Entre la oligarqu¨ªa y la pol¨ªtica
La consigna del nuevo presidente hondure?o es decirle al mundo: oigan, est¨¢n equivocados, lo que sucedi¨® aqu¨ª el domingo no fue un golpe de Estado. Pero para esa misi¨®n imposible har¨ªa falta un prestidigitador del idioma cruzado con un l¨ªder carism¨¢tico, y no parece que Roberto Micheletti se acerque a ese perfil. De hecho, el nuevo mandatario, que ha pasado 30 de sus 60 a?os sentado en su esca?o de diputado del Partido Liberal, tiene dificultades con la oratoria y una predisposici¨®n a la ira en cuanto se le lleva la contraria. Esto ¨²ltimo tal vez sea debido a la falta de costumbre. Porque sabido es que, en Honduras, la oligarqu¨ªa no s¨®lo mueve eficazmente los hilos de los pol¨ªticos, sino tambi¨¦n los de los jueces, los militares y, con especial eficacia, los de los medios de comunicaci¨®n.
La representaci¨®n m¨¢s gr¨¢fica de todo esto se pudo contemplar la tarde del domingo, minutos despu¨¦s de que el Congreso suspendiera -por unanimidad- al derrocado presidente Zelaya y eligiera como sucesor -tambi¨¦n por unanimidad- al citado Micheletti. Fue entonces cuando ¨¦ste compareci¨® muy ufano ante los medios de comunicaci¨®n, flanqueado por los presidentes del Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema y, atenci¨®n al dato, de la Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos. Ninguno habl¨®, pero todos asintieron complacidos a sus reflexiones. Quienes s¨ª tomaron la palabra fueron los periodistas hondure?os, pero sus preguntas no fueron para averiguar qui¨¦n dio la orden de secuestrar al presidente o de qu¨¦ se acusa a la ministra de Exteriores, tambi¨¦n detenida y deportada. Por lo ¨²nico que ten¨ªan curiosidad los medios de comunicaci¨®n era por los planes de Micheletti para combatir el dengue y otros asuntos de parecida importancia. Micheletti contestaba complacido. Hasta que, de pronto, los periodistas llegados de fuera empezaron a plantear cuestiones menos c¨®modas.
-Se?or presidente, militares encapuchados secuestran a punta de fusil al presidente democr¨¢ticamente elegido y lo sacan en pijama del pa¨ªs. Usted dice que eso no es un golpe de Estado. ?Me podr¨ªa decir, por favor, qu¨¦ es?
Micheletti, empresario del transporte adem¨¢s de diputado, se enfada. Esgrime un ejemplar de la Constituci¨®n y se lo ense?a con malas pulgas al periodista extranjero: "Usted no se ha le¨ªdo nuestra Constituci¨®n, ?verdad? Pues la Constituci¨®n no puede ser pisoteada por nadie. Por eso el Ej¨¦rcito detuvo a Zelaya. Y lo volver¨¢ a hacer si otro presidente hace lo mismo". Y, para evitar m¨¢s impertinencias, Micheletti, flamante presidente de Honduras, se levanta y se va.
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