El deshielo de la memoria
Los 22 cuadros que forman la muestra de entrada sorprenden. Grandes lienzos cubiertos de blanco muy matizado del que surgen fragmentos de paisajes o figuras: todo un contraste con los espacios adustos, reflexivos aunque no libres de humor, de instalaciones como El palacio de los proyectos, expuesta hace a?os en Madrid. Pero la sorpresa pasa. Pronto se advierte que las pinturas, pese a los heterog¨¦neos formatos, componen un espacio calmado en suave contrapunto con las paredes del museo.
Hace m¨¢s de treinta a?os, Ilya Kabakov trabaj¨® otras Pinturas blancas. Eran obras que se apartaban de otros monocromos en la pintura rusa: no anticipaban el final l¨®gico de la pintura (como pretendi¨® Rodchenko) ni evocaban el punto cero del que brota toda fecundidad (como persegu¨ªa Malevich). Los cuadros de Kabakov alud¨ªan a una exposici¨®n imaginada y su blanco expansivo apuntaba a la inviabilidad del arte en un r¨¦gimen totalitario o empujaba al espectador a la audacia de imaginar por s¨ª mismo, o quiz¨¢ sugiriera ambas cosas.
Ilya y Emilia Kabakov
Centro de Arte Contempor¨¢neo
Alemania, s/n. M¨¢laga
Hasta el 21 de mayo
Pero en la presente exposici¨®n el blanco une a su valor conceptual otros claramente ic¨®nicos: habla de nieves, hielos o nubes, seg¨²n la triple denominaci¨®n de la serie, Bajo la nieve, como reza el t¨ªtulo, pero tambi¨¦n Deshielo o M¨¢s all¨¢ de las nubes.
Las figuras que aparecen en los desgarros de la blanca superficie recuerdan en efecto a las vistas desde un avi¨®n que sobrevuela un campo de nubes y tambi¨¦n sugieren la variedad que oculta una sociedad presuntamente uniforme. El t¨¦rmino deshielo completa la polisemia: ?alude a la apertura de los primeros a?os del Gobierno de Jruschov, tras morir Stalin, o es una f¨¦rtil imagen de la memoria involuntaria? ?sta retiene el pasado, congel¨¢ndolo, y lo devuelve despu¨¦s en jirones que mueven la fantas¨ªa.
El proceso de la serie hace pensarla en esta direcci¨®n. Las figuras de la primera tela parecen evocar im¨¢genes (no escenas) populares rusas, que en las siguientes lo son de la sociedad sovi¨¦tica (desfiles militares, culto al l¨ªder, brillante plano del metro de Mosc¨² o un esforzado estajanovista). El lenguaje pict¨®rico evoca con iron¨ªa el del realismo socialista. El sexto lienzo cambia: el blanco se expande, dejando s¨®lo cuatro peque?as brechas y en el s¨¦ptimo, cuando los huecos vuelven a abrirse, aparecen rostros menos precisos, solitarios y expresivos. Muy pronto las figuras parecen girar: vuelven la espalda al espectador y atienden hacia el otro lado, un tercer espacio, ya evidente en la und¨¦cima pintura, que abre un nuevo espacio en el fondo del cuadro. As¨ª, a la estampa propagand¨ªstica y a las figuras de la desaz¨®n suceden paisajes no exentos de ingenuidad. Acaban tambi¨¦n contray¨¦ndose hasta reducirse a una grieta o un enigm¨¢tico c¨ªrculo en el vig¨¦simo cuadro. En el siguiente, el mayor de la serie, se pierde toda narraci¨®n: los huecos abiertos en el cuadro muestran rostros y motivos diversos, separados entre s¨ª.
Esta cadencia hace pensar en un vasto ejercicio de la memoria donde los hilos biogr¨¢ficos y los sociales, la experiencia y la esperanza se entretejen. Refuerzan esta impresi¨®n los cuidados dibujos preparatorios: trazos y manchas parecen huellas de una esforzada elaboraci¨®n.
La obra reciente de los Kabakov ha insistido en este quehacer aunque las figuras aparecen ahora en planos quebrados de perfiles geom¨¦tricos, como los de un cristal al romperse. Las obras expuestas en M¨¢laga retienen, por su factura, una reflexi¨®n m¨¢s densa sobre la propia pintura: qu¨¦ oculta y qu¨¦ deja ver, aunque esto ¨²ltimo sea en ocasiones un mal recuerdo, otras veces una esperanzada ilusi¨®n y otras la prosa con que encadenamos las horas y los d¨ªas.
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