Hacer pol¨ªtica con la moral
Quienes confiaran en que, tarde o temprano, el Partido Popular tendr¨ªa que tomar medidas contra sus cargos imputados por corrupci¨®n tal vez tengan que aplazar sus esperanzas: la ¨²ltima encuesta del Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS) confirma que los populares se distancian electoralmente de los socialistas, pese a los esc¨¢ndalos. Con estos datos en la mano, los populares no necesitan, siquiera, recurrir a la falacia de que las urnas eximen de las responsabilidades judiciales. Basta con que, como han hecho hasta ahora, esperen a que escampe la tormenta. Porque si un cargo electo puede sobrellevar una imputaci¨®n por corrupci¨®n sin perder la sonrisa, y sus votantes no s¨®lo no lo castigan, sino que lo respaldan, la tentaci¨®n de esperar deja de ser una tentaci¨®n y se transforma en una estrategia.
Ninguna fuerza reconoce que sus recursos sean insuficientes para financiar sus actividades
Y, sin embargo, todo lo que el Partido Popular no haga hoy para atajar la situaci¨®n se convertir¨¢ ma?ana en una grieta por la que la corrupci¨®n seguir¨¢ instal¨¢ndose en el sistema democr¨¢tico. Para empezar, no podr¨¢ exigirles a sus propios militantes un comportamiento distinto del que han tenido los altos cargos ahora imputados. Pero, adem¨¢s, tampoco podr¨¢ exig¨ªrselo a los partidos rivales, ya sea desde el Gobierno o desde la oposici¨®n, con lo que la lucha pol¨ªtica se encargar¨¢ de igualar los comportamientos por lo m¨¢s bajo.
La pauta de actuaci¨®n que est¨¢ estableciendo el Partido Popular en su tratamiento pol¨ªtico del caso G¨¹rtel es que los cargos electos pueden convivir con imputaciones por corrupci¨®n y, dependiendo de lo que ocurra el pr¨®ximo mi¨¦rcoles, con la apertura de juicios penales en los que podr¨ªan acabar sentados en el banquillo. Si esta imagen llegara a producirse y el Partido Popular siguiera sin reaccionar, s¨®lo cabr¨ªan dos interpretaciones: o bien el Partido Popular desprecia a la justicia, o bien considera compatible ser sospechoso de un delito y consagrarse a la pol¨ªtica.
Dec¨ªa Karl Popper que una cosa es moralizar la pol¨ªtica y otra hacer pol¨ªtica con la moral. Est¨¢ claro que, en Espa?a, es esta ¨²ltima opci¨®n la que va prevaleciendo. La corrupci¨®n lleva dos d¨¦cadas instalada en las agendas de campa?a, pero s¨®lo como arma arrojadiza entre partidos. Las condiciones que la hacen posible no han merecido, en cambio, m¨¢s que t¨ªmidas alusiones presentadas como actos de penitencia. Eso, en el mejor de los casos; en el peor, que es en el que ha destacado hist¨®ricamente el Partido Popular, se ha sostenido que la corrupci¨®n tiene que ver con las esencias y habr¨ªa, as¨ª, partidos corruptos y partidos incompatibles con la corrupci¨®n.
Ninguna fuerza pol¨ªtica ha reconocido, sin embargo, que sus recursos sean insuficientes para mantener los aparatos burocr¨¢ticos y para financiar los actos de propaganda. Durante los a?os de ebriedad a los que ha puesto fin la crisis, una cosa ha sido el discurso p¨²blico y otra las sentinas en las que cada cual se ha buscado la vida: unos encargando informes inanes que la Administraci¨®n pagaba a precio de oro, otros recalificando terrenos para empresas que despu¨¦s cotizaban en las sedes y otros a¨²n adjudicando contratos variopintos y poco transparentes que, entre otras cosas, serv¨ªan para lo mismo que los restantes procedimientos. Para transformar recursos p¨²blicos en recursos de los partidos en el poder, aunque en el camino siempre hubiese que descontar el pago a los logreros.
Tal vez la revelaci¨®n m¨¢s importante del caso G¨¹rtel s¨®lo consista en que el partido que tens¨® hasta l¨ªmites insoportables el Estado de derecho para perseguir a sus rivales no estaba haciendo algo distinto que ellos; si en algo se diferenciaba era en el cinismo de presentarse como regeneracionista inmaculado. Y tambi¨¦n en la pretensi¨®n actual de mostrarse ofendido por lo que, en realidad, es una ofensa que ¨¦l ha perpetrado y por la que se juzga en los tribunales a varios de sus dirigentes. Otros partidos se vieron en tesituras semejantes pero, al menos, respondieron de manera distinta. Eso no contribuy¨® a que se corrigieran las condiciones que hacen posible la corrupci¨®n pero, con todo, impidi¨® que se generalizase la peligrosa opini¨®n de que, al final, todos los partidos son iguales, y dej¨® entreabierta la puerta a la tentativa de moralizar la pol¨ªtica.
Si el Partido Popular persiste, por su parte, en hacer pol¨ªtica con la moral, esa tentativa resultar¨¢ a¨²n m¨¢s lejana. Y la opci¨®n a la que se condenar¨¢ a los votantes ser¨¢ la propia de un pa¨ªs arrastrado al sectarismo, en el que, como parece sugerir la ¨²ltima encuesta del CIS, cada cual vota a los suyos sencillamente porque lo son, sin importar lo que hagan.
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