Volando bajo el asfalto
Cada a?o por estas fechas, en cuanto el sofocante verano rompe a cantar con sus penetrantes olores y los habitantes de mi ciudad se conjuran para desnudarse y mostrar sus verg¨¹enzas all¨ª donde se encuentren -que es por doquier-, recuerdo la sabia exclamaci¨®n de mi abuela: ?Qu¨¦ ordinario es el verano! Encuentro un asiento libre en el metro entre dos monta?as de carne (g¨¦nero epiceno, no quiero susceptibilidades) que leen con aparente fruici¨®n sendos tomos del Larsson. Tengo enfrente a otra persona absorta en el ¨²ltimo Falcones. Y me parece vislumbrar desde mi encajonado lugar inundado de fragancias no precisamente orientales (un en¨®logo descubrir¨ªa vestigios de esencia de tomate) a otra que, de pie, lee un volumen de la saga Millennium. Me pregunto qu¨¦ suceder¨¢ a la vuelta del verano cuando ya est¨¦ todo el pescado bestsel¨¦rico vendido. S¨ª, ya s¨¦: se anuncia un nuevo Dan Brown, pero me da que no va a ser lo que era. Y, en septiembre, la gente volver¨¢ con los bolsillos vac¨ªos y la tarjeta de cr¨¦dito echando humo contaminante, tras haber arrojado la casa por la ventana veraniega. Los adalides del libro como valor refugio se la est¨¢n envainando ante la noticia de ese 6% de descenso de facturaci¨®n libresca en lo que va de a?o (en diciembre habr¨¢ que corregir el dato). Las perspectivas (soy Cassandra, ya saben) no son buenas. Y, mientras los editores siguen d¨¢ndole a la m¨¢quina de tirar (en todas las acepciones del t¨¦rmino) y contribuyendo a la inabarcable sobreproducci¨®n (73.000 t¨ªtulos en 2008), los libreros declaran (por boca de su dirigente Mich¨¨le Chevallier) que "la tabla de salvaci¨®n es devolver" (ojo: aqu¨ª no es sin¨®nimo de arrojar o vomitar). Nunca lo hab¨ªa visto formulado tan clara y oficialmente. Cada mes que pasa se confirma que s¨®lo se vende bien un n¨²mero muy limitado de t¨ªtulos, de manera que lo que los sufridos libreros hacen es enviar el resto de vuelta al almac¨¦n y cruzar los dedos para que se manifieste un nuevo Larsson en la cueva de Lourdes de la edici¨®n. Por su parte, los editores de libros de texto contienen el resuello ante la pr¨®xima campa?a escolar (se anuncia chunga), de la que depende en gran medida la cuenta de resultados de tres o cuatro de los grandes grupos. La monta?a de carne de mi izquierda mantiene su Larsson parcialmente abierto y lo maneja con cuidado, como si temiera desmocharlo o que sus p¨¢ginas cayeran como lluvia de panfletos antifranquistas. La imagen de respeto hacia el objeto libro me recuerda por contraste haber le¨ªdo que Jos¨¦ Manuel Lara, due?o de la editorial (Destino) que se est¨¢ forrando con la trilog¨ªa, presum¨ªa en una reciente entrevista de trocear los libros gordos para poder leerlos m¨¢s c¨®modamente. M¨¢s tarde, si le hab¨ªan gustado -explicaba- se compraba otro ejemplar para tener en su biblioteca. ?Ven qu¨¦ sencillo?: una vez m¨¢s, un conspicuo editor ofrece soluciones eficaces para la crisis del libro.
