El firmante novato

Era cierto: el lector exist¨ªa. Me mir¨® con una expresi¨®n de tan grande arrobamiento que me gir¨¦ pensando que el objeto de su entusiasmo era alguien a mis espaldas. Pero no, sostuvo ante m¨ª un libro, ?mi libro! (lo reconoc¨ª por la portada), y pidi¨® que se lo firmase. Lo hice, sin poder evitar una disculpa. Qu¨¦ momento m¨¢s asombroso y maravilloso.

La tarde de la rosa ya declinaba cuando me hicieron sentar en el puesto. Me preced¨ªan David Trueba y Javier Cercas, nada menos, que me saludaron como si fuera un colega sin que se les escapara la risa. Tom¨¦ asiento sintiendo la impostura en la boca como un pudin de ceniza. Lament¨¦ no haber seguido mi primer impulso de llevar alg¨²n disfraz, no s¨¦, de piloto de caza.

La visi¨®n desde el otro lado del espejo es m¨¢gica, hipn¨®tica: una butaca privilegiada para observar la gran jornada. La gente es como una riada desbordante, un flujo incesante de rostros. Por momentos tienes la vertiginosa impresi¨®n de viajar en tiovivo. Tambi¨¦n de caseta de feria: mira ah¨ª, el incre¨ªble escritor menguante. Antes de ir a firmar repas¨¦ todos los libros dedicados que tengo en casa, para inspirarme. Stephen King era horriblemente sobrio (firmando), Elia Kazan, muy teatral. No iba a estar al nivel.

Y sin embargo, llegaron los lectores, nobles y generosos -tambi¨¦n alg¨²n despistado: "No, no es un libro de cocina, se?ora"-. Te hablaban con una extra?a mezcla de respeto y familiaridad. Saben tantas cosas de ti... "?C¨®mo va la claustrofobia?". Pues mire, ya he podido volver a entrar en la Gran Pir¨¢mide. "No sabe c¨®mo nos alegramos mi mujer y yo". La hora pas¨® volando. Formar parte de ese d¨ªa... r¨ªete t¨² de San Crisp¨ªn.