Expulsados de su patria
En este mes de abril se cumplen exactamente 400 a?os del decreto de expulsi¨®n de los moriscos espa?oles firmado por Felipe III. Es ¨¦ste un episodio trascendental en la historia de Espa?a, cuya realidad pasada no debe escap¨¢rsenos para hacer una lectura actual. Aquella experiencia de intolerancia, fanatismo y racismo sociocultural y religioso est¨¢ escasamente presente en nuestra memoria colectiva e hist¨®rica. Por ello, junto a la de los jud¨ªos, esta otra expulsi¨®n, cuantitativamente mayor pero menos divulgada, ha de ser recuperada para la memoria como algo que nunca deber¨ªa volver a ocurrir. Este abril de 2009 en que se cumple su IV centenario brinda pues la ocasi¨®n para crear una nueva conciencia y sensibilidad sobre esas oscuras p¨¢ginas de nuestro pasado.
La expulsi¨®n de unos 300.000 moriscos fue fruto del odio, y caus¨® mucho dolor y un desastre econ¨®mico
Desde la toma de Granada, la ideolog¨ªa oficial espa?ola se vio dominada por la contraposici¨®n entre el cristiano y el moro. Lo ajeno se defin¨ªa como musulm¨¢n y extranjero de acuerdo con el concepto de unidad, es decir, homogeneidad cultural y religiosa, que la nueva Espa?a cat¨®lica instauraba. El morisco antes de ser definitivamente expulsado en el siglo XVII fue discriminado y perseguido, o v¨ªctima propiciatoria de todos los males que afectaban al pa¨ªs. Como escrib¨ªa Juan Goytisolo en sus Cr¨®nicas Sarracinas, "el enemigo musulm¨¢n se convirti¨® durante siglos en una suerte de revulsivo destinado a cohesionar los esfuerzos de una cristiandad que, en virtud de la cercan¨ªa y empuje de aqu¨¦l, se sent¨ªa directamente amenazada".
Descendientes de los andalus¨ªes musulmanes que los Reyes Cat¨®licos forzaron a la conversi¨®n cristiana para poder seguir viviendo en su pa¨ªs, esta minor¨ªa sigui¨® siendo vista con sospecha y definida como "inasimilable". Los moriscos se consideraban a s¨ª mismos espa?oles en un sentido amplio y profundo, pero la sociedad hizo de ellos una minor¨ªa marginada y perseguida porque se dudaba de su fidelidad hispana y sinceridad cristiana. La pervivencia de costumbres, tradiciones, modos ling¨¹¨ªsticos y una literatura aljamiada (castellano escrito con graf¨ªa ¨¢rabe), en lugar de considerarse como uno m¨¢s de los ricos regionalismos culturales existentes en los diversos reinos espa?oles, se valor¨® como la expresi¨®n de una quinta columna amenazadora y extra?a a una espa?olidad liderada por un aparato represor inquisitorial.
La expulsi¨®n no fue un hecho exigido por la din¨¢mica interna de nuestra historia, ni ocurri¨® como consecuencia de una presunta fatalidad hist¨®rica. Fue un acto de odio civilizacional y religioso, liderado por la propia esposa del monarca, Margarita de Austria, algunos consejeros del rey que les consideraban un peligro militar y para la seguridad, por los fan¨¢ticos de la pureza de sangre y por ciertas personalidades eclesi¨¢sticas, como el arzobispo de Valencia Juan de Ribera, si bien el Papa, Paulo V, no aprob¨® la expulsi¨®n y aconsej¨® que se continuase su catequizaci¨®n.
Entre las exageraciones de la escuela minimalista y maximalista, la opini¨®n historiogr¨¢fica m¨¢s consensuada habla de 300.000 expulsados, m¨¢s unos 10.000 o 12.000 muertos en el proceso de destierro, lo que equival¨ªa m¨¢s o menos a un 4% de la poblaci¨®n total espa?ola. Este porcentaje ten¨ªa, adem¨¢s, un gran valor cualitativo porque en su mayor¨ªa constitu¨ªa una poblaci¨®n activa muy laboriosa que dominaba como ninguna otra las artes agr¨ªcolas, el uso del agua y aportaba importantes dividendos a las arcas estatales y de los nobles terratenientes.
De ah¨ª que las consecuencias demogr¨¢ficas y econ¨®micas de su expulsi¨®n fueran graves y en algunos casos catastr¨®ficas (como en los reinos de Valencia y Arag¨®n, donde constitu¨ªan la tercera y sexta parte de la poblaci¨®n, respectivamente), y en general una p¨¦rdida sustancial de vitalidad econ¨®mica y demogr¨¢fica para Espa?a.
