Gauguin en Breta?a
Pero no era en Tahit¨ª? Tambi¨¦n, pero antes de perderse por el Pac¨ªfico y dejarnos sensuales im¨¢genes de un incierto para¨ªso, Paul Gauguin estuvo en Breta?a. Lleg¨® por primera vez en el verano de 1886 a Pont-Aven, en la costa sur, al final de una r¨ªa; un buc¨®lico lugar que ya acog¨ªa una colonia de artistas, y durante los cuatro a?os siguientes volvi¨® varias veces, alternando esas estancias con viajes a Par¨ªs y tambi¨¦n con el tempestuoso episodio de su visita a Arles, en Provenza, en 1888, para pintar con su amigo Vincent van Gogh.
Pont-Aven se alinea con un riachuelo que desciende impetuoso hasta el mar. Inevitablemente todo recuerda al pintor, incluidas las cajas de las sabrosas galletas sabl¨¨s, de mantequilla. Y es inexcusable darse una vuelta por el Bois d'Amour, un bosque primigenio como s¨®lo los hay en Breta?a, que sigue congregando a los enamorados, aunque pocos sepan que el famoso cuadro que identifica este lugar, Le Talisman, l'Aven au bois d'Amour no es de Gauguin, sino de Paul S¨¦rusier.
?Es realmente verde? Entonces ponga el verde m¨¢s bonito de su paleta
Lugar de peregrinaci¨®n para muchos amantes del arte, enclavado en la Breta?a m¨¢s m¨¢gica, este lugar acogi¨® varias escuelas de pintores y a muchos de quienes participaron en las rupturas que cristalizaron en el siglo XX
Contaba S¨¦rusier que Gauguin, como quien transmite una revelaci¨®n, le hab¨ªa ense?ado la tapa de una caja de puros en la cual hab¨ªa pintado un paisaje sin forma, sint¨¦ticamente expresado en violeta, bermell¨®n, verde veron¨¦s y otros colores puros, tales como hab¨ªan salido del tubo, sin casi mezcla de blanco. "?C¨®mo ve este ¨¢rbol?", le pregunt¨®. "?Es realmente verde? Entonces ponga verde, el verde m¨¢s bonito de su paleta; ?y esta sombra es un poco azul? No tenga miedo de pintarla tan azul como sea posible". De vuelta a Par¨ªs, S¨¦rusier mostr¨® la obra a todos sus amigos que la bautizaron como El Talism¨¢n, y entorno a esta pieza surgi¨® el movimiento de los Nabi y tambi¨¦n se abri¨® la puerta de la abstracci¨®n.
Pero Pont-Aven se acaba pronto. Por eso es preferible retrasar la llegada atravesando la Pen¨ªnsula para impregnarse de la magia de este finisterre celta por el camino, y como aperitivo dejarse seducir por el Mont Saint Michel, que no est¨¢ en Breta?a, sino en Normand¨ªa.
No cabe m¨¢s que extasiarse ante el espectacular artefacto inventado por Violet le Duc en el siglo XIX. Este arquitecto, que reconstruy¨® media Francia con los criterios fundacionales de todos los nacionalismos modernos -incluida la catedral de Notre Dame-, realiz¨® su obra maestra sobre lo que no era m¨¢s que un viejo convento medio en ruinas, edificado en lo m¨¢s alto de una gran roca flotante en el canal de la Mancha. Y para coronarlo se invent¨® la grandiosa flecha g¨®tica que transform¨® la abad¨ªa en el icono que hoy conocemos.
Al Mont Saint Michel hay que llegar por la ma?ana, pronto. Enterarse de los horarios de las mareas, coger aliento, subir hasta arriba y contemplar c¨®mo el oc¨¦ano cubre la llanura fangosa a una velocidad inesperada. Y despu¨¦s partir raudo hacia Saint Mal¨®, el gran puerto corsario, ya en Breta?a, y darse un buen atrac¨®n de fruits de mer. Como en Galicia, el marisco es extraordinario, y tambi¨¦n las ostras, concretamente las de Belon, una variedad que debe su nombre a la localidad de Riec-sur-Belon.
Cruzar la Pen¨ªnsula, de Dinan a Quimperle, por las peque?as carreteras que serpentean por un paisaje boscoso, es sumergirse en ese mundo rural que sedujo a Gauguin, que se hart¨® de pintar a dulces campesinas con cofia; bosques misteriosos con ¨¢rboles milenarios y gigantescos; iglesias y ermitas cubiertas de musgo. Y antes de llegar a Pont Aven conviene pasarse por Tremalo, donde se encuentra el crucifijo que sirvi¨® de modelo para Le Christ jaune, una de las piezas clave del simbolismo.
El interior bret¨®n, no dista mucho del que amaba Gauguin, que reivindic¨® su car¨¢cter "r¨²stico y primitivo", en contraste con la sociedad industrial que ya se adue?aba de las grandes ciudades. De Breta?a sali¨® hacia la Polinesia y acab¨® muriendo en las Marquesas. Pero lo cierto es que ten¨ªa tambi¨¦n razones m¨¢s prosaicas para escoger Pont Aven: una vida barata en la pensi¨®n Gloanec donde un grupo de artistas, de amigos, se divert¨ªan pintando y discutiendo y meti¨¦ndose con los turistas ingleses reaccionarios y los burgueses locales.
Altamente recomendable es pasarse a la r¨ªa siguiente y subirse al barco que recorre la ruta entre Benodet y Quimper. Es un barco restaurante en el que, mientras se remonta por entre bosques pespunteados por grandes mansiones del esplendor del XIX y se divisa elegantes garzas reales pescando en sus orillas, sirven un almuerzo inolvidable.
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