan en manos de vecinos, ni sabe... Una pena". Mart¨ªn dirige esta c¨¢rcel desde que la abrieron hace 20 a?os. "Fue la ¨²ltima de este estilo; luego todas ya se construyeron en edificios tipo". Un intento puramente funcional de igualar las condiciones entre hombres y mujeres.
cP Alcal¨¢ de GuadairA (sevilla). Un edificio peque?o, desgastado, antes prisi¨®n militar sin uso, en medio del campo, tranquilo, con capacidad para 220 internas. Aqu¨ª hay penadas y preventivas, 140 en segundo grado, m¨®dulo de madres, y hasta 24 ni?os (el 5,3% se encontraba en octubre de 2008 en situaci¨®n de embarazo o maternidad en convivencia con los menores; hay 227 menores con sus madres en Espa?a), desde beb¨¦s en la guarder¨ªa hasta otros que salen cada d¨ªa a la escuela. "Pasad a verlo", cuenta Maribel Cabello, la directora, orgullosa de los programas y proyectos que aqu¨ª se han puesto en marcha con ¨¦xito. Lo vemos. Como vemos a las de tercer grado barrer el patio luminoso o recoger sus habitaciones de dos camas. Carteles por las paredes ("Vamos a llevarnos bien". "Prohibido dar de comer a las palomas"...), azulejos, flores en el jard¨ªn, puertas met¨¢licas que casi no se notan y otras que s¨ª. El ambiente es distendido, en la peluquer¨ªa, en los talleres, en el economato por donde pasa una presa que dej¨® morir a su beb¨¦... y aqu¨ª todas lo saben, pero de las cosas de sangre no se habla...
Quien s¨ª cuenta es Luisa M., que no quiere fotos porque va a salir libre ya. Lleg¨® aqu¨ª remitida de EE UU, donde la pillaron cargada "de cosas". Dos a?os pas¨® en Houston. "No fue por dinero. Nunca hab¨ªa viajado. Cre¨ª que no me perjudicar¨ªa", dice. Aventura, juego, "una tonter¨ªa" fue para Hoda, francesa, de 26 a?os, de familia bien, pillada in fraganti con hach¨ªs en Algeciras; mam¨¢ reciente, que al llegar era incapaz de aceptar nada y ahora es otra. La prisi¨®n ha sido positiva para ella, reconoce. Cuesti¨®n de dinero s¨ª fue para Nara M., brasile?a, de 41 a?os, buena trayectoria, destino en cocina, que pedir¨¢ el traslado a su pa¨ªs, se comprar¨¢ una casa y publicar¨¢ un libro de cuentos dedicado a su hija. O para Valle Moreno, gitana portentosa, de 59, de trayectoria larga y marginal, con hijos toxic¨®manos, uno muerto... Sale en tercer grado y todo son disgustos. En su casa no quedan ni marcos en las puertas. "Menos mal que est¨¢n mis 20 nietos y mi bisnieto".
Extranjeras y espa?olas. Habla Ana Mart¨ªnez de lo que la motiva la lucha por recuperar a sus hijos menores de los servicios sociales; Roc¨ªo Aguilera, cuerpo adolescente, rostro desgastado por cuatro reto?os, que sali¨® en tercer grado, se evadi¨® y aqu¨ª est¨¢ de nuevo, en segundo grado, arrepentida, con su hijo peque?o. Se dir¨ªa que en la calle, sin apoyos, se pierde. Y Roc¨ªo Blaya, de 20 a?os, tan alegre, 3,5 a?os por robo, de buena disposici¨®n y malos amigos, que sabe ya mucho de la soledad y cuenta c¨®mo aqu¨ª dentro una carta es un mundo. Que hay mucho carteo porque no hay otra, salvo el tel¨¦fono, nada de Internet, ni saben qu¨¦ es Google. "Por eso se casa tanta gente dentro. Por el vis a vis...". "Aqu¨ª la que puede se compra una tele. Las de otras", dicen y lo dec¨ªan tambi¨¦n en Brieva. Y all¨ª estaba Margarita, contextualizando: "Claro, porque si te trasladan, ?ad¨®nde vas con la tele, alma de Dios?".
