?Qui¨¦n tir¨® la primera piedra?
Los rumanos a los que les asaltaron la casa abandonan La Carlota
"Nadie quiere a los rumanos en La Carlota, por eso nos vamos", dice en un complicado castellano Viorel Oprea. El hombre de 29 a?os abandona este pueblo cordob¨¦s de 11.900 habitantes. All¨ª reside -sin problemas, seg¨²n el Ayuntamiento- una comunidad de unos 100 compatriotas suyos. Pero a Viorel s¨ª se le han complicado mucho las cosas. Con antecedentes policiales y conocido en su barrio por los problemas de convivencia que presuntamente ha ocasionado, Viorel vio c¨®mo la noche del martes al mi¨¦rcoles, varias decenas de espa?oles iracundos apedreaban su casa, hartos, seg¨²n ellos, de la violencia de los rumanos.
Viorel cuenta que en la vivienda resid¨ªan de alquiler adem¨¢s de ¨¦l, su pareja, su hija de once meses, otras dos mujeres y un hombre. Todos rumanos. Todos se han ido ya, afirma el joven. Menos ¨¦l, que ayer deambulaba por el desvencijado sal¨®n. "Rompieron un cristal de una pedrada. Pod¨ªan haberle hecho da?o a mi hija", dice. El joven termin¨® detenido, acusado de blandir un arma blanca y amenazar a los vecinos. A la ma?ana siguiente, fue puesto en libertad.
Las versiones antag¨®nicas s¨®lo coinciden en el inicio de la trifulca
Muchas piedras volaron aquella noche en La Carlota. ?Pero qui¨¦n tir¨® la primera? A juicio de los protagonistas, espa?oles airados o rumanos en fuga, la respuesta es sencilla y r¨¢pida: ellos no, los otros s¨ª. Las versiones antag¨®nicas s¨®lo coinciden en el origen de la trifulca: la moto de unos chavales, volcada en la calle. Sebasti¨¢n, el due?o de la moto, se refugiaba ayer del sol frente a un portal, junto a un grupo de colegas descamisados y ociosos que beb¨ªan y fumaban a la sombra. Todos vieron lo que ocurri¨® aquella noche. Sebasti¨¢n cuenta que la historia empez¨® cuando el martes por la noche, estando con un amigo, aparc¨® frente a un hostal, donde hab¨ªan ido a comprar tabaco. A la salida, vieron que tres rumanos daban patadas a su ciclomotor tirado. "Nos insultaron y nos amenazaron sin m¨¢s. Estaban como idos", recuerda el joven. Volvieron al barrio y contaron lo sucedido. Seg¨²n el relato de los j¨®venes, los tres rumanos aparecieron a las horas, arrojando piedras como posesos y da?ando a varios coches. ?Y los vecinos? "No ten¨ªamos manera de responderles. Alguno tir¨® algo, pero poca cosa". Del asalto a la vivienda nadie sabe nada. "Ninguno de nosotros fuimos all¨ª", dice uno. Cuatro de los inquilinos de la casa terminaron con heridas de levedad.
La versi¨®n de Viorel es distinta. Reconoce que el martes hab¨ªa bebido alguna cerveza y que uno de sus dos amigos estaba borracho. Pero afirma que a la famosa moto no le hicieron nada y que fueron sus due?os lo que les increparon primero. "Luego llegamos a casa. Mucha gente vino y tir¨® cosas. Mi compa?ero quer¨ªa ir a la calle de esos vecinos para preguntarles por qu¨¦ lo hac¨ªan. Yo fui con ¨¦l". Lo que sigue es un relato parecido, pero con los papeles intercambiados, de la lluvia de piedras que cuentan los espa?oles.
En cuanto a la escena del machete por la que Viorel fue detenido, ¨¦l asegura que nunca existi¨®: "No ten¨ªa cuchillos, s¨®lo este palo". Y muestra un pesado trozo de madera maciza, de un metro de largo, astillado en un extremo y forrado cuidadosamente con cinta aislante.
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