La prueba del algod¨®n (de la igualdad)
En los ¨²ltimos a?os, la idea de igualdad ha pasado a formar parte de los discursos oficiales y de las expectativas sociales. Es m¨¢s, incluso para una parte de la sociedad, incluidas muchas mujeres j¨®venes, parece que ya se ha conseguido. Sin embargo, a pesar de los cambios positivos, tanto los datos en cuanto a situaci¨®n profesional como las im¨¢genes que se proyectan en los medios de comunicaci¨®n en relaci¨®n al poder pol¨ªtico, cultural, deportivo, militar, eclesi¨¢stico,... muestran un mundo androc¨¦ntrico en el que la posici¨®n de las mujeres no es desde luego paritaria.
Conseguir la igualdad no es una tarea f¨¢cil ni simple. Muchas personas piensan que continuando por el camino iniciado llegar¨¢ alg¨²n d¨ªa; otras, por el contrario, no est¨¢n de acuerdo con la idea igualitaria y defienden un modelo de sociedad en la que las relaciones de g¨¦nero sean de complementariedad o incluso de dominio masculino, con papeles y comportamientos diferenciados para hombres y mujeres.
Los mecanismos sociales e institucionales se han reactivado y act¨²an en la defensa de unas relaciones de g¨¦nero dicot¨®micas
Sin la dictadura del g¨¦nero las personas ser¨ªamos s¨®lo personas, porque la biolog¨ªa no determina ning¨²n comportamiento
En relaci¨®n al primer grupo, los que creen que la igualdad llegar¨¢ por s¨ª sola, conviene recordar que es una tarea que se inici¨® hace ya mas de doscientos a?os, que muchas mujeres y algunos hombres han invertido mucha energ¨ªa en su defensa y que ser¨¢ necesario seguir emple¨¢ndose a fondo, porque no es algo que caer¨¢ como fruta madura.
De ese largo camino recorrido, como ejemplos, recordaremos al cartesiano Poulain de la Barre, que en 1673 y 1674 escribi¨® De l'¨¦galit¨¦ des deux sexes y Trait¨¦ de l'¨¦ducation des dames, obras en las que se aplicaban los criterios de racionalidad a las relaciones entre los sexos, extendiendo el buen sentido cartesiano, es decir, la capacidad de razonar y de juzgar bien, tambi¨¦n a las mujeres. O a Mary Wollstonecraft, que en Vindicaci¨®n de los derechos de la mujer, publicada en el a?o 1792, reivindic¨® el derecho de las mujeres a recibir la misma educaci¨®n intelectual y f¨ªsica que los hombres, para que pudieran ser aut¨®nomas, tener una ocupaci¨®n y participar de los derechos ciudadanos que un nuevo orden social conced¨ªa a los hombres y negaba a las mujeres. Esta autora respond¨ªa as¨ª de forma clara y contundente al fil¨®sofo Rousseau, qui¨¦n propon¨ªa un programa educativo diferenciado para mujeres y hombres, basado en las diferentes expectativas que para uno y otro sexo se establec¨ªan en ese nuevo orden social y pol¨ªtico emergente que, no olvidemos, estaba basado en la idea de emancipaci¨®n, de progreso individual y de ciudadan¨ªa. Por ¨²ltimo, est¨¢ Olympe de Gouges, quien en su Declaraci¨®n de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), ampliaba a las mujeres los derechos pol¨ªticos recogidos en la Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
Como vemos, las reclamaciones de igualdad han tenido que enfrentarse desde siempre a los argumentos de los defensores de las desigualdades entre los sexos. No es algo nuevo, y las personas que hoy contin¨²an en la l¨ªnea de estos ¨²ltimos tienen a su favor una larga tradici¨®n discursiva y una realidad basada en instituciones androc¨¦ntricas y en representaciones de esa realidad que invisibilizan a las mujeres, porque la sociedad en la que vivimos, fruto de lo que llamamos la Modernidad, excluy¨® al conjunto de las mujeres, junto con otros colectivos, de los derechos que otorgaba la ciudadan¨ªa. As¨ª, si para el colectivo masculino la expectativa fue la vida p¨²blica y la autonom¨ªa moral, al femenino se le reserv¨® la esfera privada, bajo la sujeci¨®n de los varones y con un fin exclusivo: hacer la vida m¨¢s placentera a los que s¨ª eran ciudadanos.
