El esplendor del silencio
Los Gabilondo no necesitan palabras. Acostumbrados desde ni?os al lenguaje gestual, los nueve hermanos, formados en en un n¨²cleo familiar en el que se exig¨ªa concordia, son maestros en el arte de dominar el adem¨¢n y de recrearse en la pausa
En estos Gabilondo, que tienen la apariencia de gente habladora, y uno de ellos es, quiz¨¢, el mejor periodista ante el micr¨®fono que ha tenido Espa?a en muchos a?os, hay un aire de silencio. Nada m¨¢s sentarnos, ese hombre, I?aki, que es el segundo de nueve hermanos, habla del tono discreto, modesto, de la familia.
?ngel, en cuyo despacho nos encontramos, subraya ese rasgo, que viene de los padres, Joxe Ignacio y Mar¨ªa Luisa, ambos perdedores de la Guerra Civil. En la posguerra, que el matrimonio vivi¨® bajo el signo de la persecuci¨®n, la madre dec¨ªa: "Shhh, de eso no se habla". Y Joxe Ignacio callaba. Ram¨®n, que vivi¨® con los padres m¨¢s tiempo, incita a I?aki a que cuente una an¨¦cdota que refleja el esplendor ¨ªntimo de ese silencio que todos los hermanos atesoran como un rasgo y tambi¨¦n como un secreto.
En la casa se juntaban distintas ideolog¨ªas, desde el nacionalismo hasta el comunismo y el anarquismo
En la familia Gabilondo hubo siempre voluntad de reuni¨®n. Y de acuerdo. "Nos erotizan los acuerdos"
La familia vivi¨® un drama: una t¨ªa se fue a Francia, a San Juan de Luz, a convivir con un anarquista de izquierdas, una uni¨®n que el abuelo jam¨¢s aprob¨®. Y de eso no se hablaba en casa. Un d¨ªa, el padre le dijo a I?aki: "Nos vamos, con el abuelo, a ver a la t¨ªa". I?aki ten¨ªa doce a?os; era 1954. Aquella pareja no se hab¨ªa hablado con el abuelo en quince a?os. En ese silencio que sigui¨® a los abrazos se fragu¨® la reconciliaci¨®n. I?aki jugueteaba por los alrededores, mientras los adultos hac¨ªan el trabajo sentimental m¨¢s complejo de su vida, y regresaron con las heridas secas. Pero al llegar a la casa, a San Sebasti¨¢n, el padre de I?aki cay¨® desmayado. "Imag¨ªnate lo que tuvo que hacer para conseguir que el abuelo se sentara con aquellos dos en un banco de una plaza en San Juan de Luz".
Esa an¨¦cdota es ahora el s¨ªmbolo familiar de otras muchas cosas. Jam¨¢s se volvi¨® a hablar de ello; la pareja comenz¨® a venir a San Sebasti¨¢n, y ya la historia se hizo como si no hubiera habido aquellos a?os de ausencia.
La concordia es un signo de identidad de la familia. En la casa se juntaban, en la posguerra y hasta ahora, distintas ideolog¨ªas, desde el nacionalismo hasta el comunismo y el anarquismo. "En concordia". Ram¨®n J¨¢uregui, el diputado socialista, escribi¨® aqu¨ª hace cinco a?os que la conversaci¨®n familiar era cada vez m¨¢s dif¨ªcil en Euskadi. Nunca fue dif¨ªcil en casa de los Gabilondo. Hasta ahora.
"En casa, cuando no hab¨ªa acuerdo nos call¨¢bamos", dice uno de los hermanos, I?aki. Y, de broma, ?ngel le replica: "Pues no estoy de acuerdo". En aquella casa, "todo lo que divid¨ªa no era bien visto". Al padre, la guerra le hizo un introvertido, y la madre vivi¨® con dolor, para siempre, la muerte de su hermano en la contienda. Pero de ello no hicieron bandera, sino silencio.
No ha sido dif¨ªcil juntarlos, pero luego, cuando ya se sientan -y sentamos a ?ngel, catedr¨¢tico y ministro; a Ram¨®n, directivo de la Ser, y a I?aki, periodista; con los dem¨¢s hablamos por tel¨¦fono- en el despacho ministerial del hermano, se percibe una esgrima sentimental que cuesta asentar. Hasta que finalmente son los hermanos en una sobremesa, quit¨¢ndose la palabra o recordando juntos an¨¦cdotas, los que forman la arquitectura de su pasado.
