Amazonia'Far West'
En el horizonte verde de la Amazonia brasile?a zumba insignificante un peque?o hidroavi¨®n que es sacudido por el aire como si quisiera quitarse de encima un ruidoso mosquito. El alt¨ªmetro marca 7.000 pies, unos 2.500 metros, y Andr¨¦ Muggiati busca por la ventanilla el rastro de reba?os de vacas en la reserva ind¨ªgena de Apyterewa. Hasta que no ha embarcado al avi¨®n, este brasile?o no se ha enfundado el chaleco con el nombre que le delata: Greenpeace. Los ecologistas siguen en esta zona estrictas normas de seguridad. Y es que sobrevuelan una de las ¨¢reas con m¨¢s biodiversidad del mundo, la mayor selva tropical del planeta, pero tambi¨¦n una de las m¨¢s conflictivas y violentas por la lucha de la tierra. En especial, aqu¨ª, en el Estado de Par¨¢. Un mal sitio para enfrentarse a los grandes terratenientes, los hacendados (fazendeiros), acus¨¢ndoles de destruir la selva para aumentar los pastos donde criar ganado. En la ventanilla de Muggiati aparecen las primeras reses invasoras de la reserva ind¨ªgena, y el avi¨®n anfibio se deja caer r¨¢pido de un ala para aproximarse al objetivo.
Los blancos destruyen dos vidas, la de los paracan¨¢ y la suya propia. El bosque es fundamental para todos
Se ha creado desarrollo, pero a cambio de destruir el bosque y de conflictos extremadamente violentos
Los ecolocos tienen que acabar. No queremos padres o comunistas que vienen a provocar des¨®rdenes
Los ecologistas siguen estrictas normas de seguridad. Algunos tienen puesto precio a su cabeza
La Amazonia tiene el tama?o de doce veces Espa?a. Ya se ha perdido un 17,5% de los bosques originales
Pistoleros a sueldo. Cuando llega su coche a las oficinas de la Comisi¨®n Pastoral de la Tierra (CPT) en Xinguara, es el propio fraile dominico Henri des Roziers, aqu¨ª Frei Henri, quien va al volante. Tiene 79 a?os y le cuesta mucho caminar, pero sigue mostrando una asombrosa energ¨ªa. Junto a ¨¦l, en el asiento del copiloto, va sentado su guardaespaldas. Este religioso y abogado de origen franc¨¦s es uno de los cerca de 260 nombres que aparecen en una lista de la CPT de personas amenazadas de muerte; se asegura que su cabeza tiene incluso puesto un precio: 200.000 reales (m¨¢s de 70.000 euros). "No me preocupa en absoluto", responde sin darle m¨¢s importancia. Aun as¨ª, el Gobierno brasile?o le oblig¨® a aceptar protecci¨®n despu¨¦s de que la monja estadounidense Dorothy Stang, de 73 a?os, fuera asesinada en Anapu en 2005, acribillada por seis balazos de un pistolero a sueldo. La CPT calcula que en los ¨²ltimos 30 a?os han muerto de forma violenta en Par¨¢ m¨¢s de 800 campesinos, sindicalistas y religiosos por disputas por los recursos naturales y la tierra. Sentado en unas oficinas en cuyas paredes cuelgan las fotos de la monja, junto a recortes de prensa con otros rostros y carteles pidiendo justicia, Frei Henri relata que en las tres d¨¦cadas que lleva en Brasil ha sido testigo del profundo cambio del paisaje en esta vasta regi¨®n de la Amazonia: "Cuando pas¨¦ por aqu¨ª por primera vez en 1979, esto era todav¨ªa selva, pero ya hab¨ªa un gran aserradero instalado. Cerr¨® al comienzo de esta d¨¦cada, pero lo hizo simplemente porque todo estaba ya deforestado. Hoy esa selva ha sido sustituida por inmensos latifundios de cr¨ªa de ganado. Se ha creado desarrollo, es cierto, pero a cambio de destruir el bosque y de conflictos extremadamente violentos por la tierra".