Fue, sin duda, un factor de peso, aunque no el ¨²nico, en la aguda recesi¨®n espa?ola del siglo XVII. Esta preocupaci¨®n material y pr¨¢ctica, junto a otras circunstancias de tipo humanitario, motiv¨® resistencias y desacuerdos con la decisi¨®n de la expulsi¨®n, d¨¢ndose intentos de evitarla o no cumplirla. Calcular cu¨¢ntos se quedaron o incluso volvieron clandestinamente tras la expulsi¨®n ha sido muy dif¨ªcil de evaluar. No obstante, existen fuentes documentales suficientes para considerar que el componente morisco no desapareci¨® en Espa?a a consecuencia de la expulsi¨®n.
Los moriscos espa?oles se desperdigaron por el Mediterr¨¢neo, e incluso por el continente americano y el ?frica subsahariana (como Yuder Pach¨¢, originario de Almer¨ªa, y cuya influencia pol¨ªtica y cultural lleg¨® hasta Tombuct¨²), pero donde sin duda se instal¨® la mayor parte fue en la costa magreb¨ª (Marruecos, Argelia y T¨²nez). All¨ª llevaron su rico componente cultural espa?ol, su sabidur¨ªa agr¨ªcola y ganadera, su patrimonio art¨ªstico, sus apellidos hispanos, y sus huellas quedan hasta hoy d¨ªa visibles.
Sin embargo, su adaptaci¨®n no fue f¨¢cil. El desarraigo y las dificultades para acostumbrarse a un mundo muy distinto del que ven¨ªan les llev¨® tiempo y esfuerzo. Y no siempre fueron bien recibidos. Ellos eran espa?oles, y su lengua, costumbres, modo de vida e incluso pr¨¢ctica religiosa (unos se hab¨ªan convertido en verdaderos cristianos y los que hab¨ªan conservado secretamente su v¨ªnculo con la fe isl¨¢mica la practicaban de manera m¨¢s simple o imperfecta) distaban mucho del medio norteafricano al que llegaban deportados.
Una experiencia que, en conclusi¨®n, nos muestra el sufrimiento humano que la intolerancia puede generar cuando se esencializa colectivamente, para demonizarlo, a todo un grupo social, ¨¦tnico o religioso; cuando se le erige en un "otro" global amenazante y se le deshumaniza para poder desembarazarse de ¨¦l sin preocupaciones ¨¦ticas ni humanitarias.
Como dec¨ªa recientemente el escritor Jos¨¦ Manuel Fajardo, "el Cuarto Centenario de la expulsi¨®n de los moriscos deber¨ªa jugar el mismo papel que desempe?¨® en 1992 la conmemoraci¨®n de la expulsi¨®n de los jud¨ªos: una ocasi¨®n para reconciliar a la sociedad espa?ola con su propia Historia" (EL PA?S, 2 de enero de 2009). Y, m¨¢s a¨²n, cuando en los momentos actuales se experimenta un proceso creciente de desencuentro entre lo isl¨¢mico y lo occidental, reproduci¨¦ndose estereotipos y prejuicios que recuerdan c¨®mo se construyen discursos en torno a la incompatibilidad, la inasimilaci¨®n y la amenaza, que despu¨¦s pueden justificar discriminaciones, exclusiones e intolerancias colectivas.
En la actualidad, entre los "miedos sociales" que se han ido extendiendo en los pa¨ªses occidentales la figura del "musulm¨¢n" se encuentra como una de las m¨¢s prominentes. En consecuencia, las opiniones p¨²blicas y el sentimiento social se han centrado en la necesidad de defenderse "preventivamente" de la presencia de musulmanes en nuestro suelo.
As¨ª, desde 2002, y de manera creciente, todas las encuestas sociol¨®gicas, nacionales e internacionales, muestran un sentimiento de rechazo hacia los musulmanes y una estrecha vinculaci¨®n entre terrorismo e inmigraci¨®n musulmana. Un factor muy significativo es el hecho de que los partidos de extrema derecha que se van arraigando en los diferentes pa¨ªses europeos han evolucionado desde sus posiciones globales xen¨®fobas a especializarse en un discurso expl¨ªcitamente antimusulm¨¢n. Con ese discurso promueven los sentimientos islam¨®fobos a la vez que, a diferencia de la xenofobia global, lo filtran con m¨¢s legitimaci¨®n social, apoy¨¢ndose en los prejuicios e imaginarios negativos con respecto al islam y los musulmanes. Los riesgos, pues, de intolerancia colectiva contra la identidad musulmana por lo que es y no por lo que algunos de sus individuos hacen, sin que representen al todo, nos puede llevar a situaciones de exclusi¨®n, intolerancia y racismo.
Por ello, nuestros moriscos, y su tragedia, pueden a¨²n rendir un inapreciable servicio simb¨®lico a favor de la recuperaci¨®n de la memoria y la comprensi¨®n de las consecuencias humanas que representan las indeseables demonizaciones colectivas que ha vivido nuestra historia.
Gema Mart¨ªn Mu?oz es directora general de Casa ?rabe.
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