Para el psic¨®logo Juan Matamoros, subdirector de tratamiento de este centro, que ha trabajado en c¨¢rceles de ambos sexos, cuando una mujer ingresa "quiere llevarlo bien, salir pronto; quiere reencontrarse con la situaci¨®n familiar que ha dejado atr¨¢s. Esto marca la diferencia en la forma de estar dentro, entre ellas hay menos pandillas, menos grupos, van a trabajar, a hacer sus destinos y actividades, a demostrar pronto que se han equivocado y que se quieren ir. No quieren problemas y no los buscan, y los problemas regimentales son m¨¢s de tipo verbal: descalificaciones, insultos. La agresividad f¨ªsica se da en contadas ocasiones".
CP Madrid I. alcal¨¢ de Henares (Madrid). Es esta ciudad de mucha historia carcelaria: de la Casa Galera (correccional) y el reglamento penitenciario moderno, de los ecos reformistas de Concepci¨®n Arenal por la igualdad y los derechos de las reclusas y sus hijos, y los primeros parvularios... Arenal protagoniz¨® una revoluci¨®n que continu¨® luego Victoria Kent. Y tras la dictadura y la represi¨®n, otros muchos profesionales, dentro y fuera, pelearon por modernizar el sistema... hasta llegar a la Ley Org¨¢nica General Penitenciaria de 1979. "L¨¢stima que esta reforma, entre las ingentes mejoras que propone, careciera de esa percepci¨®n especial hacia la cuesti¨®n femenina que impulsaran Arenal y Kent", escribe Yag¨¹e.
Madrid I -650 mujeres, un 55% de extranjeras- es un mundo frente a Madrid II, m¨¢s de 1.500 hombres all¨ª encerrados. Cuatro internas esperan. Todas extranjeras. Dos de ellas pagan por falsificaci¨®n de documentos o estafa; las otras dos, por trata de mujeres. Tres rumanas y una cubana. Tres, con estudios de bachillerato: Michelle, Silvia G. T. y R. Talaba. M¨®nica no. M¨®nica, jovenc¨ªsima, de 21 a?os, vitalista y parlanchina, panadera en la prisi¨®n y seg¨²n va contando ("Me dio por largarme de mi casa por amor...") se va ahogando de llanto al visualizar los diez a?os que le quedan: "Trabajo, no tengo ni un parte... y no puede ser, que me ha ca¨ªdo m¨¢s que a una asesina y con s¨®lo 18 a?os que ten¨ªa entonces". Vino a Espa?a y su chico se dedicaba a traer mujeres de Rumania: "Nadie me oblig¨®, era f¨¢cil. Nos detuvieron mientras dorm¨ªamos y no sab¨ªan qui¨¦n era qui¨¦n, y yo ca¨ª, y aunque era la primera vez, dio igual... Trece a?os y una d¨ªa. S¨¦ que peno por un delito visto feo, pero si pagas, no debes salir luego como una canalla. Puedes cambiar". "Es infalible, te echan 30 de entrada", ironiza R. Talaba, "y ya no delinquir¨¢s m¨¢s. No te da tiempo". Creen que la falta de libertad se convierte en revulsivo. "Son demasiados a?os. Te entra rabia, desesperaci¨®n, ganas de cometer m¨¢s delitos". "Ejemplarizante: lo dijeron en mi juicio", recuerda R. Talaba, costurera, mujer rubia, eslava de piel clara y rostro duro, desconfiada, no se deja fotografiar. "Las chicas te denuncian para conseguir papeles. Las traes, te gastas un dinero, luego lo devuelven... Una costaba 1.500 y devolv¨ªa el doble, depende del papeleo. Las tra¨ªa a clubes, no a la calle, a sitios de nivel en M¨¢laga, all¨ª no hay polvo por menos de 50 euros. Dicen que vienen enga?adas, y no digo que no habr¨¢ alguna, pero no abundan. En Rumania se dedican a lo mismo, por eso quieren venir... Seis me denunciaron, me cayeron 12 a?os. Llevo la mitad. Sin visitas. Acabo de tener mi primer permiso".