Las monta?as de viejos documentos que reclaman la pertenencia del suelo de la Amazonia valen m¨¢s bien poco para conocer la distribuci¨®n del territorio arrancado a la selva en las sucesivas colonizaciones. Como apunta el dominico, el Ministerio P¨²blico Federal ha alertado de forma reciente de que en el Estado de Par¨¢ hay t¨ªtulos de propiedad para el doble de tierras de las que en realidad existen. Demasiado papel falso. Con todo, las pocas estad¨ªsticas disponibles parecen confirmar que es mucha tierra la que est¨¢ en muy pocas manos. Cada vez m¨¢s. Pues de acuerdo a los censos del Instituto Brasile?o Geogr¨¢fico y Estad¨ªstico (IBGE), las haciendas agropecuarias registraban en 2006 un tama?o medio de 150 hect¨¢reas, el doble que en 1996. "El mayor latifundista del pa¨ªs -y segundo del mundo tras un australiano- es el banquero brasile?o Daniel Dantas. Como propietario de Agropecu¨¢ria Santa B¨¢rbara, ha sido acusado de cr¨ªmenes financieros y lavado de dinero. En cuatro a?os ha comprado m¨¢s de 400.000 hect¨¢reas, muchas de las cuales evidentemente no tienen t¨ªtulos de propiedad normales", se indigna Frei Henri, que entiende que, al conocerse la noticia, grupos de campesinos del movimiento de los Sin Tierra corrieran a acampar junto a estas fincas para pedir su expropiaci¨®n. As¨ª lo prev¨¦ la reforma agraria del pa¨ªs, que dice que una propiedad puede ser expropiada si no cumple "una funci¨®n social", determinada por unos niveles de productividad y la conservaci¨®n de los recursos naturales. No tardaron en volar las balas y hubo varios campesinos heridos. Una historia que se repite una y otra vez, pues hoy son muchos los campamentos y asentamientos de este tipo instalados a las puertas de los ranchos de grandes terratenientes: no quieren colonizar nuevas ¨¢reas de la ind¨®mita selva y reclaman tierras ya degradadas.
Tras la muerte de la hermana Dorothy, dos hacendados fueron acusados de ordenar su asesinato, Regivaldo Galvao y Vitalmiro Bastos de Moura. El primero fue arrestado en 2005, pero fue puesto en libertad bajo fianza y a¨²n no ha ido a juicio. El segundo fue condenado en 2007, pero poco despu¨¦s fue absuelto a consecuencia del cambio de testimonio del pistolero encarcelado por apretar el gatillo. Esta decisi¨®n supuso todo un esc¨¢ndalo internacional y hace poco un tribunal brasile?o reabri¨® el caso. "Lo ocurrido con Dorothy es muy simb¨®lico de la impunidad que se vive aqu¨ª. De los 820 asesinados por cuestiones de tierra, s¨®lo se han podido lanzar 92 procesos, y de ellos se han producido 22 condenas de pistoleros e instigadores. La mayor¨ªa de los pistoleros se han fugado y s¨®lo han sido condenados seis comanditarios", repasa este dominico, que adem¨¢s de batallar contra el trabajo esclavo en la zona, tambi¨¦n ha participado como abogado en bastantes de esas causas. "Esto es la tierra sin ley, el Far West".
La selva, desde el aire. Es as¨ª como mejor se aprecia la inmensidad y la belleza de este sereno oc¨¦ano de copas de ¨¢rboles. Una de las ¨²ltimas fronteras de la naturaleza virgen del planeta. La Amazonia se extiende por m¨¢s de seis millones de kil¨®metros cuadrados (12 veces Espa?a), repartidos por nueve pa¨ªses, que albergan el mayor sistema fluvial del mundo y uno de los lugares de la Tierra donde la vida bulle con m¨¢s fuerza y diversidad. Los estudios sugieren que en esta gigantesca masa verde formada por unas 40.000 variedades de plantas diferentes pueden refugiarse 427 especies de mam¨ªferos, 1.294 de aves, 427 de anfibios y 378 de reptiles.
