La fiesta, bajo sospecha
El primer toro salt¨® a ruedo con el pit¨®n izquierdo abierto como una flor. Nadie dijo ni m¨². Pero no fue eso lo peor. Lo m¨¢s grave es la previsible mutaci¨®n gen¨¦tica que est¨¢ sufriendo el toro bravo y que cambia la faz de la tauromaquia hasta convertirla en un espect¨¢culo anodino y sopor¨ªfero. Y ¨¦ste no es un problema exclusivo de la ganader¨ªa anunciada, sino de la caba?a brava, como se puede comprobar en las plazas m¨¢s exigentes. El animal bravo, vibrante, encastado y codicioso ha pasado a mejor vida, y ha dejado paso a una d¨¦bil, enferma y amorfa caricatura que provoca l¨¢stima, desprecio y sopor.
Y en esta triste historia son protagonistas las llamadas figuras de la modernidad, que han conseguido el toro perfecto para cortar orejas en espect¨¢culos que nada tienen que ver con una aut¨¦ntica corrida de toros. Se aprovechan, claro est¨¢, del desconocimiento y la generosidad de un p¨²blico indocumentado que cree estar viendo a Joselito revivido cuando lo que tienen delante es un se?or vestido de luces intentando ponerse bonito ante un proyecto de cad¨¢ver.
LA DEHESILLA/PONCE, MORANTE, PERERA
Toros de La Dehesilla justos de presentaci¨®n, muy blandos, descastados y nobles.
Enrique Ponce: media trasera y ocho descabellos (silencio); _aviso_ estocada baja y un descabello (oreja).
Morante de la Puebla: pinchazo _aviso_ tres pinchazos, media baja _segundo aviso_ (palmas); estocada baja y trasera (pitos).
Miguel A. Perera: estocada (dos orejas); estocada (dos orejas).
Plaza de Huelva. 1 de agosto. Segunda corrida de las Colombinas. Casi lleno.
En eso es un experto Enrique Ponce, una figura indiscutible y uno de los toreros m¨¢s pesados del siglo XXI. Ayer, una vez m¨¢s, le tocaron un aviso antes de entrar a matar. Y eso que el incapaz presidente onubense no parece tener reloj y es el culpable de que el festejo dure una dolorosa eternidad. Produce rubor contemplar a un torero delante de la tonta del bote, moribunda y descastada, intentando hacer no se sabe qu¨¦ para contentar, supuestamente, al aplaudidor p¨²blico de esta plaza. As¨ª entienden la verg¨¹enza torera los diestros m¨¢s sobresalientes del escalaf¨®n. Su primero era un inv¨¢lido, se dio dos batacazos y ah¨ª se acab¨® la presente historia. Ponce intent¨® torearlo con el pico por delante, mientras los silentes tendidos esperaban con impaciencia que acabara. Pero eso no fue nada comparado con la faena de muleta a su segundo toro, interminable, la de nunca acabar, la insoportable labor de un torero pesad¨ªsimo que desconoce, al parecer, el sentido de la medida, tan necesario para todo en la vida. Cans¨® hasta el se?or us¨ªa, que parece no tener prisa para nada. Pues una oreja le concedieron a pesar de todo. Vivir para ver.
No tuvo su tarde Morante. No lo pas¨® bien con su primero, que estaba cuajado de defectos -manso, violento, reserv¨®n, incierto y ¨¢spero-, y eso no gust¨® al torero, l¨®gicamente. Pero en lugar de acabar con su oponente con celeridad, extendi¨® incomprensiblemente el trasteo, mostr¨® excesivas precauciones y a punto estuvo de escuchar los tres avisos. Tampoco le gust¨® el quinto; le dio de lo lindo el picador, y todo parec¨ªa indicar que las dudas ganar¨ªan la partida a la est¨¦tica. As¨ª fue. Y la tarde del artista fue para el olvido.
El triunfador fue Perera, pero qu¨¦ bueno hubiera sido lo suyo si su primero llega a ser un toro como Dios manda. En su lugar se enfrent¨® a una mona de pascua con la que tore¨® de sal¨®n, con lentitud y elegancia, pero sin emoci¨®n. No se pudo negar, no obstante, su inter¨¦s por agradar. Pero es otro torero moderno que no va a pedir toros cuando todos los dem¨¢s exigen borregos. Se luci¨® por ajustadas tafalleras ante el sexto, al que mulete¨® con seguridad, temple y elegancia tras brindar al respetable, en una labor de torero hecho y derecho.
A pesar de todos, por culpa de los taurinos y, sobre todo, de los toreros, la fiesta sigue estando bajo sospecha.
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