Los padres dec¨ªan las cosas gestualmente; no hac¨ªa falta hablar demasiado. "Y nosotros lo heredamos". Dice Arantxa, m¨¦dico: "No lo dijeron, lo hemos visto". Luis, m¨¦dico tambi¨¦n, lo explica en parecidos t¨¦rminos: "Se hablaba mucho en casa, pero fue el silencio el que nos form¨®". Pedro, periodista como I?aki, subdirector del Diario Vasco, vivi¨® en la ni?ez el fragor del esfuerzo; "aquello s¨ª que era sacrificio: desde las seis de la ma?ana luchando para sacar adelante una casa de nueve hijos y no s¨¦ cu¨¢nta gente, hasta las diez de la noche". Y nunca se sinti¨® ninguno desamparado.
Hay una an¨¦cdota que no cuentan ellos, pero la narran quienes lo vieron: cuando muri¨® la madre, un mediod¨ªa de enero de 1999, I?aki estaba ante el micr¨®fono, en la Ser, y Ram¨®n, jefe de programas de la emisora, se acerc¨® al estudio. Hizo un adem¨¢n con la cabeza y no hizo falta m¨¢s; I?aki recogi¨® los papeles, sali¨® a la calle y ya emprendieron, en silencio, un viaje para decir adi¨®s, como ocho a?os antes hicieron el viaje para el adi¨®s del padre. ?ngel lo dice: "Nos ense?aron a darle sentido al silencio. No hac¨ªa falta m¨¢s, una mirada y te callabas; te hac¨ªan entender con el silencio".
"Pero nos convocaban a celebrar". De hecho, cuando quisimos juntarlos a todos en una fotograf¨ªa fue facil¨ªsimo. Los Gabilondo (decenas de Gabilondos) celebraban una boda en Pamplona. Y ah¨ª estaban, cogidos de la mano, caminando para Jes¨²s Uriarte por el jard¨ªn nupcial. Ahora ves las fotos de la familia -Ram¨®n, Pedro, I?aki, Javier y ?ngel, arriba; Luis, el padre; Arantxa, la madre; Jes¨²s y Lourdes- y encuentras que todos tienen esa mezcla de contenci¨®n, sobriedad y responsabilidad que es la que te traslada I?aki cuando habla de la discreci¨®n que simboliza al grupo.
Celebraban, y celebran. "Se celebraban muchas cosas; eran excusas para reunirnos: comuniones, bodas, bautizos...". En la familia hubo siempre "una voluntad de reuni¨®n". Y de acuerdo. "Nos erotizan los acuerdos. Y el acuerdo no consiste en renunciar a tu ideolog¨ªa". "A m¨ª", dice I?aki, sin duda el hermano m¨¢s conocido hasta ahora y m¨¢s en el centro de las controversias period¨ªsticas e ideol¨®gicas, "nada me molesta m¨¢s que ser tomado como un punto de discordia". Era una algarab¨ªa, dice Arantxa, y Pedro corrobora: "Nos quit¨¢bamos la palabra; nos la seguimos quitando".
Hablamos un d¨ªa despu¨¦s de que Javier, el carnicero, cerrara las puertas del establecimiento que durante setenta a?os, en el mercado de la Brecha, represent¨® el centro de la econom¨ªa de la familia. Javier, que naci¨® en 1946, decidi¨® jubilarse, y ese negocio familiar que era como un escudo ya se diluye como el semblante del pasado. "Era el sitio en el que conflu¨ªan todos a decirme qu¨¦ pensaban de I?aki, bueno y malo, hasta que alg¨²n d¨ªa les dije que casi no le ve¨ªa, para que no me vinieran con m¨¢s historias". Javier ahora viaja y reposa; la carnicer¨ªa cambi¨® de manos, como si acabara un tiempo.
Es un clan que no se molesta; ya no tienen la carnicer¨ªa como elemento com¨²n de la historia, pero tienen las bodas, las reuniones familiares que sobre todo orquesta Ram¨®n, "que es como el Cecil B. de Mille de la familia", el productor de sus reuniones. "No nos vemos tanto, no nos molestamos, no nos damos la tabarra. Pero cuando estamos juntos somos una pi?a".
Ser¨ªa inveros¨ªmil, por ejemplo, ver a los Gabilondo viviendo juntos en unas vacaciones; todos buscan su propio espacio. "Pero juntarse", dice Ram¨®n, "es gratificante, como cuando uno teme reunirse con sus antiguos compa?eros de clase, a m¨ª me ha pasado, y luego resulta que es un placer enorme reencontrarse".
