La partida de la escribidora
PIEDRA DE TOQUE. Cor¨ªn Tellado fue el fen¨®meno sociocultural casi m¨¢s notable en lengua espa?ola desde el Siglo de Oro. Con su muerte desaparece la literatura realmente digna del calificativo "popular"
Por culpa de los antrop¨®logos, la palabra incultura ha desaparecido del vocabulario. En el pasado la noci¨®n de cultura se asociaba a un conocimiento elevado -human¨ªstico y cient¨ªfico-, al dominio de las artes, al buen gusto y a una sensibilidad refinada. La antropolog¨ªa generaliz¨® aquella acepci¨®n a todas las manifestaciones de la vida de una comunidad -sus creencias, sus costumbres, sus ritos, sus vicios y valores- de modo que hoy nos encontramos en la prensa con expresiones como "la cultura de la manducaci¨®n de carne humana", la "cultura del contrabando", "del f¨²tbol" y de cosas a¨²n peores. Ya nadie es inculto, todos nos hemos vuelto cultos de alguna manera, lo que constituye, sin duda, la apoteosis de esta civilizaci¨®n nuestra marcada por el sesgo de la frivolidad.
Su rutina era laboriosa. Escrib¨ªa sobre el amor y el desamor casi sin parar y casi sin corregir
Una vez invent¨® un protagonista ciego. El editor le dio una orden: "Op¨¦relo"
Dentro de este contexto no es impropio decir que Cor¨ªn Tellado, la escribidora asturiana que muri¨® el mes pasado, a sus 82 a?os de edad, fue probablemente el fen¨®meno sociocultural m¨¢s notable que haya experimentado la lengua espa?ola desde el Siglo de Oro. Aunque esto parezca herej¨ªa, y lo sea desde un punto de vista cualitativo, no lo es desde el cuantitativo, porque ni Borges ni Garc¨ªa M¨¢rquez ni Ortega y Gasset ni cualquier otro de los m¨¢s originales creadores o pensadores de nuestra lengua ha llegado a tanta gente ni influido tanto en su manera de sentir, hablar, amar, odiar y entender la vida y las relaciones humanas como Mar¨ªa del Socorro Tellado L¨®pez, apodada Socorr¨ªn por su familia y sus amigos, la muchacha que, en 1946, a sus 19 a?os, escribi¨® en C¨¢diz su primera novelita, Atrevida apuesta, una arcang¨¦lica historia en la que un joven guardiamarina apostaba que conseguir¨ªa besar a una chica y ganaba la apuesta gracias a un apag¨®n de la luz en medio de una fiesta. A su muerte, 63 a?os m¨¢s tarde, hab¨ªa escrito unas 4.500 novelas m¨¢s, sin contar los radioteatros, telenovelas, fotonovelas y pel¨ªculas inspiradas en sus obras y hecho c¨¦lebre el nombre de pluma de Cor¨ªn Tellado.
Yo me enter¨¦ de su existencia en Par¨ªs, en los a?os sesenta, cuando descubr¨ª que una sobrina m¨ªa, que ven¨ªa de Lima a estudiar un curso de "Civilizaci¨®n francesa" en La Sorbona, se hab¨ªa tra¨ªdo un malet¨ªn lleno de novelas de su autora favorita, por si sus libros escaseaban en la tierra de Balzac. Su precauci¨®n, por lo dem¨¢s, era in¨²til porque, como advert¨ª poco despu¨¦s, en la rue de la Pompe, en el elegante barrio XVI, hab¨ªa todo un quiosco dedicado exclusivamente a vender, alquilar o hacer intercambio de novelitas de Cor¨ªn Tellado, cuyas clientas eran sobre todo las empleadas dom¨¦sticas espa?olas e hispanoamericanas entonces muy numerosas en Par¨ªs.
Desde esa ¨¦poca tuve la tentaci¨®n de conocer alguna vez a esa extraordinaria escribidora que hab¨ªa logrado llegar con sus historias a un p¨²blico al que jam¨¢s alcanzar¨ªan los libros de los autores "cultos" de Espa?a o Hispanoam¨¦rica. S¨®lo lo consegu¨ª en mayo de 1981, despu¨¦s de m¨²ltiples gestiones, cuando la entrevist¨¦ para La Torre de Babel, un programa semanal que hice por seis meses para la televisi¨®n peruana. No fue nada f¨¢cil conseguir la entrevista. Su desconfianza hacia los periodistas era justificada pues ella hab¨ªa sido ridiculizada ya por algunos gacetilleros perdonavidas a los que abri¨® la puerta de su vivienda.
Me llev¨¦ una gran sorpresa al conocerla, en su casa de Roces, en las afueras de Gij¨®n. Llevaba con gran dignidad sus cincuenta y pico de a?os. Era bajita, simp¨¢tica, modesta, t¨ªmida pero desenvuelta y no sospechaba siquiera la fant¨¢stica popularidad de que gozaba en los estratos medios y populares de una veintena de pa¨ªses de lengua espa?ola y entre las comunidades "hisp¨¢nicas" de Nueva York, Miami, Texas y California. Era una mujer de provincias, cuya vida hab¨ªa transcurrido entre Asturias, C¨¢diz y Galicia, dedicada ma?ana, tarde y noche a escribir historias de amor y desamor. De su fugaz matrimonio hab¨ªan venido al mundo sus hijos Bego?a y Domingo, pero, aparte de esa peripecia y de su separaci¨®n matrimonial, su entera existencia estaba enteramente dedicada a fantasear y a escribir (mejor dicho, a teclear en su peque?a m¨¢quina de escribir port¨¢til) las aventuras sentimentales que chisporroteaban en su cabeza. Uso el diminutivo para hablar de sus libros porque, de acuerdo a las exigencias de sus editores, sus novelas no deb¨ªan tener nunca m¨¢s de 100 p¨¢ginas.
