Luna
Hace cuarenta a?os todav¨ªa no ten¨ªa aparato de televisi¨®n en casa. S¨®lo lo compr¨¦, peque?¨ªsimo, cinco a?os despu¨¦s, en 1974, para seguir las noticias de esa otra especie de llegada a la luna que fue para nosotros portugueses la Revoluci¨®n de Abril. De modo que recurr¨ª a amigos m¨¢s avezados en tecnolog¨ªas punta, y as¨ª, bebiendo tal vez una cerveza y masticando unos frutos secos, asist¨ª al alunizaje y al desembarque. En aquella ¨¦poca andaba escribiendo unas cr¨®nicas en el reci¨¦n recuperado peri¨®dico vespertino A Capital, m¨¢s tarde reunidas en un libro bajo el t¨ªtulo De este mundo y del otro. Dos de esos textos los dediqu¨¦ a comentar la proeza de los norteamericanos en un tono ni ditir¨¢mbico ni esc¨¦ptico, como no tardar¨ªa mucho en convertirse en moda. Releo ahora estos textos y llego a la desoladora conclusi¨®n de que al final ning¨²n gran paso para la humanidad fue dado y que nuestro futuro no est¨¢ en las estrellas, sino siempre y s¨®lo en la Tierra en que asentamos los pies. Como ya dec¨ªa en la primera de esas cr¨®nicas: "No perdamos nosotros la Tierra, que todav¨ªa ser¨¢ la ¨²nica manera de no perder la Luna". En la segunda cr¨®nica, que di en llamar Un salto en el tiempo, imaginando la Tierra futura como la Luna es ahora, comenc¨¦ escribiendo que "todo aquello me pareci¨® un simple episodio de filme de ficci¨®n cient¨ªfica t¨¦cnicamente primario. Los propios movimientos de los astronautas ten¨ªan flagrante similitud con los gestos de las marionetas, como si brazos y piernas estuviesen manejados por invisibles hilos, unos hilos largu¨ªsimos sujetos a los dedos de los t¨¦cnicos de Houston y que, a trav¨¦s del espacio, produc¨ªan all¨¢ arriba los gestos necesarios. Todo estaba cronometrado, hasta el peligro se inclu¨ªa en el esquema. En la mayor aventura de la historia no hubo lugar para la aventura".
Y fue ah¨ª cuando la imaginaci¨®n se apoder¨® de m¨ª. Decidi¨® que el viaje a la Luna no hab¨ªa sido un salto en el espacio, sino un salto en el tiempo. As¨ª, los astronautas, lanzados en su vuelo, hab¨ªan caminado a lo largo de una l¨ªnea temporal y se hab¨ªan posado otra vez en la Tierra, no ¨¦sta que conocemos, blanca, verde, morena y azul, sino en la Tierra futura, una Tierra que ocupar¨¢ todav¨ªa la misma ¨®rbita, circulando alrededor de un sol apagado, muerta ella tambi¨¦n, desierta de hombres, de aves, de flores, sin una risa, sin una palabra de amor. Un planeta in¨²til, con una historia antigua y sin nadie para contarla. La Tierra morir¨¢, ser¨¢ lo que la es hoy, dec¨ªa para terminar. Al menos que no sea para lo que nos quede el mosaico de miserias, guerras, hambre y torturas que viene siendo hasta ahora. Para que no comencemos a decir, ya hoy, que el hombre, finalmente, no ha merecido la pena.
El lector estar¨¢ de acuerdo en que, para bien y para mal, no parece que haya mudado mucho de ideas en cuarenta a?os. Sinceramente, no s¨¦ si me deber¨ªa felicitar o corregir.- Planes de vuelta a la Luna
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