Miedo a lo nuevo
A la gente le cuesta aceptar a veces los proyectos bien pensados para la ciudad con car¨¢cter novedoso, pero cambia su opini¨®n s¨®lo con darse tiempo para hacerlos suyos. Y los hace suyos, de un modo casi inconsciente, por la costumbre. No supe c¨®mo transmitirle esta convicci¨®n al taxista que no gustaba del templete de Sol, pero mantengo la esperanza de que ¨¦l, como tantos otros, llegue a entenderlo por su cuenta. Nuestra mirada se educa sin recibir instrucciones. Y en el caso del templete de Sol me tranquiliza que se trate de un proyecto de Antonio Fern¨¢ndez Alba. Todo proyecto suyo, y ¨¦ste no ser¨¢ una excepci¨®n, responde a la condici¨®n de espacio donde verdaderamente estar o por el que transitar. Se trata de un atributo de su obra, una obra en la que la belleza no est¨¢ sola.
Todo cambio se somete a un debate en el que logran tener m¨¢s voz los gustos conservadores
Cuando conoc¨ª a Fern¨¢ndez Alba, entre los iconoclastas del grupo El Paso, c¨®mplice sosegado ¨¦l de aquella aventura art¨ªstica contempor¨¢nea, no lo imagin¨¦ nunca como un acad¨¦mico, y menos de la lengua. Pero hace unos a?os fue el encargado de recibirle en la Academia su amigo Emilio Lled¨®, que comparte con ¨¦l una misma pasi¨®n por pensar. Y no es una mera casualidad que sean amigos ni que adem¨¢s de amigos sean c¨®mplices. De ah¨ª la oportunidad de que sus discursos resultaran coincidentes y complementarios la tarde en que el arquitecto lleg¨® a la Academia. El de Fern¨¢ndez Alba, porque su visi¨®n del mundo no es un ejercicio de narcisismo intelectual, sino una desesperada revisi¨®n de la esquizofrenia contempor¨¢nea, y el de Lled¨®, porque busca en lo humano la desnuda verdad sin pamplinas, y con su certero retrato del nuevo acad¨¦mico no ofrec¨ªa un curr¨ªculo, sino un modelo ¨¦tico de los que tan necesitados estamos. Posee adem¨¢s Fern¨¢ndez Alba, como explic¨® Lled¨® con brillantez, una visi¨®n melanc¨®lica de la ciudad en la que no falta la piedad -qu¨¦ hermosa palabra y desusado concepto- ni la amistad con los otros.
Es dif¨ªcil, sin embargo, hacer llegar a los ciudadanos la po¨¦tica con que nuestro arquitecto explica ahora que estas c¨²pulas madrile?as representan la villa que fue y la metr¨®poli que es y que buscaba en ellas un caleidoscopio urbano que acogiera el movimiento y tuviera la intenci¨®n de acoger el tiempo. El arquitecto humanista conoce bien el valor de los s¨ªmbolos, los nuevos y los viejos, y como ha hecho en esta ocasi¨®n sabe enmaridarlos. Sus definiciones no buscan un eslogan para la complacencia ciudadana. ?l transita por la palabra, enamorado de ella, para tratar de explicarse con sentido cr¨ªtico al ser urbano; quiere con las palabras salvarse y salvarnos del caos y el eclecticismo que reconoce en la ciudad moderna. Pero precisamente por todo lo anterior, no participo de su idea de que en Madrid se impone una cierta falta de tradici¨®n urbana que posee Barcelona y que han ido incorporando con aciertos otras ciudades espa?olas. Lo que pasa aqu¨ª es que todo cambio se somete a un debate con frecuencia est¨¦ril en el que logran tener m¨¢s voz los gustos conservadores y castizos. Y esos gustos son a veces alimentados por una falta de pedagog¨ªa est¨¦tica, incluso por la concesi¨®n que impone cierto cansancio en las determinaciones urban¨ªsticas sobre los atrevimientos, con sus correspondientes demagogias y algaradas irreflexivas que permiten el triunfo de la conservaci¨®n no razonable sobre el cambio, acaso por no darle al cambio los d¨ªas que la raz¨®n requiere. En los tiempos en que Juan Barranco fue alcalde tembl¨® Madrid por la sustituci¨®n de unas farolas en Sol y, como no se trataba de hacer un refer¨¦ndum para sostenerlas, fueron eliminadas. Pero tal vez aquel rechazo, y no recuerdo ya ni c¨®mo eran las farolas, no pasaba de responder al empe?o de un grupo de presi¨®n que termin¨® imponi¨¦ndose a la gente que repet¨ªa sus argumentos. Decir, pues, que la estaci¨®n de cercan¨ªas de la Puerta del Sol es "la joya de la corona", como dijo el presidente Rodr¨ªguez Zapatero en los entusiasmos inaugurales de la obra, y repitieron con similar satisfacci¨®n los telediarios, puede resultar una anacr¨®nica definici¨®n de un espacio tan moderno y hermoso como aqu¨¦l. Pero se comprende que el presidente, que adem¨¢s hablaba de la estaci¨®n como servicio logrado, tratara de entusiasmar con la frase hecha a esos madrile?os renuentes a toda "novedad como principio de evoluci¨®n" que ven en las c¨²pulas madrile?as una invasi¨®n de la plaza o el peligro de que Sol deje de ser Sol, tan emblema de Madrid para ellos como la misma Cibeles.
Madrid, a pesar de todo, no ha escapado a la arquitectura espect¨¢culo, que suele atraer al com¨²n con cierta facilidad, pero es de celebrar que la austeridad de Fern¨¢ndez Alba haya constituido la apuesta para renovar la capital en su propio coraz¨®n simb¨®lico. Su obra crea valor a?adido, merece la pena como emblema, responde bien al esp¨ªritu de esta ciudad fusi¨®n.
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