El ladrillo enterr¨® a la coliflor
La huerta de Gri?¨®n, s¨ªmbolo del pueblo, muere devorada por la construcci¨®n
El autob¨²s se detiene frente a una glorieta con un monumento que es una superposici¨®n de ingenios acu¨¢ticos haciendo girar una noria. Presidiendo el conjunto, dos robustas mujeres de bronce sostienen una coliflor cada una. "El s¨ªmbolo del pueblo", exclama al reci¨¦n llegado un viandante con cachava y henchido de orgullo.
La revelaci¨®n aturulla. Sobre todo porque Gri?¨®n, adonde se llega en 50 minutos desde la plaza El¨ªptica de Madrid a bordo del autob¨²s 460, tiene poca pinta de huerta: es una sucesi¨®n de chal¨¦s y adosados de ladrillo de dos pisos de altura. El contacto con la monumental hortaliza se convierte en obligaci¨®n moral para el turista.
A escasos metros de la plaza Mayor, en una fruter¨ªa con dos coliflores como dos cerebros pintadas en el toldo, espera la revelaci¨®n de que la b¨²squeda puede ser m¨¢s complicada de lo previsto. Se?alando los estantes, el frutero enumera: "Estas coliflores que tengo aqu¨ª son de Humanes; las de la derecha, de Fuenlabrada". ?Y de Gri?¨®n? Ninguna. "Es que aqu¨ª ya no tenemos", suspira el hombre. "S¨®lo un agricultor sigue plant¨¢ndolas". Para abundar en el agravio a la tradici¨®n, otra verdulera en la punta opuesta del pueblo confiesa: "Yo compro las verduras en Mercamadrid y me da igual de d¨®nde vengan. Me llevo las que son m¨¢s baratas y mejores".
S¨®lo un hombre sigue cultivando hortalizas entre los bosques de chal¨¦s
"Yo compro en Mercamadrid", dice una verdulera de la localidad
El secreto de la hist¨®rica exuberancia de la col de Gri?¨®n reside en la combinaci¨®n de suelos ricos y altura, explican los cronistas locales sentados en torno a un quiosco de prensa. Ahora, en la florister¨ªa Ana, la florista Ana analiza por qu¨¦ el equilibrio vegetal de Gri?¨®n se ha transformado. Empez¨® a brotar el ladrillo y los huertos desaparecieron. Mucho ha cambiado todo desde que hace dos siglos el pueblo ten¨ªa un pu?ado de habitantes y era conocido como lugar de recreo de cortesanos que sub¨ªan a tomar el fresco a 30 kil¨®metros de Madrid; hoy cuenta con 9.161 vecinos, y muchos veraneantes. En el camino se ha pertrechado con nuevos alicientes: una senda natural, un colegio neog¨®tico... Pero, ?qu¨¦ se necesita para encontrar una coliflor? "Hay que preguntarle a Pepe, que cultiva", dirige Ana. Y Pepe P¨¦rez, due?o del ultramarinos P¨¦rez, responde con un jarro de agua fr¨ªa: "Yo ya no planto. S¨®lo un hombre sigue haci¨¦ndolo": la leyenda del hortelano indomable crece. Y que no se piense que el se?or P¨¦rez puede hablar a la ligera. De ser as¨ª no aparecer¨ªa una foto suya en el folleto de promoci¨®n tur¨ªstica del pueblo sosteniendo una Brassica oleracea colosal, soberbia col. El documento se completa con recetas varias y con la previsible revelaci¨®n de que la fiesta local, el tercer fin de semana de marzo, homenajea a la hortaliza. "Una especie de tomatina pero con coliflores", resume apoyado en el quicio de la puerta de la mezquita Ibrahim, el hijo del encargado del cementerio musulm¨¢n, el ¨²nico de Madrid. "Pero sin lanz¨¢rselas", aclara. Aqu¨ª enterraban a los soldados marroqu¨ªes del Ej¨¦rcito franquista.
"Lo de la coliflor es un mito, como que aqu¨ª ven¨ªa el marqu¨¦s de Gri?¨®n", sugiere con voz de misterio otro vecino cachazudo sentado a la sombra del convento de las Clarisas. "Era cierto que ten¨ªamos verduras deliciosas cuando de aqu¨ª a Cubas esto era campo. Hemos perdido eso, pero vamos mejor: hay m¨¢s dinero, est¨¢ todo m¨¢s limpio...".
Efectivamente, las casas son ahora unifamiliares, muchas con piscina; nada que ver con la fuente de m¨¢rmol negro que consist¨ªa en la ¨²nica infraestructura municipal en el tiempo de las coliflores. Pero la emoci¨®n ante las bondades del progreso no puede sepultar la b¨²squeda del agricultor irreductible. Una glorieta, dos... : al lado del hipermercado, las casas se acaban abruptamente y comienza el campo de Jos¨¦ Luis Navarro. "Yo soy el de la coliflor", anuncia desafiante, descamisado y con un sombrero de paja. A sus sesenta y pico se afana junto a cinco jornaleros marroqu¨ªes por recoger patatas. "Hasta abril no es tiempo de coles", zanja cualquier discusi¨®n. "Aunque, con lo mal que est¨¢ la agricultura, es para pensarse continuar", remata con tono amenazante. De ser as¨ª, Gri?¨®n puede estar a punto de perder su ense?a. Y eso que la estatua de homenaje a la hortaliza s¨®lo tiene tres a?os.
Apuntes de viaje
- A 27 kil¨®metros de Madrid. Autob¨²s 460 desde la plaza El¨ªptica.
- El Colegio La Salle fue hospital de sangre durante la Guerra Civil. Por ¨¦l pasaron 200.000 heridos de la contienda.
- El renacentista convento de las Clarisas de la Encarnaci¨®n tiene un retablo del siglo XVI de Juan Correa de Vivar.
- En su senda ecol¨®gica hay cig¨¹e?as, aguiluchos, cogajudos y m¨¢s fauna esteparia.
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