Un grano de trigo
los libros reci¨¦n hechos huelen bien, a primavera. La primavera huele a libros nuevos, esa fragancia inefable para la que no existen adjetivos ni sin¨®nimos posibles, el olor que desprenden las flamantes cubiertas plastificadas, la intacta tirantez de los lomos adolescentes, tersos a¨²n, sin una arruga. Los libros viejos, esos que posan sobre la piel una p¨¢tina tenaz, amarillenta, huelen igual de bien, pero su aroma es diferente. Los libros le¨ªdos huelen a vidas ajenas, misteriosas vidas de?desconocidos, hombres de piel ¨¢spera, mujeres de u?as pintadas que los sostuvieron entre las manos cuando eran nuevos y ol¨ªan a primavera, mientras a¨²n desprend¨ªan el perfume de los libros reci¨¦n hechos, papel, tinta y amor. Sobre todo amor.
"El amor que inspiran los libros es una pasi¨®n compleja, tan dif¨ªcil de explicar como la vida"
El amor que inspiran los libros es una pasi¨®n compleja, tan dif¨ªcil de explicar como la vida, a la que nutren y de la que se alimentan. El amor que re¨²ne a un autor y a un lector alrededor de un dise?o inmejorable, ese objeto tan simple y tan perfecto, tan barato, tan vers¨¢til, tan f¨¢cil de utilizar y reutilizar tantas veces, ligero, peque?o, f¨¢cil de transportar y rigurosamente d¨®cil a la voluntad de su due?o, porque no necesita pilas, ni enchufes, porque nunca se cuelga, ni necesita actualizaciones, porque, m¨¢s all¨¢ de la educaci¨®n primaria, no requiere preparaci¨®n alguna, y puede usarse igual debajo de la tierra y a nueve mil pies de altura -?c¨®mo pueden soportar los vuelos transoce¨¢nicos las personas que no leen?-, es de esos amores que le cambian la vida a cualquiera. Por eso es justo que la primavera ame los libros, que los libros se enamoren de la primavera.
Escribir un libro es inventar una isla desierta y desear apasionadamente un naufragio. Cada libro que se publica es un punto nuevo, una mota negra, redonda y diminuta, en el inabarcable azul del conocimiento, del pensamiento humano. Cada autor lo ha creado con sus playas y sus volcanes, sus ensenadas y sus peligros, sus selvas, sus desiertos. Y ha previsto que sea habitable, ha llenado sus mares de pesca y sus bosques de caza, ha escondido entre sus rocas estrat¨¦gicos manantiales de agua potable, ha fecundado a conciencia sus llanuras para sembrar frutales y cocoteros, y se ha elevado a la altura de Dios, aunque haya tardado mucho m¨¢s de seis d¨ªas en crear todo esto y comprobar que es bueno. Despu¨¦s, irremediablemente humano otra vez, se ha limitado a cruzar los dedos para desear con todas sus fuerzas que un barco se hunda cerca de sus orillas, que al menos un hombre, una mujer superviviente, se deje salvar por las olas para recobrar la consciencia tumbado en la arena. A partir de ah¨ª, todo el poder es del n¨¢ufrago. De su voluntad depende que esa isla deje de estar desierta, que crezca, que se expanda, que se consolide como un continente fecundo y poderoso, o que esa mota negra, abandonada al azar de los mapas, pierda su forma, desti?a su color, encoja de tama?o hasta convertirse en una sombra parda, despu¨¦s gris, un recuerdo borroso, fr¨¢gil, polvoriento, por fin nada.
Claro que Robinson Crusoe me cambi¨® la vida. ?A usted no? No sabe la envidia que me da, porque eso significa que todav¨ªa podr¨¢ leerlo por primera vez. Que todav¨ªa podr¨¢ experimentar la emoci¨®n suprema de ese instante en el que Robinson sale de su caba?a, mira al suelo como todos los d¨ªas, y ve en ¨¦l una plantita verde, tierna, que le resulta conocida, porque es trigo, un grano de trigo que ha llegado hasta all¨ª no se sabe bien c¨®mo, porque ¨¦l busc¨® afanosamente el grano que transportaba su barco sin encontrarlo jam¨¢s, y sin embargo, una sola semilla debi¨® quedarse pegada en una tabla, en una caja, en el fondo de un saco, para desprenderse a tiempo, para caer en la tierra y recibir el agua de la lluvia, el calor del sol, hasta germinar a escondidas. ?Oh, qu¨¦ trampa sublime, oh, qu¨¦ majestuoso artificio, oh, qu¨¦ gloriosa osad¨ªa, oh, qu¨¦ maravillosa rueda de molino, de esas que, al tragarlas, alimentan m¨¢s que el pan! ?Cu¨¢ntos granos de trigo nos est¨¢n esperando en todos esos libros que nos quedan por leer!
Si sale a la calle, si se deja guiar por la voluntad del sol en las ma?anas lentas, perezosas, de esta primavera con prisas de verano, encontrar¨¢ m¨¢s de los que sea capaz de llevarse a casa en media docena de bolsas de pl¨¢stico. Es posible que ahora mismo le est¨¦n llamando, que est¨¦n gritando su nombre, hasta sus apellidos, porque aunque usted no se lo crea, ya le conocen. Vaya a su encuentro, no lo dude. M¨ªrelos, t¨®quelos, resp¨ªrelos, sucumba a la borrachera de tinta que se desparrama desde el borde de todas las casetas de?todas las ferias abiertas en casi todas las ciudades de Espa?a, y?aspire su perfume. Porque los libros reci¨¦n hechos huelen bien todo el a?o, pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad.?
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