De Madrid al juego
Al juego, a los Ol¨ªmpicos. Est¨¢ bien, es bueno que una ciudad se fije prop¨®sitos a medio plazo que incluso puedan llegar a cumplirse. La sufrida poblaci¨®n aguanta m¨¢s que el soldado de los Tercios de Flandes, que solo no soportaba que le hablasen alto, o sea, sin respeto. Madrid est¨¢ agujereada, alzadas sus v¨ªas como alfombras que hay que sacudir, aplicada en hermosearse y agradar a los miembros del Comit¨¦ Ol¨ªmpico, ante quienes sacar pecho, zonas de verdor e instalaciones ol¨ªmpicas.
Todo ello desde el puesto de mando del alcalde, en el antiguo Palacio de Correos, Nuestra Se?ora de Comunicaciones por el aire de templo lanzado a lo alto con sus campanarios mudos y, al pie, la guardia permanente de una diosa de origen frigio, reina de las cavernas y los antros de la monta?a que, por falta de personal en aquellos momentos inciviles del Olimpo, fue ascendida a "madre de los dioses", como contrafigura del supersalido Zeus, padre real y putativo de todo el elenco posterior. Es, fue la juventud de nuestra Cibeles, se?ora de la campi?a, los prados, las forestas y pronto, quiz¨¢s, de las pistas atl¨¦ticas y los campos de f¨²tbol. A Madrid siempre le ha faltado el bautismo del agua. Casi todas las grandes ciudades est¨¢n ba?adas por el mar o alg¨²n r¨ªo caudaloso, que distingue la fortaleza de la llanura, o sea, una l¨ªnea de defensa. No lo era el mar, por donde llegaba el da?o, la peste, los piratas y tambi¨¦n el comercio y los viajeros ilustrados. ?nicamente Lisboa se abre tras un estuario accesible. Par¨ªs y Londres est¨¢n agazapadas en el interior, esper¨¢ndoles venir, a los b¨¢rbaros, a los mahometanos, a los invasores. Roma se alej¨® de la playa y s¨®lo los pa¨ªses peleones necesitaban los muelles resbaladizos para armar las galeras. Alg¨²n amigo catal¨¢n me dijo en tiempos que jam¨¢s hab¨ªa ido a la playa de la Barceloneta, ni para degustar una caldereta de marisco. Hasta la Villa Ol¨ªmpica, ha vivido de espaldas al mar, a cuyas orillas solo iban los consignatarios de los tejidos de Manchester o los exportadores de frutas o corcho. Mallorca se acordon¨® en su estrecha bah¨ªa y las playas quedaban abandonadas al corsario beduino, hasta que lleg¨® el boom de la urbanizaci¨®n.
El alcalde intenta rematar la tarea y quiere que un r¨ªo decente cruce Madrid
Los r¨ªos tuvieron mejor fortuna entre nosotros en contados sitios, El haber vivido gran parte de su historia en pie de guerra y de guerrillas hizo que se sirvieran de ellos como parapeto, porque del lado de all¨¢ se ocultaba siempre un enemigo. O sea, que hemos disfrutado apenas de esa frontera para separar y para unir, para realizar ese hermoso acto de lanzar un puente, como una cuerda salvadora, entre unos y otros. Para nosotros el concepto de r¨ªo es diferente al de otros lugares, porque, pese a todo, el escu¨¢lido Manzanares no embellece a la ciudad y ni siquiera tiene la vocinglera algarab¨ªa de las lavanderas que golpeaban la ropa blanca contra las piedras lisas. No hemos tenido el Sena que circula bajo el nivel del mar, ni el Rin que invita al suicidio filos¨®fico, ni el Danubio que arranca con un arpegio de vals en Viena y se convierte en tcharda torrencial al paso por Budapest, para desperezarse por las amplias llanuras donde pacen los reba?os de caballos. Ni el insular T¨¢mesis al que parece que los ingleses sacan brillo y mantienen limpio tras las densas nieblas del roc¨ªo y la ceniza de las chimeneas.
Entre nosotros, pocas corrientes son propicias como las del Tajo, el trashumante Ebro que parece no tener due?o, el Pisuerga, porque pasa por Valladolid, y la colecci¨®n de corrientes que no conocen los escolares, porque nadie se lo ense?a.
El alcalde intenta rematar la tarea donde fracasaron sus antecesores y quiere que cruce Madrid un r¨ªo decente, donde puedan pasear las parejas rom¨¢nticas y suicidarse los atletas que no han conseguido el oro. El Manzanares tiene entidad administrativa propia. En cierta ocasi¨®n, hace m¨¢s de 25 a?os, era amigo del personaje que mandaba y nos invit¨® a dar un paseo en motora por la corriente, engordada a base de esclusas que daban el pego. Uno se cre¨ªa en un castizo bateau mouche, al pasar bajo los puentes de Segovia y de Toledo, dos prodigios de belleza. Mucho espera cambiar nuestra ciudad y de no llegar a los cielos y hacer un agujerito para verla, alcanzar los Juegos, si es que nos van a hacer algo mejores. Por ahora, todo lo aguantamos, con esperanza conservada.
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