Como ocurrir¨ªa en cualquier recuento familiar, aunque la actualidad los domine, el pasado puede m¨¢s, y ah¨ª vuelven los padres, constantemente. Les transmitieron, dicen, "un mundo de afectos bastante s¨®lidos"; les hac¨ªan leer ("leer no hace da?o"), y los desplegaban en la casa familiar de la calle de Churruca "como si estuvi¨¦ramos en un campamento". Juntarse otra vez es "como volver a aquel campamento". Pedro recuerda una an¨¦cdota que revela la confianza con que el padre ve¨ªa el porvenir de los numerosos hijos. Cuando I?aki dijo que quer¨ªa ser periodista, ¨¦l asumi¨® que quer¨ªa vender peri¨®dicos, "como Juanita, la de la esquina".
Lo que es interesante, dicen, es comprobar que esa incitaci¨®n al saber la hac¨ªan personas que apenas hab¨ªan tenido oportunidad de educarse; el padre "tuvo dos d¨ªas de escuela", y la madre dej¨® pronto el colegio, porque muri¨® su padre...
El padre fue antifranquista, no hac¨ªa falta decirlo; los hermanos rebuscan un elemento de odio o de rencor en los gestos del padre o de la madre, y no hallan ninguno. "No ten¨ªan habitaciones para el rencor". Al padre ("que perdi¨® la guerra") lo hac¨ªa desaparecer la polic¨ªa cuando Franco iba a veranear a Donosti, y luego regresaba. Sin un rasgu?o de rencor, "en la vida no hay que odiar", dec¨ªa. S¨®lo una vez, cuando muri¨® Franco, dijo el padre algo que se sal¨ªa de su discreci¨®n de hierro: "Ahora me puedo morir tranquilo". "Nos ense?aron la tolerancia", una planta que cultivaban en una casa, adem¨¢s, donde se representaba el crisol de la sociedad vasca.
Era un campamento en la calle de Churruca. Hay que hacerse una idea de lo que suced¨ªa en esa casa de tantos hijos a la que adem¨¢s vinieron a vivir los abuelos, el bisabuelo (por parte del padre), el chico de la carnicer¨ªa (que era el padre del cocinero Mart¨ªn Berasategui)...
En ese campamento aprendieron a discutir. De todo. "La ¨²nica unanimidad que ha habido siempre en nuestra casa es que somos de la Real Sociedad". Y discuten, dicen, "porque nos encanta escuchar". "Y discutimos durante diecisiete horas, si hace falta, sin enfadarnos". A lo mejor la clave est¨¢ en lo que dice Ram¨®n: "No he sabido nunca de qu¨¦ partido son mis hermanos. Cuando me preguntaron, tras su nombramiento como ministro, de qu¨¦ partido era ?ngel, me limit¨¦ a decir: 'Yo creo que no es del PSOE".
Desgranan definiciones de los hermanos que no est¨¢n. Arantxa, m¨¦dico, "es la memoria de la familia, la que nos avisa de los cumplea?os"; Lourdes, la monja misionera, "es un ejemplo de c¨®mo hay que estar por encima de ideolog¨ªas cerradas; pon¨ªa aceite en todas las situaciones complicadas"; Jes¨²s, el m¨¢s chico; Javier, la mirada sobria de los Gabilondo...
I?aki hizo, para los m¨¢s peque?os, de segundo padre. Cuando ya pudo salir, cuenta Luis, "nos dej¨® de pastorear". Y se fue al cine. En medio de la pel¨ªcula escuch¨® un tumulto de muchachos, y vio que cinco menores eran expulsados de la sala. Eran sus hermanos, que le siguieron la pista. Ahora se ven poco, "pero c¨®mo nos queremos", dice Arantxa, "los Gabilondo".
![Los nueve hermanos reunidos en una boda, en Pamplona, el 27 de junio de este a?o. De izquierda a derecha, Pedro, Javier, Jes¨²s, Arantxa, ?ngel, Luis, I?aki, Ram¨®n y Lourdes.
Foto: Jes¨²s Uriarte](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/HOJM4LBEMFAFPMH7QGEF64CCYA.jpg?auth=7e6715ec6bab88a9003d2496907fbd41bce296095dc8dfd0edec8e57ca1880a3&width=414)
![Una imagen de la familia Gabilondo al completo. De pie, de izquierda a derecha, Luis, Ram¨®n, Pedro, I?aki, Javier, Lourdes y ?ngel. Sentados, junto a su padre, Joxe Ignacio, y su madre, Mar¨ªa Luisa, aparecen Jes¨²s y Arantxa.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/75LY5KQAXPYF22ZCXGBS5NIXO4.jpg?auth=99fedb9e67433c494fcfd3d71769de9a34a410e459220684a832acbf00644843&width=414)
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