Besos de cine en Venecia
Un relato del premio Nobel Orhan Pamuk sobre la b¨²squeda de la felicidad
En un lugar cerca del puente de Rialto, por donde el mercado del pescado, hab¨ªa una pareja bes¨¢ndose. Tanto ¨¦l como ella iban bien vestidos, eran altos, guapos y bien plantados. Les rodeaban los detalles arquitect¨®nicos que hacen de Venecia lo que es, ventanas g¨®ticas, la agradable y suave luz vespertina y los colores anaranjados y rosados del sol poniente. Se encontraban en un espacio vac¨ªo justo al lado del Gran Canal. Estaban vueltos el uno hacia el otro, con los brazos rode¨¢ndose los cuerpos mutuamente, olvidados del mundo.
Con todo, por un instante no pude impedir preguntarme "?D¨®nde estar¨¢n las c¨¢maras?". Luego volv¨ª la cara hacia otro lado pensando que estaba feo mirar con curiosidad a una pareja que se besa. Como a todo el mundo, a m¨ª tambi¨¦n me entristece un poco la felicidad de los dem¨¢s, pero esa vez no se me pas¨® por el alma una sombra semejante. Puede que fuera porque en esta ocasi¨®n hab¨ªa venido a Venecia para ser feliz.
Como a todos, a m¨ª tambi¨¦n me entristece la felicidad de los dem¨¢s
Otra raz¨®n por la que pod¨ªa mirar con ligereza y humorismo a una pareja que se estaba besando de todo coraz¨®n era que he emborronado bastante papel al respecto en mi ¨²ltima novela El museo de la inocencia. Fuera de la civilizaci¨®n occidental hay millones de personas, especialmente quienes, como yo, viven en pa¨ªses musulmanes, que en su vida cotidiana nunca ven a dos enamorados bes¨¢ndose en la boca (aunque, por supuesto, no es necesario estar enamorado para besarse as¨ª). En el mundo exterior a Occidente besarse en la boca (con la excepci¨®n de Brezhnev y Gromiko) es algo que se hace en el interior de las casas, en el dormitorio, o en las pel¨ªculas. Como cientos, miles de millones de ciudadanos del mundo similares a m¨ª, yo tambi¨¦n vi en el cine por primera vez a alguien besar en la boca, cuando era ni?o todav¨ªa no hab¨ªa televisi¨®n en Turqu¨ªa. Recuerdo haber pensado si no les chocar¨ªan las narices.
La mejor escena de beso de la historia del cine, la m¨¢s inolvidable, la film¨® Hitchcock, pero no es la de Encadenados como normalmente se cree, sino la escena del tren de Con la muerte en los talones. En ella, en el estrecho compartimento del tren de Chicago, Gary Grant y Eva Marie Saint giran sobre s¨ª mismos mientras se besan trazando casi un c¨ªrculo perfecto. Quiz¨¢s fuera para hacer sentir a los amantes del cine lo mareante que puede llegar a ser un beso. Pero en mi juventud, cuando ve¨ªa en los cines de Estambul aquellas pel¨ªculas, aquellas escenas de besos, aquellas parejas que giraban ante la c¨¢mara, protestaba de lo artificiales que resultaban, probablemente porque todav¨ªa no hab¨ªa tenido una novia a la que besar a gusto.
Siendo joven, la primera vez en mi vida que vi a una pareja bes¨¢ndose en la calle fue en cierto barrio al que los ricos de Estambul iban a pasar el verano. Las dos estrellas de cine que estaban ante la c¨¢mara, antes de que el director dijera "motor" se echaban en la boca un par de rociadas del spray de menta-mentol que llevaban en la mano y luego se besaban. Aquel spray, hoy hace mucho olvidado, que se anunciaba en los peri¨®dicos de Turqu¨ªa con la frase "?Ya no se sentir¨¢ avergonzado despu¨¦s de comer ajo!" se puso de moda durante una ¨¦poca entre las chicas de nuestro barrio, que nunca besaban a nadie.
En mis primeros d¨ªas en Venecia vi innumerables parejas bes¨¢ndose en las cercan¨ªas del puente de Rialto, aparte de aquella tan guapa. Otra cosa que me recordaba al cine cuando los ve¨ªa era que detr¨¢s siempre ten¨ªan un paisaje hermos¨ªsimo, como en las pel¨ªculas. ?Qu¨¦ es lo que nos conduce a besarnos al ver un bonito paisaje? Debe de ser que por un momento nos damos cuenta de lo bellos que, en realidad, pueden ser este mundo y la vida. Adem¨¢s, tanto las estad¨ªsticas sobre turismo como los expertos en matrimonios afirman que hasta las parejas m¨¢s desdichadas se sienten m¨¢s pr¨®ximas durante las vacaciones. Pero no todos los paisajes bonitos despiertan en nosotros el deseo de besar ni la sensaci¨®n de felicidad. Algunos nos provocan temor, incluso una inquietud metaf¨ªsica, otros paz y tranquilidad, y algunos, como me ocurre a m¨ª en Estambul, amargura. De la misma forma que ciertas ciudades son lugares para trabajar, otras para divertirse, para huir de ellas sin ni siquiera detenerse, para pasar las vacaciones, para entristecerse y algunas para morir, Venecia es un lugar para ser feliz en opini¨®n de los muchos turistas que acuden corriendo a ella. Comprendemos que se puede ser feliz en este mundo al sentir dentro de nosotros la profundidad del paisaje veneciano. Quiz¨¢s sea esa alegr¨ªa la que nos invita a besarnos...
El amable gobernador del V¨¦neto, que me ofreci¨® un regalo de bienvenida habl¨¢ndome de las relaciones milenarias entre Venecia y Estambul, despu¨¦s de la ceremonia me apart¨® a un lado como hombre que se enorgullece de poseer una mujer muy hermosa y me mostr¨® el paisaje que se ve¨ªa desde su despacho. Salimos al balc¨®n que daba al Gran Canal. Vi ante m¨ª un panorama extraordinario, un canaletto viviente.
-Desde ah¨ª la vista debe de ser a¨²n mejor -dijo el gobernador sonriendo y se?al¨¢ndome el balc¨®n del palazzo vecino.
Probablemente ese balc¨®n es el lugar m¨¢s adecuado del mundo para sentir que se puede ser feliz y besarse.
Traducci¨®n de Rafael Carpintero. Besos de cine en Venecia es el primero de los cuatro relatos que Orhan Pamuk ha escrito para EL PA?S.
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