Sin embargo, desde la ventanilla del peque?o hidroavi¨®n de Greenpeace, el animal amaz¨®nico m¨¢s abundante tiene cuatro patas, piel blanca, cuernos y una caracter¨ªstica joroba o giba. Se trata de la vaca nelore, la raza bovina de origen indio m¨¢s abundante en todo Brasil. No parece muy destructiva. Pero, seg¨²n denuncia Andr¨¦ Muggiati, su cr¨ªa masiva se ha convertido en una de las principales amenazas para la Amazonia. ?Cu¨¢l es la relaci¨®n de la ganader¨ªa con la deforestaci¨®n? En realidad, el ecologista brasile?o reconoce que doblegar la selva no resulta f¨¢cil. Incluso cuando entran las ensordecedoras sierras mec¨¢nicas y tumban todas las especies que tienen m¨¢s valor, aunque muy degradada, por lo general todav¨ªa suele quedar en pie una masa forestal. Seg¨²n dice, con las vacas es diferente. Para sacar nuevos pastos con los que alimentarlas hay que seguir cortando ¨¢rboles, o quemarlos, hasta que s¨®lo queda hierba. "El proceso de destrucci¨®n comienza con los madereros, que son los que entran en la selva y abren toda una red de carreteras por las que luego acceder¨¢n los ganaderos. Brasil es desde 2003 el mayor exportador de carne de vacuno del mundo, y se calcula que el 80% de todas las ¨¢reas en uso en la Amazonia Legal brasile?a est¨¢n ocupadas por ganader¨ªa", recalca Muggiati.
Desde el peque?o avi¨®n anfibio, otro tripulante sigue la ruta a¨¦rea en la pantalla de un ordenador. El icono de un avioncito avanza sobre un mapa con el estado de conservaci¨®n de cada ¨¢rea y los ¨²ltimos puntos de deforestaci¨®n registrados por sat¨¦lites en 2008 y 2009. De acuerdo al instituto de investigaci¨®n Imazon (Instituto do Homem e Meio Ambiente da Amaz?nia), se ha perdido ya un 17,5% de los bosques originales, una superficie mucho mayor que Espa?a y Portugal juntas. A pesar de haberse ralentizado el ritmo de destrucci¨®n, hoy la deforestaci¨®n contin¨²a. Y al igual que los tubos de escape o las centrales el¨¦ctricas de carb¨®n, esto tambi¨¦n aumenta en la atm¨®sfera los gases causantes del cambio clim¨¢tico. Tanto que estimaciones del World Resources Institute de Washington colocan a Brasil como el quinto pa¨ªs m¨¢s contaminante de CO2 del planeta.
Tras sobrevolar en el mapa muchos kil¨®metros de zonas anaranjadas de selva destruida, el icono del avioncito entra en el ¨¢rea verde de las 700.000 hect¨¢reas de la reserva ind¨ªgena de Apyterewa, donde vive la tribu de los paracan¨¢. Aunque el uso de estos espacios p¨²blicos est¨¢ reservado a los pueblos ind¨ªgenas y sus recursos no pueden ser explotados, la deforestaci¨®n comienza tambi¨¦n a carcomer su frescura. El hidroavi¨®n se posa con la habilidad de un insecto sobre el r¨ªo Xingu. Tamakwar¨¦, el jefe de la tribu de los paracan¨¢ en la aldea Apyterewa, pide auxilio: "Necesitamos ayuda, lo que est¨¢ pasando aqu¨ª es muy grave". C¨¢nticos de bienvenida resuenan en este rinc¨®n de la Amazonia a 11 horas en barca de la ciudad m¨¢s cercana. Como cuentan los indios con la piel adornada con pinturas negras, los invasores est¨¢n cada vez m¨¢s cerca. La tensi¨®n lleg¨® al m¨¢ximo hace s¨®lo unas semanas: varios de ellos se encontraron en la selva con hombres blancos armados que les amenazaron para que se fueran de territorios de la propia reserva.