Microrrelato
El metro es un lugar estupendo no s¨®lo para leer (microrrelatos o tochazos) o pensar, sino para investigar el componente humano de cualquier ciudad en la que se utilice masivamente. Hace m¨¢s de veinte a?os, Marc Aug¨¦ estudi¨® el metro de Par¨ªs y a sus conciudadanos en El viajero subterr¨¢neo: un etn¨®logo en el metro (Gedisa), que conservo con cari?o subrayado. Ahora, mucho tiempo despu¨¦s ("el mundo cambia y yo envejezco", explica el autor), insiste con Le m¨¦tro revisit¨¦ (Seuil) para reexaminar a sus contempor¨¢neos de hoy mientras viajan -y transbordan y piensan, leen, interact¨²an o ligan, se frotan con o sin permiso, o sustraen las carteras ajenas aprovechando los apretujones- en el rapid¨ªsimo tubo. En el caso del metro de Madrid -que "vuela", seg¨²n una alegre, pero quiz¨¢s imprudente, publicidad- yo tambi¨¦n realizo a menudo, a mi modest¨ªsimo nivel, peque?os ejercicios de etnolog¨ªa subterr¨¢nea. Hoy, por ejemplo, en el metro de vuelta y ya sin monta?as de carne flanque¨¢ndome, contemplo arrobado a una joven entretenida con un min¨²sculo ingenio digital en el que parece estar leyendo mensajes de qui¨¦n sabe qui¨¦n. Recuerdo haber le¨ªdo que Penguin publicar¨¢ pr¨®ximamente un libro que, con el t¨ªtulo Twitterature, resumir¨¢ seg¨²n las reglas de la red social Twitter (un m¨¢ximo de 140 caracteres por mensaje) los argumentos de las m¨¢s grandes obras de la literatura universal: lo hiperbueno, si breve, dos veces hiperbueno, deber¨ªa decir la publicidad. Lo que me lleva al proyecto m¨¢s o menos japon¨¦s de Mill¨¢s (revelado en este mismo peri¨®dico) de publicar y distribuir pr¨®ximamente, v¨ªa tel¨¦fono m¨®vil, sus articuentos de cuarenta l¨ªneas al m¨®dico precio de 0,50 euros cada uno (despu¨¦s de los cuatro primeros, que ser¨ªan como un "gancho" gratuito). Lo que, a su vez, me lleva est¨²pidamente a recordar algo que dijo Samuel Johnson: "Nadie que no sea un idiota" (la palabra empleada fue blockhead) "ha escrito nunca m¨¢s que por dinero". La frase la recogi¨® en su Vida de Samuel Johnson (Acantilado) el esforzado James Boswell, quien, a decir de Bioy Casares (en Borges, Destino, p¨¢gina 679), era un hombre que pertenec¨ªa al siglo XIX, al contrario que su jefe, anclado todav¨ªa en el XVIII. Vuelvo a mirar a la Lolita de antes y, para mi sorpresa, se guarda el diminuto ingenio en el enorme bolso y extrae de sus entra?as un tochazo encuadernado. Adivinen a qui¨¦n lee esta noche.
Lunar
Desde que desapareci¨® (probablemente muerta por contaminaci¨®n de las aguas lacustres) la criatura de Loch Ness, los peri¨®dicos (esa especie en peligro de extinci¨®n por confundir informaci¨®n y opini¨®n con entretenimiento) llenan muchas de sus p¨¢ginas veraniegas anticipando aniversarios y conmemoraciones. De manera que, a estas alturas, ya se han publicado en la prensa tantos reportajes y an¨¢lisis de la gesta de la llegada del ser humano a la Luna, que el 16 de julio, que es cuando se cumple el 40? aniversario, ya casi no quedar¨¢ nada que conmemorar. Como adolezco de ver culos e, inmediatamente, quererlos (seg¨²n reza el castizo dicho), me apunto al carro lunar con una novedad y un recuerdo bibliogr¨¢ficos. La novedad es La carrera espacial. Del Sputnik al Apollo XI (Alianza), un "bolsillo" de divulgaci¨®n, ameno y bien documentado, del hoy editor (en Ediciones B) Ricardo Artola, en el que se pasa revista a los or¨ªgenes y desarrollo de la carrera espacial librada por las dos superpotencias de la segunda mitad del siglo XX y que termin¨®, precisamente, cuando Neil Armstrong y Edwin Buzz Aldrin pusieron sus pies en el lunar (evidentemente) paisaje. El recuerdo se refiere a El viento de la luna (Seix Barral, 2006), la ¨²ltima (la siguiente est¨¢ al caer de la rentr¨¦e) novela de Mu?oz Molina. No la he vuelto a leer, pero he encontrado en su libro Las apariencias (Alfaguara) un hermoso art¨ªculo de 1990 ('Un verano en la Luna') en el que ya se anunciaba el asunto de la novela. Acabo el d¨ªa dej¨¢ndome adormecer ("luna lunera", musito semiconsciente) con los expresionistas "recitativos" del Pierrot lunaire de Sch?nberg, que escucho a media noche (estoy de Rodr¨ªguez-Rodr¨ªguez) en versi¨®n de Pierre Boulez y la Sprechtimme Christine Sch?fer.
![Ilustraci¨®n de Max.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/UEO6ENQV45P2CTI53CMYLZO2D4.jpg?auth=18d19c4623162f1b40b07b402dcb0542dc77af59700bb95a1ce9d4deffd561c6&width=414)
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