El lado oscuro de Tint¨ªn
Una visita cerca de Bruselas al Museo Real del ?frica Central, cuya vastedad y exotismo se contraponen a los cr¨ªmenes de Leopoldo II en el antiguo Congo. En sus salas se inspir¨® Herg¨¦ para su ¨¢lbum m¨¢s desafortunado
El tranv¨ªa se encamina hacia el bosque de Soignes, el antiguo coto de caza real, y es como viajar en un barco lento y oxidado por el r¨ªo Congo. Despu¨¦s de todo estamos en B¨¦lgica, la patria de Simenon, de Brel, de Herg¨¦ y de Magritte, el que hac¨ªa realidad lo m¨¢s inconcebible. Los ¨²ltimos barrios de Bruselas se diluyen y empieza a adensarse una floresta donde este s¨¢bado no hay sombra del capit¨¢n Charlie Marlow, ni mucho menos de Kurtz. Ya en Tervuren se abre el Arboretum G¨¦ographique, un jard¨ªn bot¨¢nico creado en 1905 por el rey Leopoldo II para entrenar a funcionarios coloniales y que no confundiesen pinos con caobas. Hoy alberga centenares de especies, muchas africanas, que dan mucha moral al clima de B¨¦lgica.
Tervuren es un peque?o pueblo, donde no falta la paz, el pan y el chocolate, pero ya all¨ª se impone un paseo hasta el Museo del Congo, rebautizado como Museo Real del ?frica Central. Los nombres no quitan la esencia de las cosas. Este museo, que parece un palacio, lo mand¨® construir en 1900 el rey belga Leopoldo II. Fue como la condensaci¨®n en m¨¢rmol de su megaloman¨ªa y el intento de blanquear su conciencia, si es que eso era posible, con lo que hab¨ªa hecho en su peque?o jard¨ªn; es decir, todo el Congo Belga. En la Conferencia de Berl¨ªn de 1885 se le adjudic¨® una enorme mancha verde que le permiti¨® ser soberano del Estado libre del Congo y propietario de un pa¨ªs 80 veces mayor que B¨¦lgica. Eso le convirti¨® en uno de los hombres m¨¢s ricos del planeta y de todos los tiempos. Pero a qu¨¦ precio. Como ha escrito Mario Vargas Llosa, "durante un cuarto de siglo por lo menos, el Congo fue desangrado, esquilmado y destruido en una de las operaciones m¨¢s crueles que recuerde la historia, un horror s¨®lo comparable al Holocausto. Pero, a diferencia de lo ocurrido con el exterminio de seis millones de jud¨ªos por el delirio racista y homicida de Hitler, ninguna sanci¨®n moral comparable a la que pesa sobre los nazis ha reca¨ªdo sobre Leopoldo II y sus cr¨ªmenes".
El Congo era una cornucopia llena de diamantes, maderas, caucho... Una finca de un tama?o descomunal que necesitaba a toda la poblaci¨®n como mano de obra gratis. Una de las campa?as internacionales m¨¢s vibrantes a caballo entre los siglos XIX y XX present¨® al rey belga como el responsable de cortar las manos a los trabajadores negros del caucho. En 1908, el Congo pas¨® a manos del Estado belga, pero la pol¨¦mica de las manos cortadas (hay fotos en blanco y negro en el museo) dur¨® casi hasta la independencia de Zaire en 1960.
Frente al museo se extiende un estanque, con vocaci¨®n de lago, que no es dif¨ªcil imaginar palpitante de pel¨ªcanos o de flamencos. Tambi¨¦n han puesto una hilera de elefantes a tama?o natural hechos con tablillas que, vistos a lo lejos, dan la idea de que uno est¨¢ en otro continente. Al entrar luego en el museo es como hacerlo en una especie de Vaticano del colonialismo. La c¨²pula central, sin llegar a la de San Pedro, supera las ambiciones de cualquier museo etnogr¨¢fico. Las paredes est¨¢n revestidas de fabulosos m¨¢rmolevestidas de fabulosos m¨¢rmoles multicolores. En el suelo jaspeado pisas una estrella con una corona, el emblema del que fue Estado libre del Congo. Han quitado lo que hab¨ªa ah¨ª en medio, una gran escultura de marfil de Leopoldo II.
Sin embargo, en las cuatro hornacinas de la entrada siguen unas figuras doradas que parecen santos. B¨¦lgica aportando la civilizaci¨®n al Congo es el t¨ªtulo de la estatua de Ars¨¨ne Matton que muestra a un misionero barbudo con una gran capa y llevando en brazos a un ni?o negro. Las otras estatuas se llaman B¨¦lgica aportando el bienestar al Congo, B¨¦lgica aportando la seguridad al Congo y La esclavitud, la alegor¨ªa menos paternalista de las cuatro.
