Sus vidas, no sus obras
La actual invasi¨®n de la intimidad en los medios informativos -llevada como sabemos a extremos nausea-bundos- responde al apetito morboso del gran p¨²blico por conocer la supuesta verdad oculta detr¨¢s del mito de los actores famosos, pol¨ªticos, gente guapa, realezas o ases del bal¨®n. Tanta avidez halaga de ordinario a los sujetos de tal inquisici¨®n de sus vidas privadas y les procura a veces jugosos beneficios. Las portadas de las revistas del coraz¨®n y los programas del tipo Gran Hermano tienen un precio y los protagonistas desnudados en p¨²blico o, por mejor decir, los actores de su propio strip-tease, se aprovechan de ello y la convierten en un modus vivendi rentable. Lo que en mi ni?ez se susurraba al sacerdote confesor en el silencio de una iglesia se explaya ahora en directo ante millones de telespectadores. S¨ª, le fui infiel. Tengo una amante que me satisface m¨¢s que ¨¦l. Soy alcoh¨®lico. Conduje en estado de embriaguez. Odio a mi hijastra. Etc¨¦tera.
Actores, pol¨ªticos, deportistas y hasta escritores, todos est¨¢n convocados al Gran Plat¨® Global
Hoy interesa menos del escritor cuanto escribi¨® o escribe que su biograf¨ªa
El ¨¢mbito literario y cultural no pod¨ªa ser una excepci¨®n a la avasalladora invasi¨®n. Los mitos que envuelven a las grandes estrellas, casi siempre con su consentimiento, requieren en contrapartida su correspondiente desmitificaci¨®n: la demolici¨®n a partir de una cascada de revelaciones picantes de la figura del ¨ªdolo enhestado a las alturas del ¨¦xito o la gloria. Sin mito, no hay antimito. El acoso a las figuras medi¨¢ticas, el ansia de hurgar en sus secretos o zonas oscuras, abarca a todos los protagonistas del espacio p¨²blico. El candidato a las elecciones estadounidenses debe proceder, por ejemplo, a un escrupuloso examen de conciencia no s¨®lo sobre su honradez y competencias, lo cual responde a las normas de una transparencia democr¨¢tica, sino tambi¨¦n de sus pecados o pecadillos de ¨ªndole ¨ªntima: fui injusto con mi primera mujer, frecuent¨¦ a un grupo de j¨®venes adictos a la marihuana, tuve dos aventuras amorosas antes de contraer matrimonio... El fam¨¦lico telespectador aguarda a¨²n, insaciable: ?minti¨® alguna vez a su esposa, correspondi¨® al amor de sus padres? La voracidad de desnudar al personaje carece de l¨ªmites. Sabedores de ello, algunos pol¨ªticos astutos, sin tener la menor idea de qui¨¦n fue Guy Debord, act¨²an en la vida como un escenario televisivo. Las bufonadas y dotes histri¨®nicas de Berlusconi, los amores y desamores de Sarkozy encarnan la nueva era. El Gran Teatro del Mundo calderoniano se ha transmutado en un Gran Plat¨® Global en el que los entronizados por la fama aspiran a convertirse en personajes de s¨ª mismos. Seguir siendo ¨²nicamente personas es una prueba irrefutable de mediocridad.
Hablaba de la contaminaci¨®n de semejante estado de cosas enel ¨¢mbito cultural. Lo que hoy interesa del escritor o artista conocidos es menos cuanto escribi¨® o escribe que su biograf¨ªa, especialmente la no autorizada. Quien se arriesga en el g¨¦nero autobiogr¨¢fico -lo s¨¦ por expe-riencia- enga?a de alg¨²n modo al lector: la sucesi¨®n de recuerdos deshilvanados de la propia vida plasmada en una ambigua continuidad argumental, en un texto sujeto, como todo relato, a una serie de exigencias compositivas de ¨ªndole art¨ªstica. Lo que se inicia como labor de arque¨®logo -la de ahondar en las incertidumbres de la memoria-, se trueca insidiosamente en tarea de arquitecto, ge¨®metra o agrimensor.
