La mujer como lacra
Reconozco que me da reparo hablar de anuncios de televisi¨®n. Algunos escritores y columnistas anticuados tienen a gala decir que son lo mejor que se puede ver en las pantallas y que la programaci¨®n deber¨ªa estar dedicada a ellos, con breves intervalos de pel¨ªculas, series y f¨²tbol (en realidad no s¨¦ por qu¨¦ piden eso, puesto que la televisi¨®n ya es as¨ª). Estos escritores y columnistas no hacen sino repetir, con gran retraso, una boutade que hace veinticinco a?os debimos de soltar en alguna ocasi¨®n cuantos escrib¨ªamos en prensa y buena parte de los que no. Como a estas alturas ya no estoy para "deslumbrar" ni para d¨¢rmelas de "original" -todo el que se las da de tal resulta indefectiblemente antediluviano, es algo comprobado-, tengo los anuncios televisivos por una de las m¨¢s acabadas y concentradas expresiones de la imbecilidad, la cursiler¨ªa y la zafiedad humanas, con alguna rar¨ªsima excepci¨®n. Tan mal los soporto que grabo cuanto quiero ver, desde un informativo hasta un largometraje, para as¨ª poder pasar acelerados los monstruosos bloques de spots con que se idiotizan deliberadamente -es decir, se idiotizan a¨²n m¨¢s- dichos escritores y columnistas idiotas.
Pero toda precauci¨®n es poca y es inevitable ver algunos, y he llegado a la conclusi¨®n de que si yo fuera una mujer de mi edad, o aun diez o veinte a?os m¨¢s joven
-en suma, si fuera mujer-, estar¨ªa enormemente ofendida por algo de lo que jam¨¢s protestan ni las protofeministas, ni las feministas andaluzas hipersubvencionadas, ni el Instituto de la Mujer, ni la protoMinistra de Igualdad ni nadie, mientras que todas ellas ponen el grito en el cielo cada vez que se ve a una mujer provocativa tirada encima de un coche, o a una secretaria sexy, o a una enfermera un poco escotada (bueno, aqu¨ª el grito tambi¨¦n es de las enfermeras), o a una cong¨¦nere guisando o anudando los cordones de los zapatos de un var¨®n o de un ni?o. No s¨®lo consideran tales im¨¢genes y mensajes machistas o sexistas, sino que adem¨¢s creen, con alarmante primitivismo, que la publicidad configura la realidad o, a¨²n peor, que la publicidad equivale a la realidad. Por fortuna no es as¨ª, y cualquiera sabe distinguir entre esta ¨²ltima y la ficci¨®n -salvo, tal vez, los escritores y columnistas y las protos ya mencionadas-. Pero, si fuera como ¨¦stas sostienen, yo estar¨ªa indignada con la imagen de conjunto que se da en esos anuncios de las mujeres maduras y de las que no lo son tanto. Seg¨²n nuestra publicidad, son seres llenos de lacras m¨¢s bien desagradables: sufren p¨¦rdidas de orina o incontinencia, no lo s¨¦ muy bien; utilizan dentaduras postizas que no se les sujetan a las enc¨ªas, por lo que se dedican a buscar adhesivos que se las fijen; padecen de hemorroides y, cansadas de "sufrir en silencio", lanzan a los cuatro vientos que ya hay un alivio ideal; se deben de poner gordas y aun gord¨ªsimas, porque se pasan la vida comprando productos para adelgazar; tienen terribles problemas de "tr¨¢nsito intestinal" y andan a la caza de yogures especiales que se los resuelvan; se arrugan a lo bestia y, ya desde bastante j¨®venes, andan unt¨¢ndose toda clase de ung¨¹entos para evitar o retrasar la aparici¨®n de los surcos; la piel se les estr¨ªa, o se les pone "de naranja", la celulitis las acecha desde temprana edad; y por supuesto se desvencijan y derrumban de tal manera que se operan de todo en centros especializados que jam¨¢s sacan la imagen de un var¨®n; hasta se les cae el pelo, pese a haber sido esta una desdicha cl¨¢sicamente viril; a las m¨¢s j¨®venes les sale acn¨¦ y a las medianas herpes, escoceduras varias y hasta callos en los pies, que deben ocultar con unas tiritas que adem¨¢s son curativas. En suma, la visi¨®n que los anuncios ofrecen de la mujer es la de un ser tirando a grimoso, acosado y asaltado por m¨²ltiples tachas oprobiosas. Quitando el olor de pies y el colesterol, la publicidad de cuyos remedios la protagonizan hombres, son ellas las que dan siempre la cara en las ignominias.
Si ustedes se fijan, son casi siempre mujeres, en efecto, las que aparecen como portavoces de lo desagradable. Supongo que en parte se debe a los estudios de mercado, los cuales deben de inferir que los varones son capaces de llevar la dentadura bail¨¢ndoles en la lengua, o de fastidiarse con las hemorroides, o de engordar como gansos, o de sufrir interminables atascos intestinales, antes que acercarse a comprar cualquier producto que los ayude, y que por lo tanto son las mujeres (o sus mujeres) quienes se encargan de hacer esas embarazosas adquisiciones por ellos. Puede que as¨ª sea, pero si yo fuera una feminista de grito en el cielo, lo pondr¨ªa, mucho m¨¢s que por la "utilizaci¨®n del cuerpo femenino como reclamo comercial", por la utilizaci¨®n de la figura femenina como compendio de todas las lacras habidas y por haber. Por fortuna, como he dicho, la publicidad no equivale a la realidad, y en ¨¦sta conozco a muchas mujeres de mi edad, m¨¢s j¨®venes y m¨¢s viejas, que tienen un aspecto estupendo, incluyendo la dentadura, el cutis y el tipo, y que no parecen necesitar nada contra las p¨¦rdidas, las hemorroides ni los atascos innobles de ninguna clase.
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