La fabricaci¨®n de una caricatura interesada
El reci¨¦n fallecido ?lvaro Garc¨ªa Messeguer, autor del ya antiguo y no por ello anticuado libro Lenguaje y discriminaci¨®n sexual, dec¨ªa que "el lenguaje, antes que una t¨¦cnica de expresi¨®n, es una clasificaci¨®n y distribuci¨®n de la experiencia existente en una determinada cultura".
Al hilo de esta reflexi¨®n, he ido recopilando expresiones que insistentemente aparecen en los medios de comunicaci¨®n con relaci¨®n al feminismo.
La primera de ellas es el binomio falsamente antit¨¦tico feminismo y machismo usado como si se tratara de dos caras distintas de la misma moneda. Y sin embargo, nada m¨¢s alejado de la realidad. El machismo es una actitud discriminatoria que considera al hombre superior a la mujer. El feminismo, en cambio, es una doctrina que reconoce a la mujer los mismos derechos que a los hombres.
Las personas feministas son una piedra en el zapato, un peligro para el orden patriarcal establecido
Otra palabra profusamente usada es el adjetivo radical unido al nombre feminista. Un radical es alguien que no admite t¨¦rminos medios, es decir, una persona feminista radical es aquella que defiende los derechos de la mujer sin fisuras. Vamos, lo mismo que hace una persona dem¨®crata cabal con relaci¨®n a los valores democr¨¢ticos, y sin embargo, nadie habla nunca de un dem¨®crata radical. Se es dem¨®crata o no se es.
Ultrafeministas y feminazis son tambi¨¦n dos vocablos que se leen con frecuencia. El prefijo ultra indica que alguien defiende una postura hasta el extremo, incluso empleando la violencia para imponer su criterio, lo cual es contrario al feminismo, ¨²nica revoluci¨®n en el mundo que se ha realizado de manera incruenta. Feminazi es usado despectivamente por personas conservadoras para definir a las feministas, con lo que demuestran su ignorancia supina con relaci¨®n al nazismo o al feminismo o a ambos.
S¨®lo a trav¨¦s de estos ejemplos ya resulta obvio que nuestra cultura se afana, por medio del lenguaje, en desprestigiar a quienes son feministas fabric¨¢ndoles una caricatura. Con ello consiguen minimizar sus logros, laminar sus intenciones, distorsionar sus ¨¦xitos, pervertir su discurso y, sobre todo, ahuyentar posibles nuevas adhesiones al movimiento. Se comprende: las personas feministas son una piedra en el zapato, un peligro para el orden patriarcal establecido, sobre el que se asientan la mayor¨ªa de las sociedades en el planeta.
Y sin embargo, resulta dif¨ªcil de entender que sean las propias mujeres quienes se presten a ese acoso y derribo. ?Acaso han olvidado de d¨®nde venimos? De una ¨¦poca en que nos ve¨ªamos obligadas a dejar de trabajar cuando nos cas¨¢bamos (nuestras madres, ahora viudas y con pensiones miserables), en que alcanz¨¢bamos la mayor¨ªa de edad despu¨¦s que ellos, en que no pod¨ªamos abrir una cuenta corriente ni salir del pa¨ªs sin permiso del padre o del marido, en que el adulterio femenino estaba castigado con la c¨¢rcel... Tal vez no lo recuerdan porque ignoran que muchas mujeres ya consiguieron estos derechos para ellas.
En 2008, en el Museo de Historia de Catalu?a pudimos disfrutar de una exposici¨®n sobre la evoluci¨®n de la mujer y sus derechos titulada Dones. Camins de la llibertat, cuyas comisarias fueron la historiadora Mary Nash y la profesora Maria Llu?sa Penelas. Lamentablemente fue s¨®lo temporal, aunque por su inter¨¦s debiera plantearse como permanente. Tal vez as¨ª, muchas personas comprender¨ªan que el feminismo sigue siendo necesario ya que no hemos llegado a¨²n a la meta de la igualdad real hombre-mujer. Nos queda mucho.
Nos queda conseguir que las mujeres tengan las mismas posibilidades de alcanzar puestos de poder que los varones (s¨®lo un 6,5% de rectoras en la universidad espa?ola), que no se vean obligadas a abandonar su puesto de trabajo para ocuparse de la familia (nueve de cada 10 personas que lo hacen son mujeres), que se desmonte el argumento de su menor salario para forzarlas a quedarse en casa (de promedio ganan un 40% menos que ellos) y, por supuesto, nos queda que ninguna mujer sufra violencia por el mero hecho de serlo (contando s¨®lo las asesinadas, casi 100 mujeres al a?o).
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