El campo se queda sin relevo

La oficina de Crist¨®bal Morales tiene unos 400 metros cuadrados, amplias vistas a la sierra y 12 orde?adoras. Cada ma?ana, entre las 6.00 y las 11.30, un total de 700 cabras pasan por la nave anexa a la casa familiar, en el paraje de La Carihuela, junto al Torcal de Antequera, para que les saquen la leche, que pasa directamente a un moderno tanque de refrigeraci¨®n. Es la misma leche que en el supermercado se paga a 1,30 euros el litro. "A m¨ª me la compran a 36 c¨¦ntimos, lo que me llega justo para cubrir los gastos. Te exigen calidad pero no la pagan o la pagan mejor en Marruecos". Morales, de 30 a?os, pertenece a una especie en v¨ªas de extinci¨®n, pero no por ello especialmente protegida: la de los j¨®venes agricultores.

La mitad de la superficie de olivar est¨¢ casi condenada al abandono

El escaso rendimiento econ¨®mico y una sujeci¨®n a la tierra rayana en lo feudal han hecho que la gente joven deserte del campo en masa y busque otras ocupaciones si no m¨¢s rentables, al menos no tan sacrificadas. En la actualidad, seg¨²n datos de la organizaci¨®n agraria Asaja, la edad media de los titulares de las explotaciones es de 55 a?os, y s¨®lo el 8% de ellos tiene menos de 35 a?os. Con unos costes de producci¨®n crecientes y con unos ingresos menguantes y tan variables como la meteorolog¨ªa o los embarazos de los animales, el relevo generacional en el sector agrario no est¨¢ ni mucho menos garantizado.

En el caso del olivar, el cultivo andaluz por excelencia, el 49,2% de la superficie olivarera de secano, especialmente minifundios, "est¨¢ muy posiblemente condenada al abandono", seg¨²n un estudio del doctor en Econom¨ªa de la Universidad de Sevilla Manuel David Garc¨ªa Brenes elaborado en 2006. Tras superar cuatro a?os de sequ¨ªa, en muchas peque?as fincas de c¨ªtricos del valle del Guadalhorce, los frutos se pudren porque "cuesta m¨¢s recogerlos que dejarlos en el ¨¢rbol", afirma Carlos Carreira, t¨¦cnico de Asaja. Por toda Andaluc¨ªa se encuentran casos similares.

El cabrero Morales no tuvo acceso a ayudas para establecerse como nuevo ganadero, ya que le compr¨® a su madre el 50% de la sociedad bajo la que estaba la explotaci¨®n, y recibe una subvenci¨®n anual de 7.000 euros, la llamada ayuda por cupo, que le da "para pagar una factura y media de pienso". El padre de Crist¨®bal, que se llama como ¨¦l, fue quien, tras trabajar en una cooperativa l¨¢ctea, compr¨® hace 15 a?os doce cabras y un macho con los que arranc¨® la caba?a familiar. Ahora el hijo, casado y con una ni?a de cuatro a?os y otra en camino, ve el futuro con pesimismo. "Sabemos que con las cabras no nos vamos a hacer ricos, pero me gustar¨ªa no tener que plantearme mandarlas al matadero, porque todo esto no se monta en 15 d¨ªas". Sus hermanos ni se plantearon dedicarse a la ganader¨ªa: uno es mec¨¢nico y la otra, peluquera. Aunque su peque?a Teresa se maneja entre las cabras con naturalidad profesional, a Crist¨®bal no le gustar¨ªa que sus hijas siguieran sus pasos. "No en estas condiciones".

Javier Anaya, de 38 a?os, cultiva 130 hect¨¢reas de cereal heredadas de su padre, y a partir de un peque?o tractor John Deere ha formado una empresa de servicios agr¨ªcolas. "Tengo tres tractores, dos buggies para agitar olivos, y todo tipo de aperos: sembradoras, picadoras, remolques...", sonr¨ªe este joven agricultor, el m¨¢s joven de ocho hermanos ("todos varones, y todos alejados del campo") que se hizo cargo de la explotaci¨®n familiar en el a?o 2000 tras un a?o en la construcci¨®n. Este agricultor s¨ª accedi¨® a ayudas de nueva instalaci¨®n: "Se tramit¨® r¨¢pido, pero el dinero lleg¨® tarde y encima ten¨ªa que pagar la cuota de aut¨®nomos". Anaya ha comprobado que, con la crisis del ladrillo, muchos espa?oles est¨¢n regresando al campo: "Es un trabajo jodido, pero el que lo entiende le encuentra recompensa".