A Coru?a fant¨¢stica
Recuerdo a Italo Calvino decir que la fantas¨ªa es un lugar donde llueve. El maestro italiano de la literatura fant¨¢stica (El bar¨®n rampante) no se refer¨ªa precisamente a A Coru?a, pero mi idea de la ciudad herculina resulta bastante fant¨¢stica. Una imagen hecha a base de infancia, temporales y aguaceros. La mano fuerte de mi padre que aprieta la m¨ªa en la primera visita a Mar¨ªa Pita, el viento que alborota los paraguas de los viandantes a la altura del Juan Canalejo, el estadio de Riazor todav¨ªa abierto a las galernas y las gaviotas posadas en el punto de penalti... Tambi¨¦n episodios pat¨¦ticos imborrables como cuando acud¨ª desde Padr¨®n a unos juegos escolares (?ay la Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional!) y me vi involucrado en un surrealista concurso de lanzamiento de martillo, dentro de una jaula de hierro, las propias gaviotas mir¨¢ndome y el aparato pesado que no se decid¨ªa a emprender el vuelo, o tambi¨¦n, c¨®mo olvidarlo, esa peregrinaci¨®n estival a la Capitan¨ªa General en busca de una nueva pr¨®rroga que me librara de servir a la patria, todos los meses de julio igual, casi de rodillas hasta llegar a la atestada oficina d¨®nde un brigada atend¨ªa la plegaria familiar (dos hijos, universitario, un trabajo en la prensa) hasta que ya mis aplazamientos con la patria frisaban la treintena y el mandam¨¢s de la Capitan¨ªa General, quiz¨¢s harto de tanto in¨²til, decidi¨® declararme exento de entrar en combate, cuesti¨®n que incluso en tiempos de paz nuestras Fuerzas Armadas deben considerar como un atisbo de inteligencia (los intelectuales s¨®lo hemos llevado la ruina a los ej¨¦rcitos y la revoluci¨®n a los cuarteles).
Los s¨ªmbolos permanecen en el tiempo, por eso hay que festejar que la Torre goce de buena salud
Tambi¨¦n m¨¢s recientemente por A Coru?a pudo pasear mi memoria en Os libros arden mal de Manuel Rivas, a?os republicanos y franquistas, blanco y negro, Os Caneiros, las peque?as c¨¦lulas libertarias del Monte Alto, Casares, el inolvidable Brazo y Cerebro... O quiz¨¢s como una peque?a medalla profesional conseguir que dos bandas de ilustre linaje ochentero y dionis¨ªaco (Siniestro Total y Happy Mondays) pisaran el mismo escenario en los Jardines de Mendez N¨²?ez.
Ya ven, una visi¨®n sesgada, febril, agitada, propia de un visitante que emprend¨ªa desde La¨ª?o la traves¨ªa de las quince leguas a la capital de provincia para realizar alguna diligencia o ver monumentos en la Calle Real o partidos del D¨¦por en tiempos de Bebeto o perder el tiempo y la noche y la honra, que de todo hubo, en los bares del Orz¨¢n. El camino provincial con las etapas m¨ªticas de Sig¨¹eiro, Ordes (donde hab¨ªa que comprar un plum-cake) y la cima siberiana del Mes¨®n do Vento. Llegados a la ciudad parec¨ªa por fin que hab¨ªa llegado a las cristaleras del oc¨¦ano, a los designios del porvenir que se intu¨ªan en ese peque?o Manhattan devorado por las lenguas del salitre y que tanto me recuerda al estilo inconfundible de las novelas gr¨¢ficas de Miguelanxo Prado.
Pero nunca, que yo recuerde, nunca sub¨ª a la Torre. Me pasa con las torres, campanarios y los rascacielos en general. Con Pisa y el Empire State, con las Petronas y las Torres KIO, sufro v¨¦rtigo, y los faros me parecen sitios de una soledad pavorosa a los que mejor dejar que sigan guiando el paso de los barcos y la procesi¨®n de los muertos. Pero, joder, s¨ª que me alegr¨¦ que a ese s¨ªmbolo de todas las postales (bueno, tambi¨¦n estaban el Obelisco de Buenos Aires y el papa Juan XXIII encima de la radio si he de ser exacto) le hicieran Patrimonio de la Humanidad y que A Coru?a tuviera otro motivo de alegr¨ªa. Bien que me alegr¨¦, pero fue una alegr¨ªa extra?a, como pregunt¨¢ndome si no era una estupidez estar contento y qu¨¦ me iba a m¨ª en la celebraci¨®n del t¨®pico, porque cierta reserva me hizo venir a la mente ese resabio de manifestaciones pasadas por la capitalidad, de desalojos gitanos, de la playa de Riazor vista como un enorme basurero tras la noche de San Juan, de su gran edec¨¢n en el Vaticano, siempre sermoneando con esto y con lo otro. Es decir unos sentimientos de odio-amor, controvertidos, como mi propia vivencia de esa ciudad, que resultan empujados por el viento hasta el borde del acantilado.
Cada ¨¦poca lee los s¨ªmbolos a su manera, pero los s¨ªmbolos permanecen en el tiempo, por eso creo que hay que festejar que la Torre goce de buena salud. Por eso me alegro por este nuevo t¨ªtulo coru?¨¦s y me preparo a reponer la vieja postal encima de la radio. Y a lo mejor este verano incluso me atrevo a subir llevado por un irrefrenable impulso tur¨ªstico.
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