Gloria a un lidiador

Diego Urdiales se salv¨® por los pelos de que sonara el tercer aviso en su primer toro. S¨®lo su enorme frialdad y acierto con el descabello impidieron que una pesada losa cayera sobre su carrera. Se lo ten¨ªa merecido, es verdad, porque alarg¨® la faena m¨¢s all¨¢ de lo admisible; pero hubiera sido una aut¨¦ntica pena. A este hombre le palpita un coraz¨®n torero as¨ª de grande, tiene hambre de triunfo, un encomiable valor seco, y es batallador y elegante a la vez; pero, sobre todo, tiene una f¨¦rrea voluntad y una ejemplar constancia.

Hasta nueve tandas con la muleta se pudieron contar, pero, antes que aburrida, toda su labor tuvo un creciente inter¨¦s hasta alcanzar una vibrante emoci¨®n. El toro era, como los dem¨¢s, serio, cornal¨®n, manso, descastado, soso y sin movilidad. Y, como todos, lanzaba ga?afones y derrotes hacia las mismas nubes. Pero hab¨ªa all¨ª un lidiador inteligente que, de manera pausada, fue estudiando las posibilidades de su oponente. Le corrigi¨® defectos y le ense?¨® el camino de la muleta, siempre bien colocado, firme y seguro. Poco a poco, como por arte de magia, y a base de exponer mucho, empez¨® a robarle alg¨²n muletazo suelto. Cuando parec¨ªa tener dominada la situaci¨®n y al toro embrujado en su muleta, tom¨® la izquierda, hizo acopio de pundonor y dibuj¨® dos naturales largos y una trincherilla que supieron a gloria. Se cruz¨® de nuevo, metido entre los pitones, y traz¨® otros cinco grandes naturales que cerr¨® con un trincherazo de un m¨¦rito extraordinario. Son¨® un aviso y sigui¨® toreando, y ah¨ª qued¨® en las notas otro trincherazo de cartel. Tras un pinchazo, el segundo aviso, y el peligro inminente de una devoluci¨®n a los corrales. Mantuvo la cabeza fr¨ªa, lo cual no debe ser nada f¨¢cil en esos momentos, y, con los clarines y timbales a punto de dar el golpe definitivo, el toro cay¨® tras un certero descabello.

A Diego Urdieles le palpita un coraz¨®n torero as¨ª de grande

La corrida tuvo migas, pitones astifinos para dar y regalar

El p¨²blico le agradeci¨® su lecci¨®n de dominio, de mando y de conocimiento. No era para menos. Sac¨® de donde no hab¨ªa y se invent¨® una faena. S¨®lo le fall¨® el sentido de la medida, y le pudo costar caro. Lo intent¨® de nuevo en el quinto, muy soso y parado; volvi¨® a demostrar sus buenas condiciones, pero, entre el viento que molest¨® a todos, y la soser¨ªa del toro, no fue posible el ¨¦xito.

La corrida tuvo migas. Pitones astifinos para dar y regalar, pero poca clase y exceso de brusquedad y violencia. L¨®pez Chaves pas¨® las de Ca¨ªn con el primero, dur¨ªsimo, correoso, de p¨¦simo estilo, que le rob¨® el capote, primero, y la muleta por dos veces. Menos violento fue el cuarto, pero el torero, que no parece estar en su mejor momento, no llam¨® la atenci¨®n. Valverde se gan¨® una voltereta espeluznante del desclasado sobrero, que le produjo un puntazo en la axila izquierda y otro en el muslo derecho, de pron¨®stico reservado, y dej¨® claro que es un torero esforzado y valiente. Incluso con el tercero, que se acobard¨® en tablas y no le permiti¨® ni un pase.