Pero si ello relativiza la verdad de las mejores obras del g¨¦nero, el campo de la biograf¨ªa ajena se presta a una manipulaci¨®n infinitamente mayor. La contextualizaci¨®n de poemas, novelas, obras teatrales o art¨ªsticas deja a ¨¦stas, en la mayor¨ªa de los casos, en segundo o tercer plano. El indagador las pospone a las circunstancias preferentemente dram¨¢ticas o excitantes, en las que fueron creadas. Pero, ?aumenta esto el inter¨¦s por aqu¨¦llas? Me temo que la respuesta sea negativa. No leemos m¨¢s a Virginia Woolf, Sylvia Plath o, m¨¢s pr¨®ximo a nosotros, a un notable poeta de mi generaci¨®n, por la cascada de revelaciones pat¨¦ticas del bi¨®grafo. Nos internamos ¨²nicamente en la espesura de sus dramas personales, en los pormenores de su vida secreta, en sus pulsiones m¨¢s ¨ªntimas. Los investigadores nos desvelan que Fulana fue una homosexual reprimida, que Mengano frecuentaba los escenarios sadomasoquistas, que Perengana sufri¨® el cruel maltrato s¨ªquico de su pareja... Descubrir que Gertrude Stein y su querida Alicia se beneficiaron de la complicidad del r¨¦gimen de Vichy durante la Ocupaci¨®n nazi, ?mejora nuestra intelecci¨®n de la Autobiograf¨ªa de Alice B. Toklas? Una cosa es leer el Nunc manet in te de Oscar Wilde o el Diario de Andr¨¦ Gide, y otra muy distinta los descubrimientos sensacionalistas de Janet Malcom. Hay diferencias notables entre la labor de Jos¨¦ L¨¢zaro en su esclarecedora biograf¨ªa intelectual y pol¨ªtica de Luis Mart¨ªn Santos o los escritos de Castilla del Pino sobre los intelectuales rebeldes al franquismo, y la de los cazadores de historias ocultas, sobre todo morbosas, que se interfieren en nuestra percepci¨®n del artista o creador retratados. Los episodios y vicisitudes de su vida, expuestos a la luz del d¨ªa, cumplen una doble funci¨®n: la de rebajarlos, para consuelo de mediocres, al nivel de todo hijo de vecino y, parad¨®jicamente, la de fortalecer y amplificar el mito.
Muchas veces he imaginado la que habr¨ªa ca¨ªdo encima al pobre Cervantes si hubiese vivido en la era medi¨¢tica tras el ¨¦xito popular del Quijote. Le veo acosado por c¨¢maras y grabadoras, espiado en sus menores movimientos por periodistas y retratones, sometido al interrogatorio implacable de los micr¨®fonos: ?por qu¨¦ se ausent¨® de Espa?a y prefiri¨® tentar la suerte en Italia? ?Cu¨¢l fue su relaci¨®n con el cardenal Acquaviva? ?C¨®mo vivi¨® Lepanto y qu¨¦ valoraci¨®n le merece la figura de don Juan de Austria? ?Es cierto que la experiencia del cautiverio de Argel marc¨® de forma decisiva su vida? Y, si es as¨ª, ?expl¨ªquelo a los auditores! ?Trat¨® ¨ªntimamente a Has¨¢n Baj¨¢? ?Considera que su hoja de servicios al Rey fue mal apreciada y peor correspondida? ?Por qu¨¦ se le deneg¨® el permiso de embarcarse para la Nueva Espa?a? ?Qu¨¦ puede decirnos del encarcelamiento por deudas en Sevilla y del hecho de firmar con su segundo apellido Saavedra? Se habla mucho de las amantes de Lope de Vega y nada de las suyas, ?a qu¨¦ obedece este secreto? ?Cu¨¢les fueron las relaciones con su esposa Catalina Salazar, sus hermanas Andrea y Catalina y su sobrina Constanza? El p¨²blico que le contempla quisiera su versi¨®n del oscuro episodio de Valladolid y del asesinato de Gaspar de Ezpeleta junto a la casa llana, en uno de cuyos cuartos se apretujaba usted con su familia. ?Sabe usted que una profesora norteamericana sostiene que...?
La publicaci¨®n de media docena de biograf¨ªas escrutadoras no autorizadas arrasar¨ªa y se convertir¨ªa en un fen¨®meno editorial. La lectura de las andanzas del Caballero de la Triste Figura y de su fiel Sancho ceder¨ªa paso a las de las revelaciones apetitosas sobre su autor. La verdadera historia de los Ba?os de Argel y El inventor del 'Quijote' visto por su sobrina escalar¨ªan las listas de los campeones de ventas y ocupar¨ªan los escaparates de El Corte Ingl¨¦s.
Juan Goytisolo es escritor.
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