Bajo esas tonantes estatuas de hombres blancos hay otras tantas de hombres negros tallados en sus momentos m¨¢s ex¨®ticos, si no salvajes. Son obra de Herbert Ward, un escultor que pretend¨ªa ser "un antrop¨®logo visual" y que ten¨ªa como inspiraci¨®n la comparaci¨®n entre los ind¨ªgenas y los hombres prehist¨®ricos. Objetivo colonialista que cumpli¨® con creces.
Larvas y reptiles
En la vastedad del museo no falta ni lo m¨¢s peque?o ni lo m¨¢s grande. Han expuesto todos los tipos de mosquitos del Congo, y sus larvas, y reptiles, y hasta un elefante de verdad disecado. Y todos los ejemplos vegetales, empezando por una canoa de caoba de 22 metros. Una gran sala evoca al explorador Henry Morton Stanley (con sus libros, mapas...), contratado por Leopoldo II en 1879.
Las m¨¢scaras de este museo quitan las ganas de ir a regatear por esos mundos copias de copias. Interesante es la vitrina donde exhiben garras de hierro, las armas letales de los hombres leopardo, los c¨¦lebres anioto. En el pasillo central hay un grupo escult¨®rico que representa a un hombre leopardo a punto de apiolar a su v¨ªctima. El anioto viste una ropilla de tela que simula la piel de leopardo, incluyendo una m¨¢scara. Est¨¢ a punto de emplear sus garras met¨¢licas contra un ind¨ªgena, lleno de pavor, que yace a sus pies. Es una escayola pintada en 1913 por Paul Wissaert inspir¨¢ndose en las sociedades secretas (mambela) que aterrorizaron en el Congo Belga a principios de siglo XX con su mezcla de superstici¨®n religiosa, odios y venganzas tribales.
El caso es que Herg¨¦, siendo casi tan joven como su reci¨¦n nacido Tint¨ªn, qued¨® impresionado al conocer el hombre leopardo del Museo del Congo y lo sac¨® en unas vi?etas de Tint¨ªn en el Congo, su segundo ¨¢lbum, publicado en el suplemento del peri¨®dico Le Vingti¨¨me Si¨¨cle en 1930. Un ¨¢lbum pol¨¦mico donde los haya, con expresiones racistas y colonialistas de las cuales luego Herg¨¦ se arrepinti¨®. "Fue un error de juventud", dijo, y lo fue por usar palabras como n¨¨gres. Y a?adir que eran "perezosos", "primitivos" y toda la retah¨ªla. La versi¨®n en color del ¨¢lbum apareci¨® en 1946 con varios retoques y expresiones cepilladas. Aunque siempre ha sido un ¨¢lbum conflictivo: en 2007 fue denunciado por la Comisi¨®n Brit¨¢nica por la Igualdad de las Razas y por la Universidad Libre de Bruselas.
El reportero Tint¨ªn va a una escuela del Congo y dice a los ni?os: "Voy a hablaros de vuestra patria, B¨¦lgica". Eso se qued¨® luego en que Tint¨ªn les dio una clase de matem¨¢ticas, aunque hasta los negros m¨¢s feroces de la historieta hablan como ni?os. Tampoco convenci¨® mucho como justificaci¨®n que algunos africanos dijeran que ellos empleaban ese tebeo de Herg¨¦ para ver unos estereotipos tan rid¨ªculos de los negros que hac¨ªan que al final se riesen de los blancos. Demasiado sutil en tema de racismo. Y las culpas no se lavan en formol, como sucede en el antiguo Museo del Congo, que mantiene en un frasco a un magn¨ªfico ejemplar de celacanto, un pez originario de las Comores que se cre¨ªa extinguido. Siempre se dice lo mismo de los dinosaurios.
? Luis Pancorbo es autor de Avatares. Viajes por la India de los dioses (Miraguano, 2008).
Gu¨ªa
La visita e informaci¨®n
? Museo Real del ?frica Central
(www.africamuseum.be; 0032 27 69 52 11). Leuvensesteenweg, 13. Tervuren (a 18 kil¨®metros de Bruselas). Se puede llegar en transporte p¨²blico (metro 1B hasta Montgomery y tranv¨ªa 44). Abre de martes a viernes, de 10.00 a 17.00; s¨¢bados y domingos, hasta las 18.00. Lunes, cerrado. Adultos, 4 euros.
? Turismo de B¨¦lgica (www.flandes.net).
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