Los colores del verano

Es, sin duda, la exposici¨®n del verano en Madrid. La primera gran muestra antol¨®gica que le dedica el Museo del Prado a Joaqu¨ªn Sorolla (1863-1923) sigue atrayendo gente y, aunque lleve abierta desde mayo, cabe recordar a quienes no se hayan acercado que estar¨¢ abierta hasta el 6 de septiembre y que no hay que perd¨¦rsela. En su ¨¦poca Sorolla goz¨® de reconocimiento internacional pero luego, ante la irrupci¨®n de las vanguardias, qued¨® para la historia como un artista quiz¨¢ demasiado conservador y su legado qued¨® arrinconado en un segundo plano. La sorpresa de ver ahora reunidos un centenar de sus cuadros m¨¢s representativos -incluida la serie completa de Visiones de Espa?a, 14 grandes lienzos de las distintas regiones encargados por un mecenas estadounidense para la Hispanic Society- ha permitido redescubrir su talento como pintor, la devoci¨®n hacia su oficio y la fuerza, seguridad y eficacia de su pincelada.

Pintaba, generalmente, del natural, lo cual representaba siempre un gran esfuerzo que, a la larga, fue minando su energ¨ªa y su salud. Obras como El ba?o del caballo y Paseo a la orilla del mar (ambos de 1909) dan pruebas de su gran capacidad para captar y reflejar en el lienzo la gozosa luminosidad estival. Tambi¨¦n est¨¢n las pinturas hist¨®ricas, la costumbrista y la social (con Triste herencia, un cura que acompa?a el ba?o en el mar de un grupo de ni?os tullidos, gan¨® el premio de la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs), adem¨¢s de los retratos, entre los que destacan los de miembros de su entorno familiar, en particular de su esposa Clotilde, la gran pasi¨®n de su vida, junto a la pintura. En todo caso, un conjunto de grandes obras que dif¨ªcilmente se ver¨¢n reunidas otra vez.