Su rutina era estricta y laboriosa. Su ama de llaves, una mujer que la acompa?aba desde siempre y le resolv¨ªa todos los problemas pr¨¢cticos, la despertaba a las cinco de la madrugada. De inmediato se encerraba en su escritorio, un cuarto claustrof¨®bico, sin ventanas, atestado de anaqueles con sus novelitas, y all¨ª permanec¨ªa 10 horas escribiendo, con una breve pausa a las ocho, para desayunar. Escrib¨ªa casi sin parar y casi sin corregir. Al salir del escritorio, a media tarde, ten¨ªa 50 p¨¢ginas oleadas y sacramentadas, es decir, la mitad de una novela. Escrib¨ªa dos por semana y, a ese ritmo, su obra se acercaba ya a los 3.000 vol¨²menes. Me explic¨® que, su problema como escribidora, era que su cabeza "funcionaba m¨¢s r¨¢pido que su habilidad de mecan¨®grafa". Que, si no hubiera sido por la lentitud de sus manos ante el teclado, escribir¨ªa m¨¢s, mucho m¨¢s. Alentaba en ella, a su manera, claro, esa voracidad deicida de los escribidores balzaquianos. Se ganaba su vida con la pluma, pero, en verdad, como les ocurre a los escribidores de verdad, no viv¨ªa de escribir sino para escribir.
Fuera de esas 10 horas diarias de trabajo, su vida no pod¨ªa ser m¨¢s mon¨®tona y frugal. Cuatro peri¨®dicos diarios, una buena siesta, alguna vez un libro, alguna tarde una visita a una amiga, acaso una pel¨ªcula. Muy rara vez, un viaje a Gij¨®n, de compras o a un restaurante. Pero para estar de vuelta en casa y acostada antes de las 10. En los meses de verano, ba?os en la piscina y alg¨²n partido de tenis. Y pare usted de contar.
Cuando le pregunt¨¦ por sus autores favoritos la not¨¦ inc¨®moda y cambi¨¦ de tema. Su oficio no era leer, sino escribir. Ten¨ªa una facilidad tan grande que las historias sal¨ªan de su m¨¢quina infatigable como las palabras y el aliento de su boca. No sab¨ªa lo que era ese s¨²bito terror p¨¢nico paralizante ante la p¨¢gina en blanco que padecen los escritores estre?idos. Para ella, escribir era tan f¨¢cil y natural como respirar.
Su absoluta falta de vanidad era portentosa. Dec¨ªa que la maravillaba siempre pensar que la le¨ªa tanta gente y era evidente que lo dec¨ªa de verdad. Su editor le hab¨ªa hecho creer que tiraba s¨®lo 30.000 ejemplares de cada una de sus novelas y, aunque ella sab¨ªa que probablemente aquella cifra estaba por debajo de la realidad, no le importaba. Si los editores le hac¨ªan las cuentas del t¨ªo, se encog¨ªa de hombros. Me cont¨® que, a veces, sus exigencias eran m¨¢s fastidiosas que las de los censores, en tiempos de Franco, que hab¨ªan tijereteado sus historias muchas veces. Eso a ella tampoco le importaba mucho porque suavizaba las frases incriminadas ?y ya est¨¢! Y me revel¨®, como prueba de su paciencia franciscana y su esp¨ªritu de templanza ante las incomprensiones del mundo, que, en una de sus novelas, se invent¨® un protagonista ciego. El editor le devolvi¨® el manuscrito con una orden: "Op¨¦relo". Y ella, por supuesto, lo oper¨®.
Aunque nunca la le¨ª, siempre la respet¨¦ y la trat¨¦ con cari?o y gratitud. Porque gracias a ella, cientos de miles, acaso millones de personas que jam¨¢s hubieran abierto un libro de otra manera, leyeron, fantasearon, se emocionaron y lloraron y por un rato o unas horas vivieron la experiencia maravillosa de la ficci¨®n. Ella no pod¨ªa sospecharlo, pero fue probablemente la ¨²ltima escribidora popular, en el sentido m¨¢s cabal de la palabra, la que llev¨® una variante (f¨¢cil, elemental, sensiblera y truculenta, ya lo s¨¦) de la literatura al vasto pueblo, ese que no entra jam¨¢s a las librer¨ªas y pasa como sobre ascuas por las secciones culturales de las revistas, y piensa que la literatura seria es larga y sopor¨ªfera. Es probable que con Cor¨ªn Tellado desaparezca en nuestra lengua la literatura digna de ese calificativo: popular. Lo que queda ya no lo es y lo ser¨¢ cada d¨ªa menos, a medida que las pantallas vayan exterminando a los libros, o empuj¨¢ndolos a la catacumba.
Amiga Socorr¨ªn, descansa en paz.
a, 2009.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2009.
? Mario Vargas Llos
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