El piano
Un magn¨ªfico libro de James Barron, reportero de The New York Times, nos cuenta c¨®mo se hace un piano -el t¨ªtulo es ¨¦se, Piano, y est¨¢ publicado por Alba- al hilo de la historia de Steinway & Sons, la marca m¨ªtica en la materia. Precisamente uno de los hijos del fundador de la casa, C. F. Theodor, se propuso, en palabras textuales, "inventar un piano que vuelva locos a esos malditos artistas que se creen que somos vacas a las que se puede orde?ar". De ah¨ª, del conflicto entre el capricho del virtuoso y el orgullo del artesano naci¨® -era 1867, cuando dirig¨ªa a la Filarm¨®nica de Nueva York, pistola al cinto, Theodor Thomas- esa especie de trasatl¨¢ntico aparentemente imposible de dominar, ese mecanismo l¨®gico y casi perfecto cuya dureza acabar¨¢ por amoldarse al esp¨ªritu sutil que sepa comprenderlo sabiendo que, como ¨¦l mismo, seguramente mejore con la edad. Y no importan las manos. Steinway adapta su teclado a lo que haga falta -lo hizo ya con Josef Hofmann- y ayuda as¨ª a revisar ese mito acu?ado por la iconograf¨ªa de lo excepcional que ignora la realidad de las cosas. Algunos de los m¨¢s grandes pianistas tienen manos peque?as, dedos regordetes acabados bruscamente en unas yemas romas. Los hay, como Alfred Brendel, que se vendaban esas yemas para protegerlas de no se sabe qu¨¦ aprensiones. No en vano en su juventud tocaba mucho Liszt, ese compositor que, como recuerda Charles Rosen, fue el primero en hacer experimentar a los pianistas el puro dolor f¨ªsico.
Un Steinway es una f¨¢brica en s¨ª mismo, una suma de mec¨¢nicas simples y complejas, de artesan¨ªas especializadas que han de tratar en cada paso que el resultado sea perfecto, aunque eso al fin dependa del domador. Steinway es el emperador aunque haya quienes prefieran la menor brillantez pero el sonido m¨¢s concentrado de un B?rsendorfer, el clasicismo redondo de un Bechstein o la brillantez de los Yamaha, arist¨®cratas los tres pero siempre a la sombra del m¨¢s poderoso. Al Steinway hay que someterlo m¨¢s que a los dem¨¢s pues lo mismo puede salir enrabietado y correoso que orgulloso y distante, planteando siempre al m¨²sico un enigma hecho de madera y de hierro que tardar¨¢ a?os en desentra?ar del todo. El sitio del piano est¨¢ ahora en las salas de conciertos pero antes lo estuvo tambi¨¦n en los salones de familia, all¨ª donde el tierno infante o la se?orita en edad de merecer -Jeremy Siepmann ha escrito muy bien sobre el sexo y el piano- trataban de impresionar a las visitas con cosas como La oraci¨®n de la doncella, el ¨¦xito decimon¨®nico de la oscura polaca Tekhla -predestinada, pues- Badarzewska. Hoy en las casas la gente se entretiene de otra manera aunque todav¨ªa haya padres dispuestos a destrozar la vida de sus hijos con tal de que les saquen de pobres d¨¢ndole a las 88 teclas. Vayan a cualquier concurso de piano y vean lo que pasa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.