La estela
Nunca he entendido c¨®mo los viejos lobos de mar sab¨ªan aprovechar las estelas que otros barcos dejaban en el oc¨¦ano para llegar a tierra. Mis juveniles lecturas de piratas y n¨¢ufragos dec¨ªan que se pod¨ªan seguir. De mayor, cuando he ido en bote o en barco, no he podido verlas. Es preferible un buen GPS, mejor que la br¨²jula, y que se quiten las estelas en la mar. Pero donde sin esfuerzo se divisa una gran estela es en las procelosas aguas de la pol¨ªtica vasca, donde s¨®lo un buque las ha surcado. Impresionaba tanto su porte, cuentan los viejos marinos, que parec¨ªa incluso que no hab¨ªa mar, pues ¨¦l s¨®lo, el nacionalismo, lo era todo. Y, m¨¢s que estela, ha dejado un surco del que es dif¨ªcil salir despu¨¦s de 29 a?os, pues por su profundidad atrae con singular fuerza, y muchas son las experiencias que as¨ª lo demuestran. Por ello, creen en las tabernas que la ¨²nica manera de hacer pol¨ªtica es la del viejo barco, que sus decisiones son aut¨¦nticos hitos de los que no se pueden prescindir.
Todos los marineros que hasta la fecha han sido acaban pensando que surcan la mar en fr¨¢gil barquichuela comparado con el buque fantasma, y temen fatalmente que la estela dejada se convierta al final en un aut¨¦ntico remolino que les engulla. Si la siguen y creen que no hay otra pol¨ªtica acabar¨¢n inevitablemente en el fondo. En este mar de la pol¨ªtica vasca ojal¨¢ hubiera sirenas que les apartaran del rumbo de barco que les precedi¨®; ojal¨¢ miren hacia los costados, islas tentadoras les aparezcan como a los tripulantes de la Bounty. Ojal¨¢ piensen por ellos mismos y tengan m¨¢s fe en sus habilidades y en su embarcaci¨®n. Pues no existe mal barco, sino mal patr¨®n, que los Titanic se hunden por grandes que sean si tienen mal gobierno.
Lo que si es necesario es tener un rumbo y discurso propio marcado antes de salir de puerto. Si no, se acaba en el sumidero de la pol¨ªtica. Dec¨ªa mi admirado Karl Marx -no siempre voy a citar a mi admirada Escarlata O'Hara- en el ensayo sobre la Comuna de Par¨ªs, que el partido que llegada su ocasi¨®n no sabe qu¨¦ hacer m¨¢s vale que yazca en el muladar de la historia. Lo que significa que antes de ahora ten¨ªa que estar marcado un rumbo en el mapa y un discurso preparado para animar a la tripulaci¨®n. Ad¨®nde vamos, qu¨¦ queremos, c¨®mo lo hacemos, todo lo de aquel manual de cuando, ingenuos, cre¨ªamos en la pol¨ªtica.
La aventura de la traves¨ªa es ciertamente arriesgada, el quehacer inmenso, y barruntan algunas tempestades. Los rumbos pueden dibujarse en diferentes trayectorias en el amplio oc¨¦ano, pues ancho es, pero lo que si es preocupante es seguir el rumbo del temible buque, porque nos hundiremos tras ¨¦l. Animemos a la tripulaci¨®n y no nos detengamos ante el embate. Gregory Peck, buen capit¨¢n de La Peregrina de Salem, en El mundo en sus manos, convert¨ªa los obst¨¢culos en ventajas. Gritemos con ¨¦l: "La lluvia nos favorece". Para marchar con rumbo propio hay que empezar por animar a la tripulaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.