Firmeza sin aspavientos
El PNV ha descubierto en los actos de reconocimiento a la ¨²ltima v¨ªctima de ETA, el inspector Eduardo Puelles, hasta qu¨¦ punto son molestas las comparaciones. Lo que se puso de manifiesto con las emociones desbordadas del pasado fin de semana no fue un cambio de actitud moral ante el terrorismo, respecto a la cual poco puede reprocharse al nacionalismo institucional, sino el cambio de actitud pol¨ªtica producido. S¨®lo los ciegos y desinformados pueden pasar por alto las diferencias entre el discurso del lehendakari L¨®pez y el que ser¨ªa imaginable en su antecesor ante un mismo hecho -resulta inconcebible que Ibarretxe pudiera calificar como "uno de los nuestros" a un polic¨ªa nacional, pese a que hubiera nacido en Barakaldo-, as¨ª como dejar de apreciar el realzado protagonismo concedido a la familia de la v¨ªctima. Aunque pueda molestar.
Hace falta determinaci¨®n, pero tambi¨¦n contenci¨®n democr¨¢tica
Es un error que el antiterrorismo invada y penetre toda la vida p¨²blica
Tambi¨¦n en esto, especialmente en esto, deb¨ªa notarse el relevo en el Gobierno: en que la condena neta a la sinraz¨®n de quienes todav¨ªa a estas alturas siguen matando en el nombre de Euskal Herria no se vea mediatizada en el p¨¢rrafo siguiente por una referencia al derecho a decidir o a las supuestas ra¨ªces pol¨ªticas del socorrido conflicto. O en que las viudas puedan expresar en p¨²blico el orgullo por el marido arrebatado y se retiren de los espacios p¨²blicos los carteles que ensalzan a miembros de la organizaci¨®n asesina.
Era el primer atentado mortal del primer Gobierno no nacionalista de Euskadi, objetivo ¨¦l mismo y el partido que lo sustenta de las amenazas de ETA, y se comprende que quisiera mostrar con su reacci¨®n el nuevo tiempo que propugna tambi¨¦n para tratar esta falla fatal en nuestra convivencia. Sin embargo, no le falta raz¨®n al PNV cuando advierte sobre las dificultades de mantener el mismo nivel de "¨¦pica" (sic) del discurso de L¨®pez en Bilbao ante futuros cr¨ªmenes. Evidentemente, la existencia de una organizaci¨®n terrorista que mata y amenaza a quienes ve como obst¨¢culos para sus designios representa un problema que debe ocupar muy en primer lugar a cualquier gobernante. Y perseguir a sus miembros, deslegitimar sus pretextos y arropar a sus v¨ªctimas constituyen unas obligaciones que no siempre han sido atendidas en la sociedad vasca. De hecho, a¨²n queda bastante por hacer en los tres aspectos, y por eso saben a nuevo esos pasos reparadores que se debieron dar mucho antes.
Pero colocar en lugar preferente la lucha contra ETA y la memoria de las vidas que arrebat¨®, y crear anticuerpos sociales que dificulten su regeneraci¨®n, no deber¨ªa suponer que el antiterrorismo invada toda la vida p¨²blica. Neutralizar una amenaza de tal entidad requiere una respuesta firme y sostenida en el tiempo, pero sin aspavientos. Sin convertir esa respuesta en una suerte de ideolog¨ªa expansiva que impregna todo y, peor a¨²n, crea pautas de ortodoxia y guardianes indeseados de su observancia.
La contienda democr¨¢tica contra la violencia pol¨ªtica, siempre mejorable, no puede desconocer la trayectoria declinante de ETA en todos los ¨¢mbitos si no quiere propiciar el efecto contrario: magnificar y realzar el problema, precisamente cuando la capacidad de la organizaci¨®n para atentar y condicionar la actuaci¨®n de los poderes p¨²blicos y la sociedad est¨¢ en el punto m¨¢s bajo de toda su historia. Por supuesto, de la realidad ominosa de ETA no pueden zafarse cotidianamente los cientos de personas obligadas a vivir con protecci¨®n o los colectivos de riesgo y sus familias. Pero no puede pretenderse que esa vivencia sea sentida por igual por el resto de ciudadanos, sobre todo cuando los efectos de ese terror selectivo se espacian en el tiempo.
Los estudios sociol¨®gicos ratifican esa percepci¨®n. Cuando el Soci¨®metro del Gobierno vasco de abril pregunt¨® a los encuestados sobre los tres principales problemas de la comunidad aut¨®noma, la violencia y la paz aparec¨ªan en el segundo lugar (40% de respuestas), a bastante distancia del paro y la inseguridad laboral (70%). Sin embargo, cuando se preguntaba a las mismas personas sobre sus inquietudes cotidianas, las del mercado laboral segu¨ªan en primer lugar, pero la violencia y el terrorismo descend¨ªan al noveno puesto (5%), por detr¨¢s de los problemas econ¨®micos, la vivienda, la salud, la familia, las pensiones o la educaci¨®n. Pasar por alto esta circunstancia, aunque sea por el bienintencionado af¨¢n de acelerar el final de la pesadilla, puede tener efectos contraproducentes.
Por ejemplo, para la unidad b¨¢sica de quienes anteponen el derecho a la vida a la ideolog¨ªa. Como los tiene ciertamente el impulso inquisidor de algunas instancias pol¨ªticas y medi¨¢ticas de exigir a los dem¨¢s el mismo fervor antiterrorista que les agita y apuntar como sospechosos o conniventes a quienes no dan la talla requerida. O la tentaci¨®n de pasar por el tamiz del C¨®digo Penal cualquier conducta u opini¨®n reprobable.
Otro ejemplo: lo sucedido con el art¨ªculo de Alfonso Sastre en Gara. La calidad humana del viejo y extraviado dramaturgo madrile?o qued¨® retratada al no evitar que sus consideraciones sobre el "dolor" que nos aguarda si no se aceptan las pretensiones de ETA y su mundo coincidieran con las exequias de su ¨²ltima v¨ªctima. Ahora bien, interpretar que ese descarriado argumento puede entra?ar un posible delito de amenazas no deja de ser un exceso. Al agitarlo con esc¨¢ndalo s¨®lo se consigue dar publicidad gratuita y aureola de perseguido al escribiente, y provocar frustraci¨®n social cuando la justicia determina que no cabe aplicar un art¨ªculo penal al reproche moral que merecen sus opiniones.
Hacer de la lucha contra quienes envenenan la convivencia y la hacen imposible la prioridad del Ejecutivo vasco, como ha anunciado el lehendakari L¨®pez, es una exigencia democr¨¢tica, algo que deber¨ªa estar sobreentendido en todo programa de gobierno. Lo mismo cabr¨ªa decir de la deslegitimaci¨®n social de los pretextos con los que se trata de hacer digerible su violencia y del reconocimiento y amparo a quienes la han sufrido del modo m¨¢s atroz. Se trata de una tarea de largo aliento que requiere determinaci¨®n, pero tambi¨¦n proporcionalidad y contenci¨®n democr¨¢tica. Para combatir a esa ETA sin futuro no hace falta situarla en el centro de nuestras vidas.
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