Su voz parece retumbar por megafon¨ªa en este sal¨®n de actos vac¨ªo. Como si pasaran la pel¨ªcula de sus vidas. Michelle: "A m¨ª, por estafa y falsificaci¨®n de moneda... total, 13 a?os, es que nadie se lo cree; seis ¨¦ramos. Nos cogieron en la calle. A todos. Est¨¢n presos en Valdemoro y aqu¨ª al lado... yo rechac¨¦ las cartas, cada uno debe ser responsable de su parte". Dicen que echan de menos su pa¨ªs, su gente. ?Qu¨¦ har¨ªan si salieran ahora mismo? R¨¢pida R. Talaba: "Llamar a Armani para que me coja para coserle los trajes".
Opini¨®n com¨²n es que el C¨®digo Penal no discrimina, sino que, al contrario que en otros pa¨ªses, aqu¨ª se penaliza mucho el delito contra la salud p¨²blica. Para el psic¨®logo Matamoros, "a nosotros no nos toca juzgar la dureza de las penas, pero s¨ª criticar que la falta de medidas alternativas a la c¨¢rcel lleva a la misma a mujeres que podr¨ªan estar cumpliendo condena en otras condiciones, dada la escasa alarma social de algunos de estos delitos... Habr¨ªa que buscar opci¨®n a las prisiones, ya de por s¨ª muy saturadas".
Juntas, estas 17 internas acumulan 140 a?os de privaci¨®n de libertad. Casi siglo y medio. Tanto, que pensarlo ahoga. ?Compensa? Respuesta de Margarita: "Con los malos frutos que he recogido... Si viviera de nuevo, cambiar¨ªa de cosecha, ¨¦sta no renta". Y eso que ahora est¨¢ feliz: ha salido con permiso para la boda de su hija. "Estamos pendientes de los an¨¢lisis... si est¨¢ limpia se plantear¨¢ la libertad condicional", dir¨¢ luego el director de Brieva. Quiz¨¢ sea esta vez -para ella, para todas- la ¨²ltima y la vencida.
Reclusas de tres c¨¢rceles de mujeres
Michele Grossman Nacida en Rumania hace 30 a?os, condenada a 13 a?os por falsificaci¨®n y estafa. Lleva encerrada tres y medio. No ecibe visitas. "Cada uno debe pagar lo suyo. Pero no tanto. Tanta condena la primera vez no tiene sentido. Es m¨¢s destrucci¨®n que reinserci¨®n"
Elisabeth Guti¨¦rrez Madrile?a, de 29 a?os, tres a?os y medio por robo con violencia. Entr¨® en abril de 2008. Aislada en primer grado. "Mi hermana muri¨® abrasada, abrazada a un hombre. Quise ver por qu¨¦, fui a su mundo a buscar culpables y prob¨¦"
Ana Mart¨ªnez (Derecha)Malague?a, de 41 a?os, siete de condena por droga. Tiene ocho hijos (la mayor, de 26), dos en servicios sociales. Espera ya el tercer grado. "La c¨¢rcel me ha quitado tiempo con mis hijos. A ellos les digo que nose f¨ªen, no se metan en l¨ªos"
Raquel Teruel Valenciana, de 34 a?os. Condenada a cinco a?os por robo, lleva desde 2005 en prisi¨®n. Saldr¨¢ en libertad en breve. "Aqu¨ª es f¨¢cil deprimirse, y hasta matarse; yo lo intent¨¦, por frustraci¨®n, por amor, por esta vida. Me agred¨ª a m¨ª misma"
