La comedia del poder
Bien se sabe que si todos los pa¨ªses son particulares, algunos lo son m¨¢s, como la Argentina, esa sorprendente naci¨®n en que convivieron en su d¨ªa los Borges y Bioy Casares con la siniestra Triple A, as¨ª como hoy respiran el mismo aire un l¨ªder organizador a destajo de piquetes callejeros, que lo mismo corta una avenida o copa un "casino", con artistas excelsos como el bailar¨ªn Julio Bocca o el grupo de Les Luthiers, expresi¨®n refinada del humorismo porte?o. Esa zarabanda multicolor adquiere hoy particular expresi¨®n en Gran Cu?ado, una parodia humor¨ªstica de Gran Hermano, que dirige el animador televisivo Marcelo Tinelli. Como explicara estos d¨ªas Soledad Gallego (EL PA?S, 20 de mayo), se trata de una caricatura de los pol¨ªticos que el 28 de junio dirimir¨¢n supremac¨ªas en una elecci¨®n parlamentaria de medio t¨¦rmino que incluye a la propia presidenta Cristina Fern¨¢ndez de Kirchner y a su antecesor y marido.
Un corrosivo programa de televisi¨®n argentino caricaturiza a los candidatos electorales
Los pol¨ªticos viven aterrorizados por lo que all¨ª les pueda pasar y la gente se r¨ªe como si le hicieran cosquillas, porque el trabajo es t¨¦cnicamente memorable, con artistas que logran imitaciones desopilantes de esas figuras.
?Por qu¨¦ tanto azareo, entonces? Pues porque un programa as¨ª, en el 2001, fue fundamental en la ca¨ªda del presidente De la R¨²a, un pol¨ªtico de larga trayectoria, legislador con historia, alcalde bonaerense y, sobre todo, una buena persona, a quien la caricatura lo estamp¨® como un hombre vacilante, distra¨ªdo, casi tonto, que siempre equivocaba la puerta de salida. En una palabra, se trata de un arma terrible, como ya lo dec¨ªa Maquiavelo en sus consejos al Pr¨ªncipe, que pod¨ªa ser amado o temido, pero nunca ridiculizado.
Hay quienes se han preguntado si era aceptable que la mism¨ªsima jefe de Estado pudiera ser caricaturizada, como lo hace este programa. La respuesta obvia es que dentro del vasto espacio de la libertad de expresi¨®n cabe la s¨¢tira al gobernante, que la han sufrido todos, aun en la vieja Grecia y en la sofisticada Rep¨²blica Romana. La pregunta es si no hay l¨ªmite, si no hay una fr¨¢gil frontera en que la cr¨ªtica se desborda para llegar a ser agravio institucional. La cuesti¨®n no ha pasado del debate period¨ªstico, pues nadie se ha atrevido a llevar el tema a un tribunal y m¨¢s vale as¨ª porque, en la duda, siempre ha de preferirse la libertad.
La trascendencia popular del tema impone reflexionar sobre la manera en que un programa de esta naturaleza puede transformarse en un escenario decisivo del punto de vista pol¨ªtico, hasta d¨®nde pueden corroerse las instituciones con la ridiculizaci¨®n al barrer, cu¨¢l es el punto en que la s¨¢tira termina minando la confianza ciudadana o desviando el juicio sereno de un votante hacia an¨¦cdotas y estereotipos necesariamente farsescos. Lo indudable es que el programa es un prodigio esc¨¦nico por su ritmo y color, la gracia de los libretos y la eficacia de las imitaciones, que recogen a su vez el veredicto de un p¨²blico que marca r¨¦cords de audiencia a la hora de los sketches. Es verdad que luego del primer programa, que llev¨® tanta gente como la final del mundial, el rating algo ha bajado, manteni¨¦ndose sin embargo en un nivel de expectativa realmente sorprendente.
A la intriga de qui¨¦n ser¨¢ desalojado del juego por el voto de los televidentes se le a?ade un elemento l¨²dico de suspenso que atrapa a multitudes, prendidas en la suerte de los desenlaces, con la ilusi¨®n de que con su voto van decidiendo a qui¨¦nes no soportan m¨¢s. La tentaci¨®n de votar en contra, esa especie de morbosa inclinaci¨®n a denostar, a defenestrar, a poder responderle a alguien notorio con una bolilla negra, es particularmente seductora para el gris¨¢ceo televidente com¨²n, ese ser an¨®nimo que en ese instante m¨¢gico de votar se siente protagonista.
En Uruguay, desde donde escribo este comentario, tambi¨¦n se sigue el programa como si fuera propio. Cabe recordar que sigue cortado por los piqueteros argentinos el puente sobre el r¨ªo Uruguay que une a los dos pa¨ªses rioplatenses y como ello lleva a que casi todo el espectro pol¨ªtico del pa¨ªs mire con recelo al Gobierno argentino, ocurre que las caricaturas sean festejadas como si fueran asunto propio.
No es despreciable tambi¨¦n ese efecto secundario de la globalizaci¨®n, que es el traspaso de las fronteras por programas alusivos a la pol¨ªtica del vecino.
En una palabra, el homo videns de Sartori va produciendo sorprendentes productos. Y modificando h¨¢bitos ciudadanos y pautas culturales que parec¨ªan invulnerables. ?Hasta qu¨¦ punto la ridiculizaci¨®n de los titulares desgasta a la instituci¨®n? Una rep¨²blica en zapatillas, sorprendida en ropas menores, ?preserva su esencia?
Por lo menos, da para pensar en que estamos ante algo muy distinto a lo que imagin¨® Jefferson cuando redactaba los principios de libertad que estamp¨® en la primera gran Constituci¨®n liberal de Occidente. Entonces, la palabra escrita era la autoridad. Nadie imaginaba que la imagen, la sola imagen, pod¨ªa llegar a sustituirla, y mucho menos en el debate pol¨ªtico, entablado en un juego de emociones, risas, rid¨ªculos, en que la raz¨®n es la gran ausente.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti, ex presidente de Uruguay, es abogado y periodista.
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