Adi¨®s, GM
Escribo estas l¨ªneas en la ma?ana del fin de la otrora poderosa General Motors. Al mediod¨ªa, el presidente de Estados Unidos lo har¨¢ oficial: General Motors, tal y como la conocemos, es ahora siniestro total.
Sentado aqu¨ª, en el lugar de nacimiento de GM, en Flint (Michigan), estoy rodeado de familia y amigos ansiosos por saber qu¨¦ les pasar¨¢ a ellos y a la ciudad. El 40% de los hogares y de los negocios han sido abandonados. Imaginen vivir en una ciudad donde casi la mitad de las casas est¨¢n vac¨ªas. ?Cu¨¢l ser¨ªa su estado de ¨¢nimo?
Es una triste iron¨ªa que la empresa que invent¨® la "obsolescencia planificada" -la decisi¨®n de fabricar autom¨®viles que se cayeran a pedazos al cabo de unos a?os, de modo que el cliente tuviera que comprar uno nuevo- ahora se haya quedado obsoleta. Se neg¨® a fabricar los autom¨®viles que el p¨²blico quer¨ªa, coches que consumieran poco, que fueran todo lo seguros que fuese posible y que fueran incre¨ªblemente c¨®modos de conducir. Ah, y que no se cayeran a trozos al cabo de dos a?os.
Debemos convertir nuestras f¨¢bricas de autom¨®viles en f¨¢bricas de veh¨ªculos de transporte p¨²blico
GM luch¨® obstinadamente contra las normativas medioambientales y de seguridad. Sus ejecutivos ignoraron arrogantemente los coches "inferiores" procedentes de Jap¨®n y Alemania, que se convirtieron en el patr¨®n oro de los compradores de autom¨®viles. Y estaban empe?ados en castigar a sus trabajadores sindicalizados, por lo que echaron a miles de ellos sin m¨¢s raz¨®n que la de mejorar los resultados de la compa?¨ªa a corto plazo. A partir de los a?os ochenta, cuando GM ten¨ªa unos beneficios r¨¦cord, traslad¨® innumerables puestos de trabajo a M¨¦xico y a otros lugares, y destruy¨® as¨ª las vidas de decenas de miles de estadounidenses que trabajaban duro. La may¨²scula estupidez de esta pol¨ªtica fue que, una vez que eliminaran los ingresos de tantas familias de clase media, ?qui¨¦n cre¨ªan ellos que podr¨ªa permitirse comprar sus coches? La Historia registrar¨¢ esta metedura de pata, de la misma manera que ahora escribe sobre la construcci¨®n de la L¨ªnea Maginot por parte de los franceses o sobre c¨®mo los romanos envenenaron sin querer su red de agua con plomo letal en sus tuber¨ªas.
As¨ª que aqu¨ª nos tienen, en el lecho de muerte de General Motors. El cuerpo de la empresa a¨²n no est¨¢ fr¨ªo, y me encuentro lleno de -me voy a atrever a decirlo- j¨²bilo. No es el j¨²bilo de la venganza contra una empresa que ha arruinado mi ciudad y que ha tra¨ªdo miseria, divorcios, alcoholismo, indigencia, debilitaci¨®n f¨ªsica y mental y drogadicci¨®n a la gente con la que crec¨ª. Tampoco encuentro, obviamente, motivo de j¨²bilo en saber que hoy les dir¨¢n a 21.000 empleados m¨¢s de GM que tambi¨¦n ellos se han quedado sin trabajo.
?Pero ahora Estados Unidos es propietario de una empresa automovil¨ªstica! Lo s¨¦, lo s¨¦; ?qui¨¦n demonios quiere gestionar una empresa automovil¨ªstica? ?Qui¨¦n de nosotros quiere que se tiren a un agujero de ratas 50.000 millones de d¨®lares de nuestros impuestos para seguir intentando salvar a GM? Dejemos esto claro: la ¨²nica manera de salvar a GM es matar a GM. Salvar nuestra preciosa infraestructura industrial, sin embargo, es otro asunto y debe ser la principal prioridad. Si permitimos el cierre y el derribo de nuestras f¨¢bricas de autom¨®viles, desearemos amargamente tenerlas todav¨ªa cuando nos demos cuenta de que esas f¨¢bricas podr¨ªan haber construido los sistemas de energ¨ªa alternativos que hoy en d¨ªa necesitamos tan desesperadamente. Y cuando nos percatemos de que la mejor manera de trasladarnos es en tren ligero y en trenes bala y en autobuses m¨¢s ecol¨®gicos, ?c¨®mo lo haremos si hemos permitido que nuestra capacidad industrial y la mano de obra especializada desaparezcan?
