La isla de los muertos
En la ciudad, si uno se mueve con los ojos de la imaginaci¨®n, pueden encontrarse de hecho todas las obras de arte creadas por el hombre. Basta estar atento a aquel juego de afinidades simb¨®licos que Baudelaire llamaba correspondencias para descubrir que en aquel rinc¨®n se dibujaba la silueta de una c¨¦lebre escultura y que en aquel muro, aparentemente anodino, se incrusta un fresco maravilloso que hasta ahora hab¨ªa permanecido sibilinamente invisible. Hay una ciudad oculta, subterr¨¢nea, tras la epidermis de la ciudad que nosotros podemos excavar con la fantas¨ªa hasta rescatar tesoros impensables. Esto es lo que ha hecho con elegancia y tenacidad Ignacio Vidal-Folch en su recientemente publicado libro Barcelona: museo secreto. La ciudad, convertida en imaginaria galer¨ªa universal del arte, ofrece al visitante sugerencias en m¨²ltiples direcciones, de modo que el lector espectador emprende recorridos hacia lugares insospechados sin necesidad de abandonar al paisaje urbano que le es familiar.
Vidal-Folch abre su libro con una traves¨ªa inquietante: la que une el monumento a Verdaguer en el cruce entre la Diagonal y el paseo de Sant Joan y la pintura de Arnold B?cklin La isla de los muertos. Confieso que durante a?os yo tambi¨¦n hab¨ªa estado atra¨ªdo por esta traves¨ªa, aunque sin conocer las pruebas que aporta Vidal-Folch. ?ste explica muy bien, adem¨¢s, el singular poder rememorador de dicha pintura, c¨¦lebre en su momento e incluso tristemente c¨¦lebre por ser una de las favoritas de Hitler. Esta obra sombr¨ªa y melanc¨®lica ha logrado suscitar extra?as obsesiones, como la del pr¨®cer granadino Rodr¨ªguez Acosta, quien dedic¨® a?os a construir, entre madreselvas y afilados cipreses, una atm¨®sfera semejante a la del cuadro de B?cklin en su carmen de la Alhambra. Y no han faltado, desde luego, los paisajes que han sido presentados como su fuente de inspiraci¨®n: desde el lago Lem¨¢n, en Suiza, hasta la bah¨ªa de Kotor, en Montenegro.
Todo un laberinto de evocaciones en el que, de acuerdo con Vidal-Folch, uno puede penetrar a partir de la contaminada columna desde la que nos vigila Moss¨¨n Cinto.
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