La espalda de los dioses
Por ser lo que han sido, los toros de Cebada Gago siempre suscitan de entrada un inter¨¦s especial. Se merecen ese respeto previo. Y as¨ª las notas de los dos primeros toros cantaron su melod¨ªa: aceptable al caballo, todas las manos en el segundo puyazo, se comporta en la muleta y al poco se viene abajo, manejable para el torero; el segundo de escasa presencia, mansea en varas, muere en las tablas. Y ah¨ª acaba la canci¨®n. Los toros restantes fueron toros vulgares, bastotes, sin calidad, una mediocridad...
Los cebada, en su conjunto, fueron una moruchada. Los dioses de la especie de bravo les han vuelto la espalda. Una letan¨ªa entre pa?uelos verdes. Cuenta el presente, y ese presente es como el resuello del ahogado.
Cebada / Barrera, Marco, Aguilar
Toros de Cebada Gago: de una vulgaridad supina.
Antonio Barrera: estocada desprendida -aviso- (oreja); estocada (silencio). Francisco Marco: dos pinchazos y estocada baja (silencio); cuatro pinchazos -aviso- y estocada corta (silencio). Sergio Aguilar: media estocada -aviso- y descabello (vuelta al ruedo); bajonazo (silencio).
Plaza de toros de Pamplona, 8 de julio. 4? de abono. Lleno.
En el mundo de los trajes de luces se dio ayer una paradoja, con el p¨²blico como protagonista. No se puede conceder una oreja a Antonio Barrera por lo poco que ofreci¨®, apenas tres tandas de derechazos ligados, un pase circular y varias manoletinas del mont¨®n, junto a una estocada desprendida, en tanto Sergio Aguilar en su primero de la tarde expuso lo suyo en varias tandas de naturales, eran pases muy ce?idos y de mucho m¨¦rito, junto a unas manoletinas y al entrar a matar cobr¨® una muy buena media estocada con un golpe de descabello.
El p¨²blico no puso la balanza de la justicia como debiera. Sergio Aguilar dej¨® en ese toro un mayor poso de torer¨ªa. El poeta Baudelaire advert¨ªa, aludiendo a cosas de m¨¢s enjundia, que el trasunto de los toros: "Al p¨²blico nunca hay que presentar perfumes delicados, que lo exasperan, sino inmundicias cuidadosamente elegidas".
Francisco Marco, el torero de la tierra, no pudo lucirse y dar gusto a la parroquia.
Para terminar con el cap¨ªtulo de los toreros sugiero la siguiente reflexi¨®n: todos los toreros se visten con taleguilla, medias, zapatillas, chaquetilla, chaleco, camisola, corbat¨ªn, tirantes y montera. Pero lo que va dentro del cuerpo es lo que diferencia a unos diestros de otros. Y dir¨ªa m¨¢s: el toreo empieza cuando el matador se ha dejado el coraz¨®n en el hotel, ni m¨¢s all¨¢ ni m¨¢s ac¨¢.
Luego vendr¨¢n las mentiras y las medias verdades, incluso esas argucias aflamencadas que no tienen hondura de coraz¨®n.
En este zumbido de consonantes y vocales tiene que salir a relucir, necesariamente, la primera letra del alfabeto taurino: el valor. A los toreros nadie puede echarles del mundo del toro, s¨®lo la falta de valor basta para dejarles fuera de circulaci¨®n. El valor no posee la ductilidad del adobe. No es conceptual, sino visceral. Se va y nunca vuelve a anidar en el techo donde habit¨®.
De todos modos se puede decir que la feria no ha hecho m¨¢s que empezar. Ahora llegan las figuras del escalaf¨®n en su visita al coso pamplon¨¦s. Les deseamos suerte como deseamos suerte a todos los toreros que se enfrentan a la soledad de las astas de un toro.
Babelia
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