Igual que hizo el presidente Roosevelt tras el ataque de Pearl Harbor, el presidente Obama debe decirle a la naci¨®n que estamos en guerra y que debemos convertir inmediatamente nuestras f¨¢bricas de autom¨®viles en f¨¢bricas que construyan veh¨ªculos de transporte p¨²blico y aparatos de energ¨ªa alternativa. Al cabo de pocos meses, en Flint, en 1942, GM detuvo toda la producci¨®n de coches e inmediatamente empez¨® a utilizar las cadenas de montaje para construir aviones, tanques y metralletas. La conversi¨®n se llev¨® a cabo en un santiam¨¦n. Todo el mundo puso de su parte. Los fascistas fueron derrotados.
Ahora se trata de un tipo de guerra diferente, una guerra que hemos declarado al ecosistema y que ha sido dirigida por nuestros l¨ªderes empresariales. La actual guerra tiene dos frentes. Uno tiene su cuartel general en Detroit. Los productos construidos en las f¨¢bricas de GM, Ford y Chrysler son algunas de las mejores armas de destrucci¨®n masiva responsables del calentamiento global y del derretimiento de nuestros casquetes polares. Puede que esas cosas a las que llamamos "coches" sean divertidas de conducir, pero son como un mill¨®n de pu?ales en el coraz¨®n de la Madre Naturaleza. Continuar construy¨¦ndolos s¨®lo conducir¨¢ a la ruina de nuestra especie y de la mayor parte del planeta.
En el otro frente de esta guerra, las empresas petrol¨ªferas luchan contra ustedes y contra m¨ª. Est¨¢n empe?adas en desplumarnos a la menor oportunidad, y han sido las temerarias administradoras de la cantidad finita de petr¨®leo que se encuentra bajo la superficie terrestre. Saben que la est¨¢n chupando hasta la m¨¦dula. Y al igual que los magnates de la madera de principios del siglo XX, a los que les importaban un comino las generaciones futuras mientras talaban todo bosque que se les pon¨ªa por delante, estos barones del petr¨®leo no est¨¢n diciendo a la gente lo que saben que es verdad, que s¨®lo quedan unas cuantas d¨¦cadas m¨¢s de petr¨®leo que se pueda usar en este planeta. Y a medida que se acercan los d¨ªas del fin del petr¨®leo, prep¨¢rense para ver a algunas personas muy desesperadas dispuestas a matar y a morir por tener en sus manos una lata de cinco litros de gasolina.
Este a?o hace cien que los fundadores de General Motors convencieron al mundo para que renunciara a sus caballos y sus sillas y sus fustas y probara un nuevo medio de transporte. Ahora es el momento de que le digamos adi¨®s al motor de combusti¨®n interna. Parece que nos fue de gran utilidad durante mucho tiempo. Disfrutamos de los autorrestaurantes A&W. Nos dimos el lote en el asiento delantero, y en el trasero. Vimos pel¨ªculas en enormes pantallas al aire libre, fuimos a las carreras en las pistas de la NASCAR por todo el pa¨ªs, y vimos el oc¨¦ano Pac¨ªfico por primera vez a trav¨¦s de la ventanilla cuando conduc¨ªamos por la Autopista 1. Y ahora se ha acabado. Es un nuevo d¨ªa y un nuevo siglo. -
Michael Moore, cineasta estadounidense, dirigi¨® la pel¨ªcula Roger & Me, sobre la industria del autom¨®vil en Estados Unidos. ? Huffington Post / Global Viewpoint Network. Traducci¨®n de News Clips.
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