La consecuencia que la exclusi¨®n tiene para los colectivos afectados es su no presencia en los centros simb¨®licos y de poder sociales. La Modernidad, que plante¨® una ruptura con las ideas de tradici¨®n y superstici¨®n anteriores, y que hizo del individuo el centro en el que pivotar¨ªa el nuevo sistema social, mantuvo una continuidad al definir de forma gen¨¦rica y subalterna al conjunto del colectivo femenino -no hab¨ªa individualidad ni derechos para cada mujer-, justificando y legitimando as¨ª la exclusi¨®n de todas ellas. Esta invisibilizaci¨®n y domesticaci¨®n de las mujeres ha sido puesta en evidencia y denunciada por la teor¨ªa y la pr¨¢ctica feminista, que en las ¨²ltimas d¨¦cadas ha analizado y denunciado tanto la forma en la que se construyen las relaciones de g¨¦nero, como los mecanismos a trav¨¦s de los cuales se mantiene, reproduce y legitima el poder masculino.
Sabemos hoy que el g¨¦nero es una pr¨¢ctica muy activa que atraviesa el conjunto de la vida social, as¨ª como cada vida individual. Las construcciones gen¨¦ricas no son algo fijo, sino que est¨¢n en continua reelaboraci¨®n; la pr¨¢ctica de g¨¦nero es necesaria para producir continuamente lo que es la masculinidad o la feminidad, algo que tambi¨¦n est¨¢ sujeto a continuos cambios. Sin esa pr¨¢ctica, sin la dictadura del g¨¦nero, las personas ser¨ªamos s¨®lo eso, personas, porque la biolog¨ªa no determina ning¨²n comportamiento. Desde esta perspectiva, se ha observado tambi¨¦n c¨®mo se construyen y reproducen las diferentes formas de vivir las masculinidades y las relaciones que se establecen entre ellas y, lo que un elemento central, que para que se reproduzca un modelo de masculinidad hegem¨®nico es absolutamente necesario el soporte de distintas instituciones sociales.
El deporte es sin duda el espacio que hoy por hoy mejor reproduce ese modelo de masculinidad hegem¨®nica, pero existen otros y en cada espacio y lugar podemos encontrar una "casa de los hombres", no s¨®lo metaf¨®rica, sino real, en la que ni?os y j¨®venes pueden aprender a hacerse "hombres" de verdad, lo que en esencia significa no ser como las "mujeres". Un buen ejemplo de "casa de los hombres" es el Alarde de Ir¨²n (junto al de Hondarribia), al convertirse en un baluarte en defensa de un modelo de masculinidad hegem¨®nica, en su enfrentamiento con partidarias y partidarios de un Alarde sin exclusiones.
Central en ese proceso est¨¢ siendo el surgimiento de asociaciones como Pagoki o Gordezan, impulsadas principalmente por mujeres defensoras de los Alardes tradicionales, con el objetivo de guardar las tradiciones y tambi¨¦n de impulsar otras nuevas, como el desfile de las Antorcheras, que otorgue nuevo protagonismo a las mujeres, pero desde la defensa de modelos y valores tradicionales. Por supuesto, ese protagonismo no ocupa el lugar central de la fiesta, tanto en el sentido espacial (el desfile de Antorcheras transcurre por la periferia de la ciudad) como temporal (se celebra el d¨ªa anterior al d¨ªa grande del Alarde), aunque s¨ª reproduce un modelo de mujer vasca tradicional, buena madre, trabajadora y buena compa?era, frente a modelos que se consideran importados, como el de las feministas, que no ser¨ªan "verdaderas" mujeres.
En su momento, cuando se inici¨® el enfrentamiento entre partidarias/os de uno y otro Alarde, dijimos que est¨¢bamos ante una "emergencia etnogr¨¢fica" y que ser¨ªa interesante observar la complejidad del fen¨®meno. Hoy, despu¨¦s de varios a?os, un an¨¢lisis en profundidad del proceso permite ver c¨®mo los mecanismos sociales e institucionales se han reactivado y act¨²an en la defensa y reproducci¨®n de un modelo de relaciones de g¨¦nero dicot¨®mico, en el que el lugar y los papeles de hombres y mujeres est¨¦n perfectamente delimitados y definidos. Sirve tambi¨¦n como un ejemplo y explicaci¨®n -junto a otros muchos-, del por qu¨¦ los datos y la realidad contin¨²an poniendo en evidencia que la igualdad no resiste todav¨ªa la prueba del algod¨®n.
Carmen Diez Mintegui es antrop¨®loga de la Universidad del Pa¨ªs Vasco (UPV).
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