La tragedia del 'Kursk', a bordo de un escenario
El teatro Young Vic sumerge al p¨²blico en el final del submarino nuclear ruso
Nada m¨¢s traspasar la puerta que separa el bar del Young Vic Theatre -especialmente bullicioso y animado en el luminoso atardecer de un veraniego viernes londinense- de su sala m¨¢s experimental, la Maria Studio, el espectador se sumerge en un mundo de tinieblas, en un silencio s¨®lo roto por sonidos extra?os y tenues. Los pasillos met¨¢licos de los primeros metros son un perfecto territorio para adaptarse al lugar al que realmente se dirige: las tripas de un submarino nuclear brit¨¢nico rumbo hacia las aguas del mar de Barens en el oc¨¦ano ?rtico.
All¨ª, en una sala sin platea ni butacas, bajo los hielos del polo Norte, el espectador reconvertido en mudo tripulante se va a confundir entre los actores que dan voz y sentimiento a la vida bajo el mar, con la silenciosa misi¨®n de estudiar los movimientos del Kursk, el submarino nuclear ruso de ¨²ltima generaci¨®n, una joya de la tecnolog¨ªa del siglo XXI que acabar¨¢ convirti¨¦ndose en silenciosa tumba bajo el mar para sus 118 tripulantes.
La obra es un relato sobre la vida diaria de un grupo de hombres encerrados
La tragedia del Kursk, que el 12 de agosto de 2000 se fue al lecho marino tras sufrir una explosi¨®n a bordo, es s¨®lo el trasfondo de esta historia -titulada como la nave rusa- puesta en escena por el grupo Sound & Fury, codirigido por Dan Jones y los hermanos Mark y Tom Espiner, en la que el sonido impera sobre la vista y el di¨¢logo, y que estar¨¢ en escena hasta el 27 de junio.
No se trata aqu¨ª de denunciar los absurdos coletazos de la guerra fr¨ªa en un mundo a caballo entre dos siglos. La terquedad de Rusia, que se neg¨® a aceptar ayuda extranjera para intentar rescatar a los marineros que sobrevivieron a la explosi¨®n, no es ni siquiera un punto tangencial en la obra. Tampoco pasa de an¨¦cdota la decisi¨®n del comandante del submarino brit¨¢nico de no ir al rescate del Kursk porque eso significar¨ªa desvelar su propia posici¨®n y "desatar la alerta roja" en Londres y en Washington, poniendo al mundo, quiz¨¢s, al borde de una guerra nuclear.
El gui¨®n de Bryony Lavery huye de la denuncia pol¨ªtica y esquiva tambi¨¦n el voyeurismo: la tragedia del Kursk no se vive desde el Kursk, sino desde un submarino rival desde el que nada se ve, aunque casi todo se oye. No hay sangre en esta obra porque en realidad es, por encima de todo, un relato sobre la vida cotidiana, la de un grupo de hombres que convive en un espacio muy reducido y en el que los sofisticados equipamientos tecnol¨®gicos comparten mundo con las peque?as amarguras y alegr¨ªas de la vida cotidiana.
Por ese submarino, en las profundidades del mar de Barens, desfilan la camarader¨ªa y el machismo de la vida militar, las peque?as bromas de mal gusto entre compa?eros, los sue?os er¨®ticos del joven Casanova que s¨®lo piensa en su ¨²ltima novia, los tard¨ªos esfuerzos literarios del veterano timonel, los estragos del capit¨¢n para conciliar sus delirios de grandeza con su dificultad para afrontar la solitaria responsabilidad de la toma de decisiones.
El escenario refleja ese mundo dual de lo complejo y lo simple. Los modern¨ªsimos equipamientos que permiten convertir al submarino en una nave silenciosa capaz de localizar y espiar al Kursk sin ser detectado, el sonar capaz de distinguir el sonido de los copos de nieve cayendo sobre la superficie marina o los aullidos de las ballenas a kil¨®metros de distancia, el periscopio que obra el milagro de convertirse en la ¨²nica ventana de la nave ciega.
Al lado de ese mundo superior convive otro mucho m¨¢s humano, m¨¢s terrenal: las literas, los lavabos, las trifulcas en la cantina, los alegres c¨¢nticos bajo la ducha, el alivio manual del fogoso marino incontinente, la m¨²sica a todo trapo que disgusta al comandante, los mensajes de cada mes con las ¨²ltimas novedades en tierra...
Tambi¨¦n la tragedia tiene dos caras. En la distancia, o¨ªda pero no vivida, est¨¢ la explosi¨®n en el Kursk, el espanto de comprobar que el enemigo reconvertido en camarada se hunde, la convicci¨®n sonora de que quedan supervivientes a bordo, la decisi¨®n inapelable de que no se va a hacer nada. El espectador vive esa tragedia a trav¨¦s de la oscuridad y del silencio casi absoluto, s¨®lo roto por el lejano sonido de unas voces en ruso, ¨²nica pero potente evidencia de la presencia f¨ªsica de los soldados camino de la muerte.
Esa distante tragedia del dolor ajeno contrasta con el dolor mucho m¨¢s pr¨®ximo que sufre uno de los tripulantes del submarino brit¨¢nico. El capit¨¢n se ve incapaz al principio de comunicarle la desgracia familiar. Prefiere guardar silencio. S¨®lo la tragedia del Kursk le libera de esa carga. Cuando por fin da cuenta de la mala noticia al marino afectado, los llantos invaden por primera vez el submarino. Es la tragedia propia, la m¨¢s pr¨®xima, la muerte del beb¨¦ de un compa?ero, lo que de verdad emociona y llena de rabia a la tripulaci¨®n. Es la vida cotidiana lo que de verdad nos emociona. M¨¢s que la tumba bajo el mar de quienes murieron sabiendo que no pod¨ªan hacer nada para seguir viviendo.
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