Treinta a?os de pr¨¢ctica democr¨¢tica
Muchos ayuntamientos espa?oles conmemoran en estos d¨ªas el 30? aniversario del advenimiento de la democracia local. Tambi¨¦n a Compostela le lleg¨® el momento y para celebrarlo Xos¨¦ S¨¢nchez Bugallo convoc¨® a sus predecesores, Jos¨¦ Antonio Souto Paz, Marcial Castro Guerra, Ernesto Vieitez Cortizo y yo mismo, con todos los ediles que desde entonces han ocupado esca?os en Raxoi. Fue una ocasi¨®n de reencuentro, de compartir buenos recuerdos, ya que la memoria es selectiva y, sin perjuicio de reivindicar la memoria hist¨®rica frente al olvido, tenemos tendencia a quedarnos con lo bueno para vivir en paz con nosotros mismos.
En principio pens¨¦ en una cadena con sus eslabones como s¨ªmil de la labor de las corporaciones sucesivas. Pero para nuestra generaci¨®n la cadena evoca grilletes, ataduras, y se trataba justamente de lo contrario. Ese d¨ªa festejamos, sobre todo, la libertad de pensar, de elegir, de reunirnos, de actuar, porque la democracia lleg¨® de verdad a la calle, al pueblo, cuando los individuos pudieron votar a sus regidores. Las relaciones del ciudadano con su ayuntamiento no son tangenciales como con las otras administraciones, sino que siempre son intensas, porque es ah¨ª donde se ven las aut¨¦nticas transformaciones de la sociedad, su disfrute y su sufrimiento.
Ninguna instituci¨®n ha dado todav¨ªa a los ayuntamientos el papel que les corresponde
La met¨¢fora del tejido me parece m¨¢s adecuada: los ediles elegidos libremente por los ciudadanos como tejedores de un pa?o o un tapiz, una labor que otros empezaron hace siglos y otros m¨¢s continuar¨¢n en el futuro. Al principio fue la urdimbre, la tarea de introducir y ejercitar la democracia que nos permiti¨® descubrirnos desde las distintas opciones y, partiendo de ellas, establecer amistades cruzadas muy ¨²tiles para alcanzar el consenso, algo que en el ¨¢mbito municipal se ha practicado y sigue practic¨¢ndose con asiduidad.
Despu¨¦s vino la prueba de fuego del 23-F, con la corporaci¨®n acantonada en el consistorio por si fuese necesario defenderlo. Sin miedo ni discrepancias. La pol¨ªtica vale para marcar la diferencia pero en ciertas ocasiones, ante los grandes acontecimientos o para alcanzar objetivos importantes, prevalece la comuni¨®n de ideas. En estos treinta a?os de democracia municipal en Compostela vale la pena destacar la constante y efectiva cooperaci¨®n institucional en el seno del ayuntamiento y con las administraciones central y auton¨®mica, que se evidencia en la existencia y la labor del Consorcio de Santiago, el gran instrumento de transformaci¨®n de la ciudad.
Uno de los elementos resistentes de esa urdimbre sobre la que todos aportamos nuestra parte fue la ambici¨®n de asentar la capitalidad de Galicia. Cuando se aprob¨® en 1982 la ley de sedes de las instituciones auton¨®micas, los compostelanos la recibieron sin ning¨²n fervor popular, mientras en A Coru?a resonaba el clamor reivindicativo por un agravio imaginario, puesto que la autonom¨ªa era neonata y mal se pod¨ªa restablecer algo inexistente. La decisi¨®n debemos agradec¨¦rsela a Galicia en su conjunto, pero lo que s¨ª es de justicia conceder a las sucesivas corporaciones, con sus alcaldes a la cabeza, es haber conseguido que la ciudad fuese considerada y respetada no solo por el conjunto de los gallegos, sino tambi¨¦n en Espa?a y en Europa.
El tapiz se fue tejiendo, pues, solidariamente con la promoci¨®n a trav¨¦s de los a?os jubilares y el Camino de Santiago y con las pol¨ªticas de relaci¨®n institucional por las que Compostela es reconocida. Ese tejido institucional fuimos capaces de realizarlo porque cada uno de los alcaldes y concejales, desde su esfera respectiva, hizo de su participaci¨®n en la corporaci¨®n un acto de entrega y de europe¨ªsmo cosmopolita.
Ricard P¨¦rez Casado, que fue un gran alcalde de Valencia entre 1979 y 1988, escrib¨ªa recientemente en EL PA?S, rememorando la efem¨¦ride, que la hora de las ciudades no ha llegado todav¨ªa. Hay que admitir, pese a la radical transformaci¨®n experimentada, que ninguna administraci¨®n, gobernara quien gobernase, les ha dado a los ayuntamientos el papel que les corresponde. Mientras tanto, los municipios se han enmara?ado en una mala imagen de corruptelas que, aun siendo poco significativas en n¨²mero, por escandalosas han enturbiado las aguas en el conjunto de las ciudades espa?olas. Hasta ahora el n¨²cleo de la acci¨®n pol¨ªtica han sido las autonom¨ªas, pero los ayuntamientos, foros de la proximidad democr¨¢tica pero supeditados a otras instancias, no pueden esperar m¨¢s al debate pol¨ªtico de su financiaci¨®n y competencias.
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