Vaqueros en las haciendas. Rodeado de pastos que parecen no tener fin, un jinete se deja llevar despacio en su montura, el rostro sombreado por el ala del sombrero, que comienza a gotear. Ni se inmuta por la fuerte lluvia que cae mientras vigila c¨®mo el resto de los hombres reagrupan las reses. En el bolsillo izquierdo de la camisa cada vez m¨¢s mojada destacan las letras SB, la marca de Agropecu¨¢ria Santa B¨¢rbara, grupo vinculado al banquero Daniel Dantas. La aparente calma de este vaquero contrasta con la fuerte tensi¨®n desencadenada a las mismas puertas de este rancho, justo enfrente del portal¨®n donde se balancea el cartel con el nombre de la hacienda Itacaiunas. All¨ª mismo, s¨®lo separados por el camino embarrado, viven acampados desde hace meses en caba?as de hojas de palmera 170 familias de campesinos del movimiento de los Sin Tierra para reclamar la expropiaci¨®n de la finca. "Cuando nos la den, primero queremos plantar y luego tenemos varios proyectos para criar cerdos y gallinas, tambi¨¦n pensamos reforestar", afirma convencida Elza Gomes da Silva, una de las coordinadoras de este campamento en el que hasta los ni?os entonan canciones llamando a la lucha.
El mundo de sillas de montar y botas con espuelas del otro lado de la puerta de haciendas como Itacaiunas poco tiene que ver en apariencia con James de Senna Simpson. Tiende una tarjeta con el cargo de director financiero en las as¨¦pticas oficinas del Sindicato de los Productores Rurales de la ciudad de Marab¨¢, la organizaci¨®n que representa a los hacendados en esta regi¨®n. "Nuestro problema no es la crisis financiera, sino los movimientos sociales y las nuevas leyes ambientales. Esas locuras ecol¨®gicas, de ecolocos, tienen que acabar. El mundo va a tener que comer de Brasil y nosotros queremos desarrollarnos como Espa?a". Al contrario que el silencioso vaquero de Itacaiunas, una vez que este representante de los ganaderos comienza a hablar, sus palabras van desboc¨¢ndose poco a poco hasta acabar en estampida. "Necesitamos justicia; si no, esto termina en guerra civil. Si mi hacienda fuera invadida, yo no puedo simplemente pegarles un tiro, pues yo soy uno y ellos son muchos. Vamos a la guerra civil". "La Amazonia es del pueblo brasile?o, nosotros decidimos. ?El mundo va a pagar por mantener la selva?". "La monja Dorothy no era lo que dec¨ªa ser, sino una pistolera, una guerrillera. Ella ten¨ªa que haber sido apresada y deportada fuera del pa¨ªs. Los brasile?os no podemos aceptar a padres o a comunistas que vienen a generar des¨®rdenes. Aqu¨ª tenemos uno, el que llaman Frei Henri".
