Una cierta mirada
Hab¨ªa nacido en 1922 y ten¨ªa 86 a?os. Dado que la muerte es una cita irreemplazable para el ser humano, la suya no pod¨ªa tardar mucho. Era cuesti¨®n de pocos a?os, a lo sumo. Y eso lo sab¨ªa ¨¦l y lo sab¨ªamos los dem¨¢s. La intervenci¨®n quir¨²rgica a la que se someti¨® en julio de 2008 fue el punto de salida -las cosas a toro pasado se ven con m¨¢s claridad- hacia su muerte. El punto de llegada se produjo ayer, de madrugada. Un hecho hasta cierto punto previsible para el que, sin embargo, no encuentro las palabras. La idea de pensar que un hombre de su envergadura biogr¨¢fica y moral haya desaparecido resulta en estos momentos inaceptable. Carlos no hubiera debido morir. Y lo sostengo no por razones sentimentales, que las hay, sino porque creo que en Espa?a alguien como ¨¦l hace mucha falta. Por m¨²ltiples razones. Por su prodigiosa inteligencia, su sentido del deber, su vocaci¨®n cient¨ªfica (en otro pa¨ªs, en otra Universidad, Castilla del Pino reun¨ªa todas las condiciones para aspirar a un Premio Nobel de Medicina), pero sobre todo, por su ejemplo.
Todo lo relacionado con el trabajo y los libros formaba parte de s¨ª mismo
Para recordar algunas de las cualidades que acabo de mencionar y muchas otras que pose¨ªa queda su obra intelectual, cient¨ªfica y literaria, desde sus estudios pioneros y revolucionarios sobre la depresi¨®n, la incomunicaci¨®n o la represi¨®n sexual, que a tanta gente ayudaron a vivir y a conocerse, hasta su autobiograf¨ªa en dos vol¨²menes y sin duda una obra de referencia en la cultura occidental del siglo XX.
Recuerdo cuando le conoc¨ª, en 1989, en la Fundaci¨®n Ortega y Gasset. Yo era joven y apenas conocida por un breve ensayo sobre la autobiograf¨ªa publicado en Revista de Occidente que ¨¦l ya conoc¨ªa. Habl¨® enseguida del art¨ªculo en unos t¨¦rminos muy precisos. En ¨¦l hab¨ªa, por sorprendente que pudiera parecer, un sincero inter¨¦s por la conversaci¨®n intelectual, haci¨¦ndome creer adem¨¢s que la charla transcurr¨ªa de igual a igual.
Despu¨¦s, al ir asent¨¢ndose nuestra amistad, tendr¨ªa muchas ocasiones de reparar en la humanidad que desprend¨ªa su actitud ante los dem¨¢s. Y tambi¨¦n, c¨®mo no, en la intensidad con que conceb¨ªa el hecho de vivir. Hay personas que iluminan el mundo con su pasi¨®n y Carlos era una de ellas. Ortega y Gasset cuando public¨® sus Notas de andar y ver no pod¨ªa imaginarse que unos a?os despu¨¦s un joven las leer¨ªa febrilmente, descubriendo en ellas una actitud anal¨ªtica y reflexiva que ser¨ªa decisiva en su formaci¨®n posterior. ?l, en lo sucesivo, aprender¨ªa a mirar las cosas pregunt¨¢ndose por ellas, no importa que fueran un cuadro, una ermita, un paisaje, una conducta humana. Carlos ley¨® a Ortega con 14 a?os y se dijo: "Yo deber¨ªa mirar de esa manera".
Le vi por ¨²ltima vez hace siete d¨ªas. Le hab¨ªa comentado por tel¨¦fono que pensaba dedicarle el libro que estoy preparando (no se me ocurr¨ªa nada m¨¢s). Y se alegr¨®; todo lo que tuviera que ver con el trabajo y los libros formaba parte consustancial de s¨ª mismo. A la salida del restaurante me pregunt¨®: "?C¨®mo vas con el libro?". Le dije que lo terminar¨ªa en un par de meses y contest¨®: "Date prisa". Fueron casi sus ¨²ltimas palabras conmigo. Lo siento, Carlos, amigo, maestro, no he podido llegar a tiempo de darte las gracias una vez m¨¢s.
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