El narrador id¨®neo
1 - Despu¨¦s de los avatares del largo D¨ªa de Sant Jordi, d¨ªa de una intensa y sofocante actividad p¨²blica -reaparecen novias de hace 40 a?os; bendigo a una pareja eterna de Tarragona; almuerzo con un escritor pajarillo que confunde clase social y universo literario-, regreso a casa y me pongo en zapatillas y me hundo en mi butac¨®n y leo que una misteriosa nube de gas gigantesca, tan grande como una galaxia, ha sido descubierta en el universo lejan¨ªsimo, a una distancia que corresponde a una edad del cosmos tan sorprendente -s¨®lo ochocientos mil a?os cuando su edad actual es de catorce mil millones- que ha dejado a los astr¨®nomos totalmente perplejos, sin saber c¨®mo explicar su existencia, porque no se ajusta para nada a sus modelos te¨®ricos de la historia del universo a partir del Big Bang inicial. O sea, que una vez m¨¢s volvemos a estar donde siempre: descubriendo que no sabemos nada.
Ante tanta ignorancia, me alegro de haberme llevado a casa, como pesca ¨²nica del d¨ªa, Mecanismos internos, los ensayos literarios de J. M. Coetzee. El autor de Desgracia y de Diario de un mal a?o es un escritor completo. Gran narrador y gran intelectual al mismo tiempo. Es un contador de historias duras, narradas con una prosa que ha bebido directamente de Beckett y es de una belleza sobria, acerada, implacable con la verdad de la ficci¨®n. Coetzee demuestra en todos sus libros que no est¨¢n en absoluto re?idas las actividades de narrador e intelectual. Desgracia, sin ir m¨¢s lejos, es una de las obras maestras de la narrativa del siglo pasado. Pero como ensayista, intelectual, te¨®rico, no anda a la zaga y est¨¢ a la misma altura del narrador. De hecho, en Coetzee ambas actividades, narrador e intelectual, est¨¢n perfectamente imbricadas -creo que es lo id¨®neo en un narrador, independientemente de los resultados-, hasta el punto de que ha logrado lo que, por estas latitudes puede parecer hasta imposible: en su novela Elizabeth Costello sobrepasa los l¨ªmites de la ficci¨®n pura. Es un escritor tan completo que Mario Vargas Llosa ha llegado a decir de ¨¦l que es uno de los mejores novelistas vivos "y no digo el mejor porque, para hacer una afirmaci¨®n semejante, habr¨ªa que haberlos le¨ªdo a todos".
No se puede leer Mecanismo internos como lo ha hecho recientemente un rese?ista de suplemento espa?ol: ignorando que la de Beckett no es una m¨¢s de las literaturas que en el libro se comentan, sino la obra de la que Coetzee es heredero directo. Porque si de entrada se ignora esto, se entra con mal pie en este libro de ensayos y luego pasa lo que pasa: que habiendo hecho de su juventud una profesi¨®n el rese?ista termina mirando por encima del hombro al que probablemente es el mejor escritor contempor¨¢neo.
2 . En mecanismos internos, Coetzee analiza con una inteligencia dotada de gran rigor art¨ªstico y moral las obras de algunos de los autores esenciales del pasado siglo. Desfilan Beckett, Walter Benjamin, Paul Celan, Faulkner, Musil, Josep Roth, Philip Roth, Bruno Schulz, W. G. Sebald, ?talo Svevo, Robert Walser. A lo largo de las 323 p¨¢ginas del libro, Coetzee se nos revela como una especie de cr¨ªtico ideal. Lejos de la acidez y dureza inclemente de sus narraciones, en Mecanismos interiores muestra una gran capacidad para abrirse al mundo de escritores generalmente muy distintos de ¨¦l. Enjuicia y es severo, pero se muestra generoso y muy abierto a la gran variedad de estilos y tem¨¢ticas de alto nivel que analiza. No s¨®lo puede soportar que haya escritores tan buenos como ¨¦l, sino que, adem¨¢s, se molesta en aproximarse pacientemente a sus obras, sabiendo que semejante gesto no ir¨¢ nunca en detrimento suyo, porque, por mucho que muestre la grandeza de los libros de otros, sabe que eso no perjudicar¨¢, no mejorar¨¢ ni empeorar¨¢ su propia obra. Aunque no lo dir¨¢ nunca, es generoso porque se sabe sobrado de talento. Tanto es as¨ª que no le pasa nada si lo "malgasta" adentr¨¢ndose en los comentarios tranquilos de los libros de los otros. Se revela en estos ensayos, por otra parte, como un escritor de la tradici¨®n europea, muy especialmente la de la primera mitad del siglo pasado. Se le vio a Coetzee, primero como escritor sudafricano, y ahora -por su lugar de residencia- como escritor australiano, pero en realidad es un escritor anglosaj¨®n con profundas ra¨ªces en la Europa continental. Tal vez de ah¨ª provenga -de esa formaci¨®n literaria y en el fondo cervantina- esa sentida y total compasi¨®n por el esfuerzo de un escritor para ser fiel a su vocaci¨®n, por dif¨ªcil que sea. Despu¨¦s de los avatares del largo d¨ªa de Sant Jordi y tras un buen rato descansando en el butac¨®n, siento la tentaci¨®n de volver a esa noticia de la nube de gas tan grande como una galaxia, esa noticia que, al llegar a casa despu¨¦s del fren¨¦tico d¨ªa, me ha abrumado tanto. Vuelvo a ella y leo que la nube fue detectada desde Hawai, con el telescopio japon¨¦s Subaru y que por este motivo los cient¨ªficos la han bautizado Himiko, el nombre de una misteriosa reina legendaria nipona. "Yo nombro los misterios por ser mi vocaci¨®n", dice Daniel Zamora en El canto del precursor. Cotejo mentalmente ese verso con la perplejidad de los cient¨ªficos que estudian la nube y han lanzado toda clase de hip¨®tesis que tratan de explicarla. Himiko. Nombro el nombre del misterio. Puede ser gas ionizado que alimenta un agujero negro supermasivo, o una galaxia primordial con gran cantidad de gas, o el producto de la colisi¨®n de dos galaxias muy j¨®venes, o el efecto de procesos intensos de formaci¨®n estelar, o incluso una galaxia gigante con una masa equivalente a unos cuarenta mil millones de soles... Abrumado por la realidad, por la gran narrativa del universo, vuelvo a los ensayos de Coetzee, que parad¨®jicamente, por muy intelectuales que sean, me relajan.
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