Valle Moreno (Derecha) Sevillana, de 59 a?os. Cumpli¨® ya una condena y ahora pena por otra de siete por tr¨¢fico de drogas. "Mi marido est¨¢ alcoholizado, no trabaja, tengo nueve hijos y 20 nietos, algunos a mi cargo... y no ten¨ªa para comer, la verdad"
Nara M. Brasile?a, de 41 a?os. Condenada a nueve a?os por delito contra la salud p¨²blica, lleva cumplidos casi tres."Un amigo me propuso el viaje. ?No ser¨¢ trata de mujeres?", le pregunt¨¦. No quise saber m¨¢s. Yo necesitaba dinero, mi hija ten¨ªa dos a?os y a¨²n me pregunto c¨®mo pude hacerlo y dejarla all¨ª sola"
M¨®nica Manda (Izquierda) Rumana, de 21 a?os. Condenada a 13 a?os por trata de mujeres. Trabaja en la panader¨ªa del centro. i>La c¨¢rcel te cambia, soy m¨¢s sensata. Antes ve¨ªa la vida rosada. Ahora veo lo que es no tener, lo que importa la familia
Silvia G. T.Cubana, de 33 a?os, una hija y embarazada; tres a?os y medio por falsificaci¨®n. Seis a?os tard¨® en salir su juicio. "Esa espera de a?os... un sinvivir. Rehaces tu vida y un d¨ªa... te llaman. Yo vine voluntaria a la c¨¢rcel. Quiz¨¢ eso cuenta"
Concepci¨®n Sanz (Izquierda) Madrile?a, de 39 a?os, ocho a?os interna. Conseguir¨¢ pronto la condicional al superar su drogodependencia. "Yo no consum¨ªa, hasta que me deprim¨ª cuando mi marido muri¨®. Qued¨¦ sola con tres hijos, yo no pod¨ªa, aunque quer¨ªa"
Tabita Peruman De Malaisia. 29 a?os, tres hijos; uno, aqu¨ª. Encontraron droga en su maleta y fue condenada a siete a?os en 2007. "Me enga?aron, me prometieron trabajo al llegar y... mis hijos est¨¢n all¨ª y yo aqu¨ª, que s¨®lo me visita el pastor padrino de mi ni?o"
Roc¨ªo Aguilera Es de Nerja (M¨¢laga), tiente 30 a?os y cuatro hijos, el peque?o convive con ella en la prisi¨®n. Ocho a?os de condena por drogas. "Tengo comunicaciones con mi marido, s¨ª, una vez al mes. ?l, creo que se va satisfecho, pero yo nunca acabo de disfrutarlo del todo, porque oigo los ruidos, la funcionaria con las llaves por el pasillo, y s¨¦ que estoy aqu¨ª"
Margarita Molina Madrile?a, de 36 a?os, tres hijos. Condena de 14 a?os por robo con violencia y detenci¨®n ilegal. Lleva nueve en prisi¨®n. A m¨ª me empuj¨® la droga a delinquir. Por mi dosis ma?anera estoy aqu¨ª. Ahora estoy saliendo con mucha voluntad
Hoda Francesa, de 26 a?os, familia de clase media de origen marroqu¨ª, madre de una ni?a que vive con ella. Cumple seis a?os por tr¨¢fico de droga. "En un momento comet¨ª una locura. Y no quiero extradici¨®n a Francia; quiero cumplir aqu¨ª, salir limpia, que este tiempo malo quede atr¨¢s y all¨ª empezar de cero con mi hija"
Inmaculada S¨¢nchez Nacida en C¨¢diz hace 24 a?os. Dos condenas por robo con intimidaci¨®n la mantienen en prisi¨®n por ocho a?os y seis meses. Saldr¨¢ pronto del primer grado. "Llevo en centro de menores desde los 15 a?os, de esos que ahora"
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