La tribu de los paracan¨¢. S¨®lo los hombres de m¨¢s edad llevan atravesada bajo el labio la peque?a piedra pulida que les identifica como paracan¨¢. As¨ª ocurre con Moxie, de 65 a?os. Es de los pocos que pueden hablar de cuando la tribu no hab¨ªa sido todav¨ªa contactada por los blancos. Esto sucedi¨® por primera vez en 1976, hace 33 a?os. "Llegaron con regalos, cuchillos, espejos, redes, hamacas, y pensamos que eran buenos", traduce Sapin, el hijo del jefe Tamakwar¨¦, del tup¨ª-guaran¨ª al portugu¨¦s. "Luego la tribu se puso en marcha para cambiar de sitio y pas¨® mucho tiempo hasta que volvimos a verlos, ya aqu¨ª en el r¨ªo Xingu. Pero por el camino nos encontramos con los kaiap¨®es. Son guerreros y llevaban armas de fuego. Mataron a casi todos, incluidos mujeres y ni?os". El reencuentro con los blancos no fue tampoco mejor, pues los pocos que sobrevivieron a los kaiap¨®es tuvieron que enfrentarse al llegar a Xingu a otro enemigo igual de mort¨ªfero: los virus. Quedaron apenas 200.
Hoy los paracan¨¢ han cambiado mucho. En la aldea de Apyterewa todos van vestidos con ropa, y una gran antena parab¨®lica les permite incluso ver la televisi¨®n de vez en cuando. Tambi¨¦n disponen de canalizaciones de agua, un transformador el¨¦ctrico y una escuela. Como el resto de ind¨ªgenas de Brasil, viven bajo la tutela estatal a trav¨¦s de la Funda??o Nacional do ?ndio (Funai) y no se rigen por las mismas leyes que el conjunto de la poblaci¨®n, pues en Brasil se considera que no tienen capacidad para valerse por ellos mismos, como si fueran menores de edad. "Dice que ¨¦l usa esas comodidades s¨®lo cuando est¨¢ en la aldea, pero no necesita nada de eso cuando entra en la selva", habla Moxie en boca del joven Sapin. Con 28 a?os, ya es abuelo. "Aunque era bueno cuando viv¨ªamos sin los blancos, ¨¦l sabe que ya no es posible vivir en medio del bosque sin contacto". Los paracan¨¢ han duplicado su poblaci¨®n y hoy llegan al medio millar. Su mayor preocupaci¨®n ahora son los invasores, como los hombres armados que les han amenazado, pues ya han abierto pastos a s¨®lo 20 minutos por el r¨ªo Xingu. "No queremos mal para los blancos, s¨®lo queremos vivir en paz".
La tribu conf¨ªa en la voluntad del todopoderoso Topoa para que la selva les cobije por mucho tiempo. Sin embargo, esta divinidad probablemente no tenga tanta influencia sobre la deforestaci¨®n como la Bolsa de Chicago (EE UU), el mercado de referencia en el mundo para los productos agropecuarios.El brasile?o Paulo Baretto, ingeniero forestal e investigador del instituto Imazon, ha confirmado que la tasa anual de destrucci¨®n de la selva entre 1995 y 2007 estuvo muy relacionada con la variaci¨®n de los precios del ganado y de la soja. Cuando el precio sub¨ªa, la Amazonia se resent¨ªa al a?o siguiente. ?Qu¨¦ pasar¨¢ ahora con la crisis? "Todav¨ªa no han salido los datos, pero es probable que la deforestaci¨®n haya disminuido por la reducci¨®n de la actividad econ¨®mica", responde el propio Baretto, que apunta otro factor determinante del retroceso de la selva: el precio del suelo. De acuerdo con los datos de la consultora IFNP, el valor de una hect¨¢rea de selva son 250 reales; el de pastos, 500; el de plantaciones de soja, 1.200, y el de cacao o caf¨¦, 2.100. "Si dependiera s¨®lo del mercado, lo m¨¢s interesante ser¨ªa deforestar para aumentar el valor de las tierras", se?ala el investigador. A m¨¢s de 6.000 kil¨®metros de Chicago, en la reserva de Apyterewa, Nadiuky tiene una idea muy distinta del valor de las cosas: "Los blancos no saben lo que es importante; est¨¢n destruyendo dos vidas, la de los paracan¨¢, pero tambi¨¦n la suya propia, pues el bosque es fundamental para todos. No queremos pastos, queremos ¨¢rboles".?
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